(Mi más sincero y profundo desprecio a la mayoría de políticos que nos han llevado hasta aquí.
Y 'aquí', o sea, instalados al lado del precipicio, siguen discutiendo sus miserables miserias partidistas.
Y dentro de esta repugnancia generalizada destaca la irresponsabilidad del socialista Sánchez. Recordemos que pertenece al Partido Socialista Obrero Español. Puede más su enfermizo odio a 'la derecha' que dar estabilidad a España en estos graves momentos.
Rajoy quiere acuerdos pero es un político frascasado. Con mayoría absoluta no se atrevió a hacer nada más que preocuparse por la prima de riesgo. Político mediocre y cobarde.
Prefiero no decir lo que pienso de Pablo Iglesias. Pero no es bueno.
Por cierto, si terminamos como Yugoslavia, habrá sangre. Lo sorprendente es que no hubiera enfrentamientos. ¡Gracias, políticos!)
PODEMOS ACABAR COMO YUGOSLAVIA.
Raúl del Pozo:
"Esto puede acabar como Yugoslavia. Esperemos que no haya sangre"
La actualidad va a ritmo de vértigo y hoy ya tenemos presidente del Congreso y presidente catalán. (Pilar Díez/ld)
(QUE PASE EL SIGUIENTE...)
(Mariano
lo denunciará al TC y Sánchez hará algunas ofertas jugosas para que estén
contentos. Iglesias se pondrá una boina.
Tenéis
todo mi desprecio.)
SIN CONTAR CON
ESPAÑA
Bildu propone iniciar la creación de un Estado vasco.
La formación abertzale carga contra Madrid y asegura que "nunca van a reconocer a Esuaka Herria como una nación". "El único camino es la independencia", sostiene el portavoz.
(La Gaceta)
LA DECISIÓN INCÓMODA.
La sangre, la secesión de los independentistas catalanes, llegó al río, contradiciendo por enésima vez ese habitual engaño humano de que la sangre no llegará al río. Engaño que permite desconocer las realidades que no nos gustan y, sobre todo, evitar las decisiones desagradables. Pero la sangre llega de vez en cuando al río, lo que en términos de independentismo catalán significa formación de un nuevo Gobierno decidido a llevar adelante todos los pasos de la secesión. Aún más, se trata de un Gobierno constituido por eso y para eso. Por lo que no hay manera de retrasar un minuto más esa decisión incómoda que las élites españolas confiaban en no tener que tomar.
Y me refiero a todas las élites, a las políticas, a las judiciales, a las económicas y a las intelectuales. Aquí no va a haber manera de evadirse con la habitual estratagema del diálogo y del consenso propia de los escapistas. No hay margen alguno para el diálogo con quienes han ratificado una vez más que se disponen a saltarse todas las leyes y proclamar unilateralmente la independencia. Sólo cabe responderles con todo el peso de la ley y eso va a implicar casi con total seguridad la aplicación del artículo 155. Esa especie de ogro cuya sola mención era siempre tachada como propia de alarmistas y extremistas y que ahora es la decisión incómoda que ni los escapistas del diálogo y del consenso podrán eludir.
Los secesionistas diseñarán una hoja de ruta que intentará aprovechar la debilidad de un Gobierno en funciones y la incertidumbre de una repetición de las elecciones, con la esperanza, además, de un nuevo Gobierno de izquierdas que cuente con el apoyo de la extrema izquierda. Pero sea cual sea su estrategia para contener la respuesta del Estado, ha llegado el momento de que todas las élites clarifiquen exactamente su posición y se comprometan con la aplicación de toda la ley a los secesionistas.
Para que el Gobierno en funciones del PP no espere un solo minuto en cada respuesta que deba dar. Para que Ciudadanos no juegue a la diferencia, como lo hizo cuando la reforma del Constitucional. Y, sobre todo, para que el PSOE asuma todas las consecuencias de las decisiones más duras en lugar de su tradicional llamada a una «reforma federal» que todo lo solucionará el día de mañana.
