PELIGROS POLITICOS.
Uno de los peligros a los que haré referencia se refiere a un
desprecio, más o menos velado, por el votante-medio, que da lugar a elitismos perniciosos. El otro peligro es la excesiva servidumbre y sumisión de los políticos de turno a las encuestas y sondeos.
El primer peligro lo podemos ver en esta cita de Winston Churchill:
‘El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio’.
Esto no significa que Churchill estuviera en contra de la democracia. Al contrario, estaba a favor de ella y en contra de los
totalitarismos. Lo dijo y lo demostró en numerosas ocasiones. Sin
embargo, la cita nos muestra un problema real. Que la calidad de una democracia no puede ser mayor que la calidad de los demócratas que la configuran y la sustentan. Y que cuanto más baja sea ‘la calidad de los demócratas’, más fácilmente surgirán elitismos perniciosos.
En una sociedad democrática, no es moralmente aceptable que unas élites se aíslen completamente (si esto fuera posible) del resto de ciudadanos, como si fueran seres inferiores. Estas separaciones radicales, típicas de otras épocas y sistemas (patricios y plebeyos, entre otros ejemplos) no casan con el espíritu democrático. Lo que no significa que los ciudadanos estén moralmente obligados a amar a sus semejantes. La igualdad ante la ley no exige tanto.
La igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades permiten que cualquier persona con pocos medios económicos, acceda a las mejores universidades, si muestra la capacidad suficiente y supera los filtros establecidos. A su vez, la movilidad social que esto implica puede dar lugar a uniones o relaciones entre personas pertenecientes a élites, con personas que no pertenecen a ellas. Esto no es nuevo, pero se intensifica en las sociedades democráticas.
Junto a esta dimensión de justicia, dado que los azares de fortuna o clase social deben ser irrelevantes desde un punto de vista moral, está la dimensión prudencial. Con otras palabras, es bueno para el funcionamiento del sistema democrático, y de la sociedad en su conjunto, que las personas valiosas y trabajadoras, con independencia de su origen y posibilidades económicas, puedan (si quieren) escalar socialmente y ‘mezclarse’ con las élites ya constituidas.
Porque, con independencia de la simpatía que se tenga por las élites, las ha habido, las hay y las habrá.
Se suele considerar a W. Pareto, G. Mosca y R. Michels, como los
clásicos de la ‘teoría de las élites’. Aquí sólo haré referencia a la
definición de Pareto. La élite, según Pareto, está formada por
aquellas personas cuyas cualidades destacadas proporcionan poder, prestigio, o ambas cosas. Además, como he dicho, junto a la existencia e élites hay ‘circulación de élites’. Esto quiere decir, que no todos los descendientes de los que pertenecen a las élites atesoran las cualidades destacadas para permanecer en ellas. Y que algunos de los que no pertenecen, por clase social y fortuna, pueden acceder, por méritos propios, a estas élites. Esto da lugar a una circulación de élites y, en definitiva, a una mayor movilidad, reconocimiento del mérito, y cambio social.
De ahí que sea un error y un peligro que la LOGSE, por ejemplo, minusvalore o desprecie el mérito. El motivo es que la izquierda (en general) dice que el mérito crea desigualdad. Dado que la izquierda suele defender el igualitarismo, o igualdad en los resultados, es coherente que rechace el mérito. Pero su misnuvaloración, o rechazo, producen pésimos resultados. Es decir, la igualdad a la baja de nuestros estudiantes. Y esto es lo que, repetidamente, han reflejado los informes PISA.
En resumen, el esfuerzo y el mérito (con la consecuente desigualdad y la formación de élites meritocráticas) no suponen un ‘elitismo pernicioso’, sino un ‘elitismo virtuoso’. Siempre que se respete la igualdad de los ciudadanos ante la ley y exista un razonable sistema de igualdad de oportunidades. Rechazar este tipo de desigualdad facilita una falsa igualdad ‘a la baja’, de negativas consecuencias para la sociedad.
Por tanto, hay que evitar los peligros de un ‘elitismo pernicioso’
que trata de excluir injustamente, a una parte de la población, de sus legítimas aspiraciones y logros. Pero, también, hay que evitar los peligros de una ‘igualdad a la baja’, como el caso mencionado de la LOGSE.
Tanto el ‘elitismo pernicioso’ como la ‘igualdad a la baja’ pueden ser evitados, o suavizados, no solamente con leyes adecuadas sino con ‘valores democráticos y cultura política’, una de las condiciones esenciales de la democracia, según Dahl. Es decir, que haya muchos ciudadanos (además de líderes políticos) que defiendan los valores y las prácticas democráticas.
¿Qué se podría conseguir con este deseable estado de cosas?
Uno de los peligros a los que haré referencia se refiere a un
desprecio, más o menos velado, por el votante-medio, que da lugar a elitismos perniciosos. El otro peligro es la excesiva servidumbre y sumisión de los políticos de turno a las encuestas y sondeos.
El primer peligro lo podemos ver en esta cita de Winston Churchill:
‘El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio’.
