jueves, 11 de junio de 2015

SEXO Y NEOFEMINISMO.




 (Después de leer este artículo, tal vez alguien entienda que, en España, haya más de 500.000 putas profesionales.

 Aunque es dudoso. Lo normal es que esto confirme lo que ya sabíamos. Que los hombres somos basura.)









EL SEXO EN TIEMPOS DE NEOFEMINISMO.

En una de las más (involuntariamente) hilarantes secuencias de 50 sombras de Grey, los protagonistas, el sádico Grey y su enamorada Anastasia, se sientan a los extremos de una mesa para discutir los términos del contrato sexual de dominación. Anastasia repasa las cláusulas del acuerdo que ha elaborado Grey, asintiendo a unas, poniendo límites a otras y negándose en rotundo, por ejemplo, al fisting anal.

En las universidades americanas, si eres estudiante más te vale ir a las fiestas con una caja de preservativos y un par de ejemplares de contratos sexuales, porque vas a necesitar que los firmen las chicas antes de tener cualquier relación.

 A Paul Nungeßer le habría evitado estar viviendo un escrache neofeminista. Una noche de agosto de 2012 fue a una fiesta, donde se encontró con Emma Sulkowicz, una compañera del campus de Columbia. Después Emma le invitó a ir a su habitación y se acostaron. Ya habían tenido anteriormente relaciones sexuales un par de veces sin pasar a tener un compromiso emocional más estrecho.

 Eran amigos con derecho a roce. Las cosas debieron de ir bien, incluyendo el sexo anal (Emma no parece tener tantos tapujos como Anastasia), ya que los siguientes días y semanas Emma le envió mensajes a través de Facebook en el que le decía que lo amaba y que esperaba volver a verlo pronto. Sin embargo, el 18 de abril de 2013 (ocho meses después de la noche de vino, rosas y sodomía) a Paul le llegó una citación del rectorado porque Emma le había acusado ante las autoridades académicas por violación. Que le había pegado y axfisiado, forzándola aunque ella gritaba de dolor. Lo que él pensaba que había sido el shakespeareano sueño de una noche de verano se iba a convertir en una kafkiana pesadilla.

Emma se pensó durante tanto tiempo la denuncia que, claro, no se encontró ninguna prueba física de la presunta violación. Y el resto de evidencias, de los mensajes en Facebook, etc., apuntaban más bien a que la estudiante, en el mejor de los casos, había sufrido un alucinación retrospectiva que le había llevado a recordar como una violación lo que no había sido una relación sexual dura pero consensuada.

 En el peor, que se lo estaba inventando todo para convertirse en la víctima perfecta y desarrollar una carrera artística en la que la excusa de la violación sirviese de tapadera a su falta de talento artístico. Paul pensaba: "O yo me he vuelto loco, o se ha vuelto loco todo el mundo". En cualquier caso, el clásico in dubio pro reo funcionó, afortunadamente, y Paul fue exonerado de la acusación, ya que no tenía el menor fundamento

 Pero aunque se libró del infierno, no pudo sortear el purgatorio. Emma no se quedó con los brazos cruzados, todo lo contrario. Estudiante de Arte, preparó para su trabajo de fin de estudios una performance consistente en pasearse constantemente por el campus transportando el colchón donde dice que se realizó la violación. Durante nueve meses... Además, un grupo de activistas neofeministas armadas con más colchones comenzaron a perseguir a Paul por todas partes, de las clases a su habitación particular, escribiendo en las paredes que era un violador.

Hasta la fecha, la Universidad de Columbia no ha movido un dedo para proteger a Paul de tales linchamientos. Contemplamos cómo en EEUU los derechos individuales son cada vez más pisoteados por parte del Estado, a través de aberraciones jurídicas como la Patriot Act, y de ideologías colectivistas como las de género o de la raza. A pesar de que Paul fue exonerado por la comisión universitaria (y por el sentido común), ha devenido un paria. 

Por el contrario, Emma ha sido aplaudida hasta por Hillary Clinton y su ridícula performance, más propia de Homer Simpson o Joseph Beuys que de Marcel Duchamp, ha sido elevada a los altares estéticos por los críticos de arte más renombrados y fatuos. Todo ello en nombre de una causa general de género en contra del colectivo masculino en pleno.

El caso de Paul es el más notorio de víctima de un auto de fe hembrista pero no el único (también ha habido en Harvard, Yale, Darmouth o la propia Columbia). Y cuando alguien ha levantado la voz contra esta inquisición postmoderna, como Emily Yoffe, las activistas de género le acusan de estar defendiendo a violadores. 

En realidad, en esta ola de histeria colectivista que se ha desatado en Estados Unidos lo que realmente se está violando es la justicia, la verdad y los derechos individuales, y afrentando a las auténticas víctimas de una violación. El gobierno de Obama no dudó en azuzar el odio entre los géneros, como si no tuviese suficiente con las movidas raciales, publicando un estudio falaz por sobredimensionado según el cual una de cada cinco estudiantes habrían sido violadas en las universidades americanas. Como si asistir a Berkeley fuese igual que ser secuestrado por Boko Haram.


Lo primera película que realizó Fritz Lang cuando llegó a los Estados Unidos fue Furia, una sutil y contundente denuncia del linchamiento como tendencia de las masas cuando se dejan llevar por sus instintos más primarios de justicia, elevando el cotilleo a una de las formas de la infamia. 

En el caso de Emma contra Paul ha funcionado la vieja y estúpida falacia del río que suena y Paul se ha convertido en el chivo expiatorio del clima de chantaje moral y terrorismo político que han impuesto las neofeministas de género aprovechándose torticeramente de los casos de violación que se han producido de verdad. En los campus norteamericanos abundan los ganadores del Premio Nobel, pero quizás para compensar estadísticamente tanta inteligencia también los aprovechados, los tontos útiles, los resentidos por la discriminación positiva y, en general, gente que prefiere pasearse por las universidades llevando a cuestas un colchón antes que un par de libros.

Volviendo a 50 sombras de Grey. Se me ocurre que no va a bastar con firmar un contrato de sexo consentido, sino que también vamos a tener que filmar los encuentros sexuales para poder demostrar ante el juez lo que pasó. Aunque entonces también nos pueden acusar de vulneración del derecho a la intimidad. Un lío.

 Siempre nos quedará, como nos insiste cada dos por tres el Vaticano, la abstinencia. Y añorar con Woody Allen aquellos tiempos en los que aire era limpio y el sexo sucio. No como ahora, en que el aire es sucio y el sexo también.
 (Santiago Navajas/LD)

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