miércoles, 26 de enero de 2011

MUNICIPIOS.








ANTONIO ALEMANY DEZCALLAR

Adiós, municipio, adiós

Yo mismo he sido un fan del municipalismo a ultranza. En el principio fue el municipio, anterior al Estado, entidad de derecho natural, espina dorsal de la Patria- quien protagoniza la Guerra de Independencia son los municipios, no la Nación, ni el Ejército, ni la Iglesia- último reducto del ciudadano sin atributos frente al Leviatán estatal que lo invade todo, tarrito de las esencias de la raza- Fuenteovejuna, el alcalde de Zalamea, del Rey para abajo, ninguno- primer escalón de la integración del ciudadano en la cosa pública, ámbito doméstico de libertad y de libertades al alcance de la mano. En Mallorca, los municipios son acentos diferenciados, malnoms, apellidos endogámicos, folklores variopintos, forenses y ciudadanos, alcaldadas gloriosas.

La debacle se veía venir. En primer lugar, las autonomías, este poder cercano, cuyo aliento se nota en el cogote y cuya proximidad anula el viejo municipio, la venerable autonomía municipal y, de hecho, su propia razón de ser. Ahora, es Europa la que advierte a España que debe hacer lo mismo que han hecho otros países de la Unión Europea: suprimir, por lo menos, la mitad de sus municipios, aplicar economías de escala, reducir costes e integrar ayuntamientos en unidades, supramunicipales para entendernos, es decir, ayuntamietnos que fagocitan a los municipios de su entorno. En Mallorca, probablemente bastarían con dos ayuntamientos: Palma que absorbería su hinterland natural que abarca Llucmajor, Calviá, Marratxí y Andratx y el Consell de Mallorca que integraría el resto de la isla. Estamos hablando de apenas 900.000 habitantes y de 3.600 kilómtetros cuadrados.

Pero no todo es culpa de las autonomías, del Estado o de Europa en este declinar municipal. La causas fundamentales de la crisis municipales son, esencialmente, dos: es el homo municipalis y el espacio municipal los que han cambiado, los que han puesto en evidencia la obsolescencia de toda la arquitectura política y administrativa de los ayuntamientos. El hombre municipal ya no está adscrito por los siglos de los siglos a un municipio que nació, se desarrolló y adquirió su personalidad gracias a una sociedad petrificada e inmóvil. El hombre municipal, hoy, es móvil, trabaja en un sitio y duerme en otro, está abierto a la aldea global a un tic de su ordenador o de su televisor. En Alaró tienen un acento distinto al de Consell y ambos distinto al acento de Binisalem por la única y estricta razón de que, durante siglos, fueron espacios cerrados y autosuficientes. No existe la part forana, ni los payeses contrapuestos a los panesillos palmesanos: todos somos urbanitas, miembros de un área metropolitana a escala insular.

Es el espacio el que, también, ha cambiado. El territorio es otro, sin compartimentos ni fronteras invisibles. El espacio- inmóvil secularmente- ha devenido dinámico: una tupida red comunicacional ha alterado por completo la percepción del territorio en unos términos cuasi eistenianos. Hace 60 años, Palma no estaba a treinta kilómetros de Inca, sino a tres o cuatro horas en mulas o bicicletas. Ahora está a 20 minutos. Pero el espacio no sólo ha cambiado en términos de tiempo sino en términos de interacción e interpenetración espaciales: un hospital en Inca altera por completo el sistema asistencial de todo el centro de la Isla, una decisión urbanística en Campanet repercute más allá de su perímetro municipal, el efecto atolón turístico desertiza el interior de la Isla y desplza los centros de actividad. Etc….

Es imposible que todas estas “revoluciones” esbozadas a vuela pluma no afecten a toda una estructura municipal que las pastorea básicamente con las mismas estructuras políticas de hace doscientos años. Así pasan las cosas que pasan y los ayuntamientos han devenido centrales de gasto incontrolado, herederos del peor caciquismo del siglo XIX, sujetos pasivos del odio o del amor político de instituciones supramunicipales, colocaderos de amigos y generadores de unas burocracias de imposible mantenimiento y que reproducen, calcan y se solapan a las burocracias que tienen a pocos kilómetros. Hay polisportius a tutiplén en cualquier llogaret, trenes vacios que van a pueblos casi vacíos, adanismos municipales que crean inseguridades jurídicas, que, en nombre de la autonomía municipal, solapan auténticas cacicadas y agresiones a derechos de los ciudadanos. Basta patearse el territorio insular para comprobar el realganismo del urbanismo salvaje que han permitido y propiciado los ayuntamientos. Por no hablar de la asunción de competencias ruinosas que pertenecen a entidades superiores.

Se que son puntos sensibles en una tierra- y no me refiero sólo a Mallorca, sino a toda España- de larga tradición romántica del municipalismo y de un localismo acendrado y sincero. Todo lógico y respetable, pero convendría que comenzáramos a plantearnos, en serio, esta adecuación de unas realidades económicas, sociales y políticas a una estructura de administración y gobierno que las contemple, estas realidades, no las de hace doscientos años. No es fácil esta “transición” a “otro” municipio: supone una auténtica revolución, problemática y de múltiples repercusiones, desde revisar los criterios de representatividad de los “supermunicipios” que resulten y los encajes de la nueva jerarquización que se avecina, hasta ponderar las competencias residuales y representativas que deban asumir los ayuntamientos que desaparezcan. Más tarde o más temprano vamos a tener que revisar en serio “lo autonómico”, entre otras razones, porque no nos quedará más remedio, tal y como nos advierten, cada vez con más intensidad, nuestros socios europeos. Ya están comenzando a advertir que debemos también enfrentarnos a la diáspora, liliputiense y municipal.

Para colmo, hemos reformado recientemente el Estatuto de Autonomía en unos términos que previsiblemente deberán ser revisados, comenzando muy especialmente por la auténtica naturaleza y función del Consell de Mallorca, una institución hecha unos zorros tras el paso de Munar y Armengol. En definitiva, las instituciones ostentan una doble legitimidad, la de origen y la de ejercicio. Esta última es la que ha fallado estrepitosamente.

1 comentario:

Joan dijo...

Una cosa és dividir el nombre de municipis per tres, com varen fer a França (a Mallorca seria passar de 53 a 18) i l'altra deixar-ne dos.