Esto no significa que Churchill estuviera en contra de la democracia. Al contrario, estaba a favor de ella y en contra de los
totalitarismos. Lo dijo y lo demostró en numerosas ocasiones. Sin
embargo, la cita nos muestra un problema real. Que la calidad de una democracia no puede ser mayor que la calidad de los demócratas que la configuran y la sustentan. Y que cuanto más baja sea ‘la calidad de los demócratas’, más fácilmente surgirán elitismos perniciosos.
En una sociedad democrática, no es moralmente aceptable que unas élites se aíslen completamente (si esto fuera posible) del resto de ciudadanos, como si fueran seres inferiores. Estas separaciones radicales, típicas de otras épocas y sistemas (patricios y plebeyos, entre otros ejemplos) no casan con el espíritu democrático. Lo que no significa que los ciudadanos estén moralmente obligados a amar a sus semejantes. La igualdad ante la ley no exige tanto.
La igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades permiten que cualquier persona con pocos medios económicos, acceda a las mejores universidades, si muestra la capacidad suficiente y supera los filtros establecidos. A su vez, la movilidad social que esto implica puede dar lugar a uniones o relaciones entre personas pertenecientes a élites, con personas que no pertenecen a ellas. Esto no es nuevo, pero se intensifica en las sociedades democráticas.
Junto a esta dimensión de justicia, dado que los azares de fortuna o clase social deben ser irrelevantes desde un punto de vista moral, está la dimensión prudencial. Con otras palabras, es bueno para el funcionamiento del sistema democrático, y de la sociedad en su conjunto, que las personas valiosas y trabajadoras, con independencia de su origen y posibilidades económicas, puedan (si quieren) escalar socialmente y ‘mezclarse’ con las élites ya constituidas.
Porque, con independencia de la simpatía que se tenga por las élites, las ha habido, las hay y las habrá.
Se suele considerar a W. Pareto, G. Mosca y R. Michels, como los
clásicos de la ‘teoría de las élites’. Aquí sólo haré referencia a la
definición de Pareto. La élite, según Pareto, está formada por
aquellas personas cuyas cualidades destacadas proporcionan poder, prestigio, o ambas cosas. Además, como he dicho, junto a la existencia e élites hay ‘circulación de élites’. Esto quiere decir, que no todos los descendientes de los que pertenecen a las élites atesoran las cualidades destacadas para permanecer en ellas. Y que algunos de los que no pertenecen, por clase social y fortuna, pueden acceder, por méritos propios, a estas élites. Esto da lugar a una circulación de élites y, en definitiva, a una mayor movilidad, reconocimiento del mérito, y cambio social.
De ahí que sea un error y un peligro que la LOGSE, por ejemplo, minusvalore o desprecie el mérito. El motivo es que la izquierda (en general) dice que el mérito crea desigualdad. Dado que la izquierda suele defender el igualitarismo, o igualdad en los resultados, es coherente que rechace el mérito. Pero su misnuvaloración, o rechazo, producen pésimos resultados. Es decir, la igualdad a la baja de nuestros estudiantes. Y esto es lo que, repetidamente, han reflejado los informes PISA.
En resumen, el esfuerzo y el mérito (con la consecuente desigualdad y la formación de élites meritocráticas) no suponen un ‘elitismo pernicioso’, sino un ‘elitismo virtuoso’. Siempre que se respete la igualdad de los ciudadanos ante la ley y exista un razonable sistema de igualdad de oportunidades. Rechazar este tipo de desigualdad facilita una falsa igualdad ‘a la baja’, de negativas consecuencias para la sociedad.
Por tanto, hay que evitar los peligros de un ‘elitismo pernicioso’
que trata de excluir injustamente, a una parte de la población, de sus legítimas aspiraciones y logros. Pero, también, hay que evitar los peligros de una ‘igualdad a la baja’, como el caso mencionado de la LOGSE.
Tanto el ‘elitismo pernicioso’ como la ‘igualdad a la baja’ pueden ser evitados, o suavizados, no solamente con leyes adecuadas sino con ‘valores democráticos y cultura política’, una de las condiciones esenciales de la democracia, según Dahl. Es decir, que haya muchos ciudadanos (además de líderes políticos) que defiendan los valores y las prácticas democráticas.
¿Qué se podría conseguir con este deseable estado de cosas?
Evitar,
por una parte, el aislamiento y el desprecio del votante medio porparte de las élites. Y por otra parte, que la sumisión interesada y a corto plazo de los políticos a las encuestas de opinión, produzca buenos resultados, dadala madurez política de los ciudadanos. Si el primer peligro supone menospreciar al votante medio, facilitando un ‘elitismo pernicioso’, el segundo peligro es que los políticos, por interéselectoralista, se mimeticen con las opiniones de votantes, políticamente inmaduros y desinformados.
Lo que nos muestra la decisiva importancia, no sólo de una prensa libre e independiente, sino de un buen sistema educativo que formeciudadanos libres y responsables. Lo que es imprescindible para elbuen funcionamiento de la democracia.
Lo que nos muestra la decisiva importancia, no sólo de una prensa libre e independiente, sino de un buen sistema educativo que formeciudadanos libres y responsables. Lo que es imprescindible para elbuen funcionamiento de la democracia.
Sebastián Urbina.
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