martes, 12 de enero de 2016

PAYASOS. CAT









PAYASOS.

«La commedia è finita…» Y el protagonista de los Pagliacci de Leoncavallo da de bruces en su ridiculísima tragedia. Y todo acaba tan mal como a un melodrama del XIX cuadra. Cataluña es hoy un ridículo melodrama. Al cabo de su tediosa sesión circense de tres meses, CUP y Mas extrajeron con forceps el conejo de la chistera. Todo un éxito. No sé yo si la clientela quedará muy contenta. Pero, guste o no, ahora sí, «la comedia ha terminado». Y empieza el drama de los oscuros callejones de la historia en los cuales no hay salida.

Antonio Gramsci lo llamó tiempo trágico; más distante, como siempre, Bertolt Brecht lo había acuñado como tiempo de crisis. En rigor, no es lo uno ni lo otro. En rigor, a ese tiempo en el cual ni acaba de morir del todo lo viejo ni de nacer nada nuevo, lo llama el frío diccionario pudrición. Y es muy poco saludable. Tanto como para que Platón lo diera por metáfora de la amargura humana: imagen del hombre vivo que, atado en brazos de un cadáver, era arrojado en una balsa al mar por piratas refinadamente crueles.

Empieza el pudrimiento: eso cuya llegada todos sabíamos inevitable. España está en el interregno que es de rigor tras unas elecciones. Lo más normal en tiempos normales. No lo son éstos. O ese interregno se resuelve con la excepcional celeridad que una amenaza bélica exige, o el interregno se trocará en vacío de poder. 


Y Cataluña será independiente en el paréntesis de ese vacío. Dos o tres meses de provisionalidad en el Estado son más que suficientes para consumar una «desconexión», todos cuyos dispositivos están ya a punto. Y los representantes de la nueva república catalana podrán comparecer ante la UE como gestores de un acto consumado; y exigir el reconocimiento de su nueva nación europea como única salida al marasmo de una España ingobernable. Eso empezó ayer, 10 de enero. Y nada puede posponer una respuesta tajante. Constrictiva, por supuesto. Con la material constricción de la que sólo el Estado puede hacer uso legítimo. Y que todo gobierno -provisional o no- está constitucionalmente obligado a ejercer. Porque un Estado es tanto máquina consensual cuanto de fuerza. De lo contrario, no existiría ejército.

Ante un desafío de tal envergadura, no hay partidos. Es decir, no hay partes. Hay la nación. Esto es, la ciudadanía en armas, que teorizaron los clásicos de la democracia. La apuesta por abortar o no la independencia catalana pasa a ser hoy la única línea de demarcación política: con o contra la Constitución. Una declaración unilateral de independencia es una declaración de guerra. Las guerras se ganan o se pierden. Siempre que uno no se rinda sin darlas. 

Cada partido habrá de elegir su campo: o bien un gobierno de concentración nacional o bien un gobierno de secesión. Sabemos dónde están PP y Ciudadanos. Sabemos dónde está Podemos. Queda por saber dónde estará el PSOE. Sin retóricas ya. «La commedia è finita…»

(Gabriel Albiac/ABC)

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