sábado, 30 de enero de 2016

NO APRENDEMOS DEL PASADO.










NO APRENDEMOS DEL PASADO.

 En su libro ‘El hombre que cambió su casa por un tulipán’, Trias de Bes nos muestra las principales burbujas de la historia de la economía. Y en el epílogo nos habla de la próxima burbuja. ¿Seremos tan tontos de repetir? Leamos: ‘Pasarán los años. Unas generaciones sustituirán a otras... Poco a poco, la gente olvidará. Por desgracia, la gente siempre olvida’.


J. Bradford DeLong, profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos: ‘Hace años decía que no sería posible que se repitieran los errores de la crisis de 1929. Me equivocaba’. 


El filósofo español, Jorge Santayana, dijo: Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.”  


Pero ¿es solamente una cuestión de recuerdo? Creo que no. Porque si les recordamos a algunas personas estas ideas que parecen haber olvidado, no se inmutan lo más mínimo. Creo yo que se trata de ideas recurrentes, que tienen que ver con la justicia (en letras mayúsculas), la democracia (también en letras mayúsculas) y otras similares. Y con las pasiones humanas.

Digo esto porque personajes políticos, preferentemente de izquierda, repiten este mantra: ‘Luchamos por alcanzar la democracia real’. Ahí está el fondo del asunto. El Santo Grial. Se trata de algo misterioso, a cuya búsqueda merece dedicar la vida, aun sabiendo que dicha búsqueda pueda resultar infructuosa. Búsqueda vinculada al rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Pero no sólo a ellos.


Algo parecido sucede con la búsqueda de la ‘justicia real’ o la  ‘libertad real’. Las ideas supuestamente liberadoras de la izquierda emancipatoria resuenan en el corazón de los hombres buenos (y las mujeres, por supuesto), año tras año, siglo tras siglo. No importan los repetidos fracasos. Lean, si tienen dudas, ‘El libro negro del comunismo’ para ver la dimensión del trágico y ensangrentado fracaso de la utopía comunista.


Pero ciertas ideas pueden más que los hechos. Esta vez, dicen los incondicionales acólitos, nosotros lo haremos mejor. Esta vez conseguiremos la sociedad justa. Y así seguimos. Por eso puede aparecer un señor como Pablo Iglesias y otros, ofrecer el oro y el moro, con perdón, y conseguir multitudes enfervorizadas. La eterna infancia. Es la falsa idea de que, al fin, podremos conseguir la justicia ‘real’, la democracia ‘real’, y la eliminación de la corrupción. Todo muy barato porque pagarán los ricos.  


Pero no es cierto. Cuesta mucho, por lo visto, asumir que lo más que podemos hacer es caminar trabajosamente cuesta arriba. Mejorar paso a paso. Y que, en cualquier momento de distracción o de estupidez, podemos caer hacia abajo dando tumbos. Pero no, la mentalidad infantil predomina.


 Nos dice J.F. Revel: ‘Fue necesaria la regresión económica, el empobrecimiento del pueblo, el desastre de los servicios públicos, la parálisis de las administraciones, plagas flagrantes en 1977 y 1978 que sumieron al Reino Unido en el caos...’ Todo esto tuvo que pasar para que una sociedad moderna y con gran experiencia democrática como la británica,  apoyara la llamada ‘revolución liberal’ encabezada por Margaret Thatcher y castigara el fracasado y ruinoso laborismo.


Aquí, en España, no tuvimos bastante con el funesto Zapatero. Ahora algunos quisieran volver al paraíso de progreso con Pablo Iglesias, admirador de Fidel Castro y Chavez. Porque Iglesias solucionará nuestros problemas, como antes Zapatero. ¿Por qué caemos en los mismos errores y no aprendemos del pasado? Por la ingenua e infantil creencia en la liberación verdadera. 


Decía Kant: ‘Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan siendo con gusto menores de edad durante toda la vida...’


 En España tenemos un buen ejemplo de cobardía. Una minoría de criminales- los terroristas de ETA- tuvieron en vilo a toda una sociedad, durante más de cuarenta años. En vez de superar el miedo, la sociedad española- en buena medida- prefería las ‘soluciones políticas’. Una delicada manera de referirse a una rendición, que pusieron de moda políticos de progreso, intelectuales orgánicos y los incontables mediocres de todos los partidos.  


Pero los criminales no son tontos, son malos. Y se dan cuenta cuando una sociedad está atemorizada y pueden exigirle lo que una sociedad digna no estaría dispuesta a ceder. Cobardía vinculada al autoengaño. Es decir, si somos buenos con los criminales y cedemos en lo que nos exigen, no nos matarán más. Y esta vergonzosa e indigna claudicación se vestía de prudencia, tolerancia y pacifismo.  


 Y el otro pernicioso vicio, la pereza, nos lleva a creer en promesas descabelladas, que nos traerán bienes y ventajas sin esfuerzo. Seamos, pues, perezosos. Es decir, no quiero despertar y darme cuenta de que los avances sociales, económicos, culturales, etcétera, exigirán el continuo e inteligente esfuerzo de generaciones. 


En fin, sigamos siendo niños aún siendo adultos. Dejémonos engañar por los vendedores de crecepelo, como Iglesias y similares. El ‘mundo feliz’ está aquí, al alcance de la mano. Ya no habrá pobreza, ni injusticias, ni corrupción. Ni recortes.   


 Además de lo dicho, es decir, ideas salvadoras y milagrosas que nos conducirán sin esfuerzo, a una sociedad estupenda, tenemos pasiones permanentes en la naturaleza humana. Ya estaban en la época de los carruajes y las galeras. Y se mantienen, ahora, con Internet y los viajes espaciales. Me refiero, entre otras, a la avaricia. Esto es lo que citaba al principio. La burbuja volverá. No aprendemos del pasado.


Es cierto, alguna gente consigue madurar y acepta convertirse en adulto. Pero esto supone asumir que nuestro mundo es el de la imperfección e incertidumbre. Supone asumir que podemos avanzar, por supuesto, pero con dificultades, trabajo y esfuerzo continuados. No hay milagros.  Resulta patético que muchos que desprecian la religión, con aires de superioridad, siguen embobados con los falsos milagros que prometen los demagogos sin escrúpulos. O sea, ‘el cambio’. Y si hace falta, el ‘cambio del cambio’. Todo a  precios rebajados.


 Es triste decirlo, pero los burros no tropiezan dos veces en la misma piedra.


Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/28/Enero/2016.)



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