(Se han acostumbrado a que el meapilas de Rajoy no es capaz de hacer nada. Ni defender la dignidad del Jefe del Estado, ni de la nación española. Sólo habla de la prima de riesgo.
Pero la gente ha empezado a reaccionar. Cuidado. Llevan demasiado tiempo abusando e insultando. Y muchos ciudadanos son más dignos que la mayoría de los políticos.)
ESTAMOS HARTOS.
Son el síntoma de un hartazgo que supera lo estrictamente deportivo.
Los abucheos y
expresiones de rechazo que ha sufrido el futbolista del F.C. Barcelona Piqué en
los últimos días, en una concentración de la selección nacional y durante un
partido en León, son el síntoma de un hartazgo que supera lo estrictamente
deportivo. Piqué, un afín a la causa
del independentismo catalán, se mofó del Real Madrid durante las celebraciones
de los éxitos de su equipo. Hasta ahí la libertad de expresión lo ampara todo,
más allá del dudoso buen gusto y de la pésima elegancia demostrada por el
triunfador que hace trizas el árbol caído.
Pero el
trasfondo es otro. La pitada al himno nacional y el desprecio a la
figura del Rey durante la final de Copa han sobrepasado por fin la línea que
dividía una permisividad tópica y una tolerancia acomplejada hacia las
aficiones deportivas que insultan a España, y la animadversión creciente hacia
los abusos ofensivos del soberanismo.
Lo han conseguido. Formaba parte del indolente
paisaje cotidiano aceptar como una conducta normal el odio a España del
nacionalismo más vehemente e irresponsable. Hoy, es el resto de España quien combate la agresión de modo
espontáneo y con muestras de antipatía y desprecio. No se trata de un
ramalazo de patriotismo improvisado para convertir en víctima de sus
imprudencias a un futbolista. Va más allá.
La España que sí
quiere a España empieza a incrustar en la médula del soberanismo la flagrante
contradicción que existe en participar –deportiva y económicamente– de los
privilegios de la misma selección nacional que políticamente se quiere destruir. Piqué, convertido en caricatura de sí mismo, en
marioneta consciente de una causa perdida, merece ya un busto en la Generalitat
catalana como mártir del independentismo.
Meditado e irritado
No se equivoquen más los que cínicamente advierten de
que conviene separar política y deporte, cuando iconos sociales de la élite
deportiva utilizan alegremente y sin rubor esa plataforma al servicio de la
secesión.
No es una lección
anecdótica o simbólica de media grada de un estadio hacia los excesos que un
futbolista se toma a broma porque no le afectan. Es una reacción meditada e
irritada, sintomática de que hay
gestos de trasfondo político indignantes para la inmensa mayoría de españoles
que contemplan Cataluña como una porción más de su propia historia, de su
cultura y de su respeto hacia sí misma como nación. Es el hartazgo con la atmósfera viciada por un nacionalismo obsesionado
con una cruzada que está momificando a CiU, paralizando a ERC y hastiando a los
demás. Se abuchean el victimismo prefabricado y la incontinencia gratuita.
Pase que salga gratis
despreciar el himno como símbolo nacional. Pero la absurda corrección política
tiene un límite. Nadie silba a Piqué, sino a lo que Piqué se jacta de
representar. Cosa distinta es que, como decía Julio Anguita, a los
independentistas les importe una higa que la fobia ambiental empiece a ser
recíproca.
(Manuel Marín/ABC)
2 comentarios:
Estamos hartos y además esos violentos burros se creen que tienen el monopolio de campar a sus anchas.
Esa gentuza que se vaya a convertir en apátrida a su madre.
Publicar un comentario