sábado, 28 de marzo de 2009

¿ZAMPAR Y FOLLAR?


Pedro-Juan Viladrich | Actualizado el 28/3/2009 - (LaNacion.es)

¿ZAMPAR Y FOLLAR?

Forma parte de la decadencia cutre la renuncia a la objetividad y la grima hacia lo que los clásicos llamaron "la verdad de la cosa". Esta aversión tiene su origen en que "la cosa" es terca, pues la realidad es la que es y no la que te conviene que sea. El progre-cutre no tiene pensamiento, sino etiquetas. Forman manada que está obligada a tapar o barrer a las otras manadas. Un día, alguien fanático, creyendo que mi conferencia encajaba en su etiqueta y prejuicio, se atrevió a elogiarme en público diciendo "es uno de los nuestros". Le desmentí de inmediato esa propiedad, porque me sentí insultado con tal asociación a cualquier mesnada. El etiquetado -los prejuicios- es contrario a la libertad y objetividad del pensar. Y forma parte de la mentalidad cutre, ausente la razón recta y libre, la fanática apologética de lo que haga y diga el jefe de la manada, el papanatismo sectario pagado e interesado, la manipulación y la mentira... y "lo que haga falta y como sea". Es decir, la sustitución de la verdad por la propaganda. Quienes hacen este cambalache -sea quien sea- nos desprecian, nos tienen por tontos y siervos.

¿Cómo evitar que sigan tomándonos por mansos imbéciles? Afinando nuestra sensibilidad hacia "la verdad de la cosa" mediante entrenamientos. Para abrir boca, hoy les propongo "el caso del zampar y del follar". Tenemos, por nuestra condición corporal, dos instintos básicos: nutrirnos y reproducirnos. Así que vámonos al comer y al yacer.

Es evidente que nacemos con mucha hambre, pero sin saber comer. El instinto de nutrirse es muy fuerte. Renueva su compulsión varias veces al día y hace llorar al bebé de modo tan inconsolable y altanero que, aunque sólo fuera por callarle, le damos pecho y lo que haga falta. Ya de adultos, por dar de comer a nuestros hijos, somos capaces de todo, hasta robar y matar. Nutrirse es, además, un instinto muy terco y perseverante. Nos dura toda la vida. Dicho esto, vamos al grano. El hambre instintiva se educa. ¿Por qué? Sencilla y simplemente, porque no sólo somos un cuerpo animal, sino más exactamente un cuerpo personal. Es decir, se nos enseña a comer, en general en familia y de la mano pacientísima de nuestras madres. A eso, con todo rigor, le podemos llamar "humanización del instinto de nutrirse". Y "humanizar" significa encauzarlo, disciplinarlo, remodelarlo mediante valores buenos, bellos y veraces. Apropiados y dignos al ser persona. La personalización de nuestra vida se hace en gran medida con ciertos valores o bienes que los olvidados clásicos llamaron "virtudes". Como suena. Nada de comer cualquier cosa, a cualquier hora, sin medida y con manos, pies y boca, chorreando los morros sin servilleta. El comer humanizado es selección de alimentos sanos y gustosos, horario disciplinado, orden entre las viandas, medida o dosis en cada una, es gastronomía, dietética y muchas buenas formas de la cortesía: los cubiertos y platos, la mantelería y la cristalería, y "el pásame, por favor, el pan" o "el usted, por favor, primero". En la mesa, decimos, se conoce a la persona. Hoy, el instinto nutritivo está inmerso en tal cultura de la disciplina y del gimnasio -como consecuencia de la idolatría del cuerpo magro- que para muchos es cuaresma todos los días del año y florece una industria de "los alimentos sanos", del "cero grasas y azúcares" y de "la fibra que te alivia cada día" con miles de adeptos confesos y militantes. ¡Ay con el zampar y su gula! En eso, hasta los progres, se ponen a régimen.


La sexualidad es el otro instinto básico. Su impulso aparece años más tarde que el hambre y se atenúa en la tercera edad. Sabemos que el viejo, impotente desde hace años, sigue teniendo hambre canina a poco que le dejemos en ayunas un par de días. Como el nutritivo, también el instinto sexual ha de "humanizarse", pues siendo impulso del cuerpo personal, necesita inyecciones de significados y valores propios de la condición y dignidad de la persona. A diferencia del nutritivo, que toca la propia supervivencia corporal a través del aparato digestivo y del metabolismo, el instinto sexual es mucho más íntimo y mucho más interpersonal.

Por dos grandes razones, bastante obvias a una mente objetiva. La primera es que contiene las fuentes de la vida humana, es decir, el colosal poder de engendrar otras personas. No hay mayor poder sobre la tierra. La segunda es que, a diferencia, del alimento y el estómago, la condición sexual es capaz de manifestar al partner la intimidad personal ( por eso, también, la puede esconder, falsear o evadir de forma muy especial) y generar todo un universo de afectos profundos e intensos entre hombre y mujer. Alguno verdaderamente excelente y máximamente personal: el amor. Pero, como ocurre con el hambre, nacemos necesitados de amor, pero nada capacitados o maduros para amar, para darnos y acoger de verdad.

El sexo, dejado al criterio del puro deseo, tiende a ser caprichoso y volátil, insaciable y codicioso, manipulador y egocéntrico. Puede degenerar en formas múltiples de violencia psíquica y física ¿Por qué? Porque la sexualidad humana, por personal, busca ser don al otro. De manera que su perversión consiste en convertirla en apropiación del otro mediante la afirmación dominativa y posesiva de uno mismo. Cuando la sexualidad corta su dirección amorosa y gira en el remolino de la autosatisfacción del deseo, esa sexualidad se nos deshumaniza. Y eso es, en su meollo, la lujuria. Si no fuera porque la humanización de nuestro impulso sexual nos obliga a abnegaciones íntimas y duras -donde es el alma y no sólo el estómago la que se disciplina-, todos estaríamos de acuerdo, sin más, en que el impulso sexual requiere una "humanización" imprescindible y muy exquisita. Por su gran intimidad afectiva. Por su magno poder de engendrar.

En definitiva y en breve síntesis, eso es lo que Benedicto XVI ha dicho en África a propósito de la sexualidad. Que debemos humanizarla, educarla en su significado personal y amoroso. Y ha añadido otra obviedad, que la experiencia de los hechos demuestra, que una sexualidad personal y amorosa es un muro de contención para las enfermedades de transmisión sexual y la pandemia del sida. Hasta en Harvard le han dado la razón por boca del doctor Edward C. Green, uno de los mayores expertos mundiales en sida.

Puedo comprender que "humanizar", según virtudes personales, el zampar y el follar sea arduo. Que educar esos instintos para convertirlos en el saber comer y en el buen amor sea senda estrecha llena de tropiezos, escuela de humildades y vuelta a empezar. Pero esta humanización sí que es, de suyo, un progreso de civilización y una mejora extraordinaria de cada persona. Lo que me aburre hasta la náusea, lo que insulta mi sentido común e inteligencia, es que cuatro cutre-progres pagados pongan verde al pobre Benedicto XVI simplemente porque es cura, el cura primado, el jefe de los católicos. A mí lo que me interesa es si lo que dice es verdad. Lo demás -las etiquetas y prejuicios, las mesnadas y manadas- me aburren hasta la náusea. Me quitan de cuajo las ganas de comer y de holgar.

1 comentario:

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