EL SILENTE REGRESO DEL COMUNISMO.
El pasado martes Alfredo Pérez Rubalcaba se revolvió en su escaño cuando Joan Coscubiela volvió a argumentar que poco importaba que gobernase el PP o PSOE porque ambos son la misma cosa. El secretario general del PSOE tomó la decisión -que él calificó de “inédita”- de contestar, además de al presidente del Gobierno, al portavoz de Izquierda Plural.
Y lo hizo señalando la enorme distancia de creencias y políticas que media entre los socialistas y lo que su contradictor representaba: un sindicalismo criptocomunista que él mismo se había encargado de destapar en el diario El País el viernes 28 de junio al afirmar que la rendición ideológica de la izquierda se apreció en la renuncia del PSOE al marxismo, a propuesta de Felipe González. “Es -dijo el diputado de ICV- el gran triunfo de la derecha que obliga a la izquierda a renunciar a su ideología”. El alegato de Rubalcaba contra Coscubiela hizo explícito el temor que caracolea entre la dirigencia socialista de que el comunismo se haya infiltrado con fuerza en Izquierda Unida y que el PCE comience a alzarse de nuevo como vector dominante en la coalición.
(José Antonio Zarzalejos/El Confidencial.).
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LA VIDA DE LOS OTROS. (Reposición)
No hablaré de la película La vida de los otros
más que a grandes rasgos. Prefiero que cada uno descubra por sí mismo
las miserias y grandezas del ser humano y la inevitable maldad de los
totalitarismos. Prefiero hablar de las ideas que subyacen y envuelven esta excelente película de 2006, que supuso el debut como guionista y director de Florian Henckel.
La película transcurre en el Berlin Oriental durante los últimos años
de existencia de la RDA y muestra el control ejercido por la policía
secreta (Stasi) sobre los círculos intelectuales. Está protagonizada por
Ulrich Mühe, Sebastian Koch, Martina Gedeck y Ulrich Tukur.
La vida de los otros nos
muestra una historia que transcurre en un paraíso comunista, la
Alemania del Este, en 1984. Como es propio de los sistemas totalitarios,
el Estado socialista quiere saberlo absolutamente todo. Y a todos
espía. Por su bien, claro está. Esta es una característica típica de los
totalitarismos.
El control de los súbditos (ya que sería un sarcasmo hablar de
ciudadanos) se ejerce desde la cuna hasta la tumba. Y el terror
generalizado, a través de una policía secreta con amplísimas
competencias para hacer lo que crea conveniente para defender al Estado
socialista.
Lean estas palabras que producen escalofríos. Lo relata un
superviviente de los kemeres rojos de Camboya, llamado Pin Yathay. Uno
de los guardianes, le dice: ‘Donde quiera que vayas, la Angkar (es el
aparato estatal) es siempre la dueña de tu destino. Es esencial que lo
sepas’.
Este aspecto diferencia el totalitarismo de otros sistemas, no
democráticos, que limitan o eliminan las libertades de los individuos,
pero sin pretender un control total de la vida de las personas, ni un
cambio radical de las estructuras socio-económicas.
También es muy ilustrativo lo que dice Vázquez Rial en La izquierda reaccionaria:
‘Breznev y Kosiguin no empezaron a encerrar a los disidentes en
clínicas psiquiátricas porque se sintieran en la necesidad de disimular
que en la Unión soviética había presos políticos, cosa que se sabía en
todas partes, sino porque realmente creían que la disidencia era una
forma de enfermedad mental.
La de cosas que se pueden hacer con esta creencia interiorizada en la
mente de las autoridades políticas y los burócratas a su servicio. ¡Nada
menos que meter en clínicas psiquiátricas a los disidentes, por su
propio bien!
Volviendo a la película, la policía (Stasi) incluso vigila a un famoso
escritor que ‘cree’ en el socialismo. Se trata de un hombre del régimen,
que vive con una famosa actriz. También del régimen. Aunque lean
periódicos occidentales, beban güisqui de importación, organicen fiestas
de intelectuales, y se permitan ciertas críticas al régimen. Pero
ellos, a pesar de que son personas inteligentes, no pueden creer que
también les espíen a ellos. Se trata del autoengaño. Tan habitual en los
humanos. No creo lo que no quiero creer, o lo que no me conviene creer…
A principios del siglo XX, Trotsky presentó a Lenin un marxista alemán
llamado Willi Münzenberg. Comentó este último que el triunfo
revolucionario no podría dominar Europa a menos que se contara con la
ayuda de lo que él llamaba, con cierto desdén, “el club de los
inocentes”.
Lo que en tiempos fue la Alianza de Intelectuales Antifascistas que era
una defensa de la Unión Soviética ante el mundo progresista occidental.
Bien es cierto que Antonio Gramsci (1891-1937) también habló de
hegemonía cultural para poder dominar a la sociedad, dada la
insuficiencia de los aparatos represivos.
O sea, con el halago o la subvención de los intelectuales
“comprometidos”, se consigue la hegemonía cultural de la izquierda.
Ellos ayudaron a que el mundo progresista occidental (y compañeros de
viaje) creyera que la Unión Soviética era el auténtico enemigo de los
totalitarismos. En esta trampa cayeron miembros reputadísimos del ‘club
de los inocentes’. Gentes de gran valía intelectual como Ernest
Hemingway, André Gide, H. G.Wells, John Dos Passos, André Malraux,
Albert Einstein, o Bertol Brecht, entre muchos otros. O sea,
intelectuales comprometidos.
