NO APRENDEMOS DEL
PASADO.
En su libro ‘El
hombre que cambió su casa por un tulipán’, Trias de Bes nos muestra las
principales burbujas de la historia de la economía. Y en el epílogo nos habla
de la próxima burbuja. ¿Seremos tan tontos de repetir? Leamos: ‘Pasarán los
años. Unas generaciones sustituirán a otras... Poco a poco, la gente olvidará.
Por desgracia, la gente siempre olvida’.
J. Bradford DeLong, profesor de Economía en la Universidad de
California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de
Investigaciones Económicas de los Estados Unidos: ‘Hace años decía que no
sería posible que se repitieran los errores de la crisis de 1929. Me
equivocaba’.
El filósofo español, Jorge Santayana, dijo: Los que no pueden
recordar el pasado están condenados a repetirlo.”
Pero ¿es solamente una cuestión de recuerdo? Creo que no. Porque si les
recordamos a algunas personas estas ideas que parecen haber olvidado, no se
inmutan lo más mínimo. Creo yo que se trata de
ideas recurrentes, que tienen que ver con la justicia (en letras mayúsculas),
la democracia (también en letras mayúsculas) y otras similares. Y con las
pasiones humanas.
Digo esto porque personajes políticos, preferentemente de izquierda,
repiten este mantra: ‘Luchamos por alcanzar la democracia real’. Ahí
está el fondo del asunto. El Santo Grial. Se trata de algo misterioso, a cuya
búsqueda merece dedicar la vida, aun sabiendo que dicha búsqueda pueda resultar
infructuosa. Búsqueda vinculada al rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda.
Pero no sólo a ellos.
Algo parecido sucede con la búsqueda de la ‘justicia real’ o la
‘libertad real’. Las ideas supuestamente liberadoras de la izquierda
emancipatoria resuenan en el corazón de los hombres buenos (y las mujeres, por
supuesto), año tras año, siglo tras siglo. No importan los repetidos fracasos.
Lean, si tienen dudas, ‘El libro negro del comunismo’ para ver la dimensión del
trágico y ensangrentado fracaso de la utopía comunista.
Pero ciertas ideas pueden más que los hechos. Esta vez, dicen los
incondicionales acólitos, nosotros lo haremos mejor. Esta vez conseguiremos la
sociedad justa. Y así seguimos. Por eso puede aparecer un señor como Pablo
Iglesias y otros, ofrecer el oro y el moro, con perdón, y conseguir multitudes
enfervorizadas. La eterna infancia. Es la falsa idea de que, al fin, podremos
conseguir la justicia ‘real’, la democracia ‘real’, y la eliminación de la
corrupción. Todo muy barato porque pagarán los ricos.
Pero no es cierto. Cuesta mucho, por lo visto, asumir que lo más que
podemos hacer es caminar trabajosamente cuesta arriba. Mejorar paso a paso. Y
que, en cualquier momento de distracción o de estupidez, podemos caer hacia
abajo dando tumbos. Pero no, la mentalidad infantil predomina.
Nos dice J.F. Revel: ‘Fue necesaria la regresión económica, el
empobrecimiento del pueblo, el desastre de los servicios públicos, la parálisis
de las administraciones, plagas flagrantes en 1977 y 1978 que sumieron al Reino
Unido en el caos...’ Todo esto tuvo que pasar para que una sociedad moderna
y con gran experiencia democrática como la británica, apoyara la llamada
‘revolución liberal’ encabezada por Margaret Thatcher y castigara el fracasado
y ruinoso laborismo.
Aquí, en España, no tuvimos bastante con el funesto Zapatero. Ahora
algunos quisieran volver al paraíso de progreso con Pablo Iglesias, admirador
de Fidel Castro y Chavez. Porque Iglesias solucionará nuestros problemas, como
antes Zapatero. ¿Por qué caemos en los mismos errores y no aprendemos del
pasado? Por la ingenua e infantil creencia en la liberación verdadera.
Decía Kant: ‘Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales
tantos hombres continúan siendo con gusto menores de edad durante toda la
vida...’
En España tenemos un
buen ejemplo de cobardía. Una minoría de criminales- los terroristas de ETA-
tuvieron en vilo a toda una sociedad, durante más de cuarenta años. En vez de
superar el miedo, la sociedad española- en buena medida- prefería las
‘soluciones políticas’. Una delicada manera de referirse a una rendición, que
pusieron de moda políticos de progreso, intelectuales orgánicos y los
incontables mediocres de todos los partidos.
Pero los criminales no son tontos, son malos. Y se dan cuenta cuando una
sociedad está atemorizada y pueden exigirle lo que una sociedad digna no
estaría dispuesta a ceder. Cobardía vinculada al autoengaño. Es decir, si somos
buenos con los criminales y cedemos en lo que nos exigen, no nos matarán más. Y
esta vergonzosa e indigna claudicación se vestía de prudencia, tolerancia y pacifismo.
Y el otro pernicioso
vicio, la pereza, nos lleva a creer en promesas descabelladas, que nos traerán
bienes y ventajas sin esfuerzo. Seamos, pues, perezosos. Es decir, no quiero
despertar y darme cuenta de que los avances sociales, económicos, culturales,
etcétera, exigirán el continuo e inteligente esfuerzo de generaciones.
En fin, sigamos siendo niños aún siendo adultos. Dejémonos engañar por
los vendedores de crecepelo, como Iglesias y similares. El ‘mundo feliz’ está
aquí, al alcance de la mano. Ya no habrá pobreza, ni injusticias, ni
corrupción. Ni recortes.
Además de lo dicho, es decir, ideas salvadoras y milagrosas que
nos conducirán sin esfuerzo, a una sociedad estupenda, tenemos pasiones
permanentes en la naturaleza humana. Ya estaban en la época de los carruajes y
las galeras. Y se mantienen, ahora, con Internet y los viajes espaciales. Me
refiero, entre otras, a la avaricia. Esto
es lo que citaba al principio. La burbuja volverá. No aprendemos del pasado.
Es cierto, alguna gente consigue madurar y acepta convertirse en adulto.
Pero esto supone asumir que nuestro mundo es el de la imperfección e
incertidumbre. Supone asumir que podemos avanzar, por supuesto, pero con
dificultades, trabajo y esfuerzo continuados. No hay milagros. Resulta
patético que muchos que desprecian la religión, con aires de superioridad,
siguen embobados con los falsos milagros que prometen los demagogos sin
escrúpulos. O sea, ‘el cambio’. Y si hace falta, el ‘cambio del cambio’. Todo a
precios rebajados.
Es triste decirlo, pero los burros no tropiezan dos veces en la
misma piedra.
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/28/Enero/2016.)
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