En diez años, el Centro de Investigaciones Cardiovasculares es una referencia europea.
Hace casi una década, Valentín Fuster aceptó compatibilizar la dirección
del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares de Madrid, con su puesto en el Monte Sinaí de Nueva
York. ¿Cómo pueden compaginarse dos puestos tan exigentes y, al mismo
tiempo, haber hecho del CNIC uno de los centros de referencia en investigación
del corazón? La respuesta la tienen sus dos ventrículos en el CNIC, Vicente
Andrés, que se encarga de coordinar la investigación básica, y Borja
Ibáñez, ocupado en la clínica.
El centro se divide en tres áreas
principales, una centrada en los vasos sanguíneos, otra en el miocardio y la
tercera, de biología celular, que implica a las otras dos. Actualmente
acoge a unos 400 investigadores multidisciplinares: cardiólogos, biólogos,
farmacéuticos, químicos, ingenieros o informáticos. La financiación viene tanto
del gobierno como de la fundación Pro-CNIC, formada por catorce importantes
empresas españolas.
«Tenemos una productividad muy
elevada y una filosofía diferente, somos muy selectivos a la hora de
reclutar y cada vez lo estamos siendo más», dice Andrés. Gracias al talento
seleccionado, a una competitividad sana y a contar con los avances tecnológicos
más punteros en imagen, genómica, microscopía o modificación genética de
animales, el nivel científico del centro es altísimo.
Entre los grandes retos está el de
identificar qué individuos desarrollarán esa enfermedad cardiovascular antes de
padecer algún síntoma, ya que muchas veces ese primer síntoma es un infarto. En
los últimos años, desde el punto de vista de la investigación básica, «hemos
contribuido a poder entender mejor los procesos claves de la patología cardiovascular, cómo se forma la
placa de ateroma y cómo sufre complicaciones que desembocan en el infarto de
miocardio, al igual que entender cuál es la respuesta de ese miocardio al daño
que sufre», explica Andrés. También, entender cómo se forman los vasos del
corazón y cómo el envejecimiento afecta a estos procesos. «Estamos
descubriendo moléculas que participan en el envejecimiento del corazón».
Ibáñez, más ocupado en llevar los
descubrimientos del laboratorio a la clínica, cita entre los grandes hitos
científicos del CNIC publicaciones o programas «que han tenido un impacto
importante y que lo tendrán a largo plazo, como el estudio Metocard del infarto
agudo de miocardio, que probablemente mejorará el tratamiento en todo el mundo y
podrá reducir muchísimo los costes de insuficiencia cardiaca; el estudio PESA, del que recientemente hemos publicado
un trabajo importantísimo en Circulation y que dentro de diez años puede tener
una proyección brutal», explica.
Igual que hace cuarenta años,
gracias al estudio Framingham se identificaron factores de riesgo como la
diabetes o el tabaco, este estudio podría demostrar en el futuro los
factores que hacen que se inicie la arterioesclerosis. Por último, «el
desarrollo de la polipíldora Valentín
Fuster-CNIC-Ferrer que, primero, va a mejorar mucho, hasta en un 20%, la
adherencia de los pacientes en todos los países, y además podrá venderse a un
precio mínimo en países del tercer mundo», dice Ibáñez.
Repatriación de talento
El CNIC es uno de los centros que ha
marcado el camino sobre cómo frenar en seco la fuga de cerebros, ya que
incluso durante los años de crisis ha seguido atrayendo investigadores, españoles
y extranjeros. «Es fundamental, si quieres atraer talento, idealmente españoles
pero abierto a cualquiera, tienes que tener un centro muy competitivo», explica
Ibañez. «Nuestra obsesión en los primeros años fue desarrollar un centro que
pudiera ser atractivo para que la gente viniera y pudiera mantener su nivel de
excelencia. Un 80% de los jefes de grupo que tenemos aquí los hemos traído de
vuelta de fuera», entre ellos el propio Ibáñez, que estuvo hasta 2008 en el
Monte Sinaí, o Vicente Andrés, que pasó muchos años en Boston.
Además, cuando Fuster cogió las
riendas del centro, tomó la decisión de cambiar los contratos indefinidos
por contratos de cinco años y estableció un comité externo -de unas catorce
personas que incluyen a algún premio Nobel- para evaluar al personal al
finalizar cada ciclo: publicaciones, colaboraciones internacionales, proyectos.
También para ser reclutado como investigador independiente hay que pasar el
filtro del comité externo.
«A diferencia de las universidades, aquí
no somos funcionarios», dice Andrés, «a los cinco años se te evalúa y en
ese momento, o promocionas a un nivel superior o dejas de trabajar en el CNIC».
Para evitar que haya competición interna malsana entre miembros del centro que
puedan perjudicar a las investigaciones, una de las cosas que el comité valora
mucho es la colaboración entre diferentes grupos dentro del CNIC. «Eso hace que
el centro sea excelente y competitivo», dice Ibáñez. «Incluso nosotros, si en
algún ciclo no estamos a la altura, tendremos que dejar el centro y que
otros tiren del carro», dice sin dramatismo.
¿También el propio doctor Fuster
pasa estas evaluaciones? La respuesta es sí, aunque a decir verdad, siempre
suele aprobar con honores. «Pero las pasa», dice Ibáñez, «es una exigencia que
se autoimpuso al llegar y que demuestra que no ha venido a vivir de las
rentas».
(Antonio Villareal/ABC)
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