En la película, todos saben, aunque no se atrevan a decirlo, que absolutamente todo depende del régimen.
La famosa actriz acepta acostarse con el Ministro de Cultura porque
irritar a los jerifaltes socialistas es muy peligroso. Su éxito
artístico podría desvanecerse. Incluso ella misma podría desvanecerse
físicamente. Su doble vida, engañando al hombre que ama, la lleva a las
drogas.
Llega
a convertirse en una piltrafa humana, gracias al Estado socialista.
Pero la han forzado a actuar así los miembros de la Stasi. O sea, la
policía secreta del Estado socialista. La protagonista, llega incluso a
delatar al hombre que ama para salvarse ella de las garras de la
policía. Más tarde, se suicida.
Hay un socialista decente, en la película. Se trata del capitán de la
Stasi, Wiesler. Un comunista convencido que llega a darse cuenta de la
corrupción de sus jefes. Por eso esconde una máquina de escribir que
hubiera servido para meter en la cárcel al famoso escritor (Dreyman, en
la película) que, al fin había despertado de su letargo ideológico.
Escribió un duro artículo contra el Estado socialista que se había
entregado (en secreto) a una revista de Alemania Occidental. El policía
decente lo paga muy caro. Por eso había tan poca gente decente entre los
socialistas alemanes del paraíso comunista.
¿Cómo es posible tanta barbarie como la que puede verse en la película?
Porque hay gentes que son perfeccionistas sociales, algo muy diferente
del perfeccionismo individual.
Estas gentes, ya no pueden soportar por más tiempo la injusticia y la
opresión capitalistas y se lanzan de cabeza a la sociedad ideal. Es
decir, imponen la utopía, el paraíso comunista.
El resultado es un fracaso total. Pobreza, sufrimiento y muerte, física
y del espíritu. Y, por supuesto, la culpa es de los demás.
¿Aprenden
la lección? ¿Piden excusas? Nada de nada. Se trata, dicen ellos, de una
incorrecta aplicación de la ”verdadera doctrina”. Siguen igual. Lo
volverán a intentar, si pueden. Por tanto, son un peligro para la
libertad y la democracia.
Por
cierto, Alemania Oriental (1984), tenía la segunda tasa de suicidios
más alta de Europa. El número uno lo ostentaba otro paraíso comunista,
Hungría. Éxitos del socialismo realmente existente.
Todo esto sucedió en 1984. ¿Qué piensan los comunistas de hoy?
Paco Frutos, que fue Presidente del PCE, declaró en 2009: ”No celebraré
la caída del Muro de Berlín. Demagogias, las justas”. ‘Cuatro farsantes
celebran la caída del Muro’.
Por si fuera poco, en una entrevista a El País, arremetía contra el capitalismo, al que culpaba del fracaso del “modelo novedoso” que suponía la URSS.
No muy lejos se sitúa Julio Anguita.
A la pregunta de ¿Qué es ser comunista hoy en día?, responde lo siguiente: “Apostar
por otra sociedad en la que se pase del reino de la necesidad al de la
libertad. Para mí ser comunista hoy es trabajar continuamente para
subvertir la actual sociedad con un horizonte, el cumplimiento de la
solemne declaración de derechos humanos que incluye derechos sociales
para los 6.300 millones de habitantes del planeta, y eso no lo resiste
el sistema económico actual.
Mi comunismo, aparte de ser una especie de nostalgia por una sociedad
que todavía no es, es un imperativo a luchar continuamente por cambiar
la actual. En eso soy absolutamente fiel a Marx”.
Pues si es tan fiel a Marx le recordaremos esto: ‘El arma de la crítica
no puede sustituir a la crítica de las armas’, en la Crítica de la
filosofía del Derecho de Hegel.
Dos breves consideraciones a la declaración de Anguita:
‘Subvertir’
la sociedad actual puede hacerse por las buenas o por las malas. Si no
basta por las buenas, los comunistas (y compañeros de viaje) nunca han
tenido problemas para utilizar la violencia. Que es, dicen ellos, ‘la
partera de la historia’.
La segunda consideración, es la ceguera que provoca el sectarismo
ideológico. Anguita dice que el capitalismo es incompatible con la
ampliación de los derechos humanos y sociales a todas las personas del
planeta. El que esté interesado en comprobar que Anguita va mal
encaminado, puede leer, entre otros, ‘En defensa del capitalismo global’
de Johan Norberg, en el que muestra, con cifras, el avance, en
bienestar de los países que se han incorporado a la economía de mercado.
Y comparar esta situación con los países que han mantenido y mantienen
sistemas de intervencionismo estatal. Datos en mano, no hay color.
Y para terminar, otra perla comunista.
José Luis Centella, elegido nuevo Secretario General del PCE, en
sustitución de Paco Frutos, dijo, en Noviembre de 2009: ‘No tenemos que
pedir perdón por nada’.
Y tiene razón el buen hombre. El libro negro del comunismo,
dirigido por Stéphane Courtois y cinco historiadores más, del CNRS, ha
mostrado que pesan sobre las espaldas del comunismo más de 90 millones
de muertos. Sin embargo, ¿Para qué pedir perdón si bastan las buenas
intenciones?
(Sebastián Urbina)
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