Y la misma claridad y, sobre todo, valentía, será necesaria por parte de las élites judiciales. Una cosa es que los nacionalistas lleven muchos años incumpliendo la ley sin que parezca haber responsable alguno y otra que ahora les pueda temblar el pulso a quienes son los directos responsables de que no se incumpla la ley en este asunto determinante. O a los empresarios, habitualmente los más entusiastas de la llamada al diálogo y consenso que es la manera de no molestar a nadie. Porque no hay forma alguna de no molestar a nadie en este asunto.
Ni hay forma de tener esa respuesta apta para todos los públicos que les gustaría a intelectuales y medios de comunicación. También tendrán que arriesgarse al desamor y rechazo de una parte del público. Tendrán que incomodarse e incomodar. No hay punto intermedio al que agarrarse, ni nuevos plazos de espera, ni silencios discretos e invisibles. Con más claridad que nunca tras cuarenta años de democracia, la decisión incómoda es ineludible.
(Edurne Uriarte/ABC)
LA DECISIÓN INCÓMODA.
La sangre, la secesión de los independentistas catalanes, llegó al río, contradiciendo por enésima vez ese habitual engaño humano de que la sangre no llegará al río. Engaño que permite desconocer las realidades que no nos gustan y, sobre todo, evitar las decisiones desagradables. Pero la sangre llega de vez en cuando al río, lo que en términos de independentismo catalán significa formación de un nuevo Gobierno decidido a llevar adelante todos los pasos de la secesión. Aún más, se trata de un Gobierno constituido por eso y para eso. Por lo que no hay manera de retrasar un minuto más esa decisión incómoda que las élites españolas confiaban en no tener que tomar.
Y me refiero a todas las élites, a las políticas, a las judiciales, a las económicas y a las intelectuales. Aquí no va a haber manera de evadirse con la habitual estratagema del diálogo y del consenso propia de los escapistas. No hay margen alguno para el diálogo con quienes han ratificado una vez más que se disponen a saltarse todas las leyes y proclamar unilateralmente la independencia. Sólo cabe responderles con todo el peso de la ley y eso va a implicar casi con total seguridad la aplicación del artículo 155. Esa especie de ogro cuya sola mención era siempre tachada como propia de alarmistas y extremistas y que ahora es la decisión incómoda que ni los escapistas del diálogo y del consenso podrán eludir.
Los secesionistas diseñarán una hoja de ruta que intentará aprovechar la debilidad de un Gobierno en funciones y la incertidumbre de una repetición de las elecciones, con la esperanza, además, de un nuevo Gobierno de izquierdas que cuente con el apoyo de la extrema izquierda. Pero sea cual sea su estrategia para contener la respuesta del Estado, ha llegado el momento de que todas las élites clarifiquen exactamente su posición y se comprometan con la aplicación de toda la ley a los secesionistas.
Para que el Gobierno en funciones del PP no espere un solo minuto en cada respuesta que deba dar. Para que Ciudadanos no juegue a la diferencia, como lo hizo cuando la reforma del Constitucional. Y, sobre todo, para que el PSOE asuma todas las consecuencias de las decisiones más duras en lugar de su tradicional llamada a una «reforma federal» que todo lo solucionará el día de mañana.
Y la misma claridad y, sobre todo, valentía, será necesaria por parte de las élites judiciales. Una cosa es que los nacionalistas lleven muchos años incumpliendo la ley sin que parezca haber responsable alguno y otra que ahora les pueda temblar el pulso a quienes son los directos responsables de que no se incumpla la ley en este asunto determinante. O a los empresarios, habitualmente los más entusiastas de la llamada al diálogo y consenso que es la manera de no molestar a nadie. Porque no hay forma alguna de no molestar a nadie en este asunto.
Ni hay forma de tener esa respuesta apta para todos los públicos que les gustaría a intelectuales y medios de comunicación. También tendrán que arriesgarse al desamor y rechazo de una parte del público. Tendrán que incomodarse e incomodar. No hay punto intermedio al que agarrarse, ni nuevos plazos de espera, ni silencios discretos e invisibles. Con más claridad que nunca tras cuarenta años de democracia, la decisión incómoda es ineludible.
(Edurne Uriarte/ABC)
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