viernes, 24 de abril de 2009

CHICAS DE SILICONA.





CHICAS DE SILICONA.

Hideo Tsuchiya es un empresario japonés que fabrica muñecas sexuales, con altos niveles de perfección, desde hace más de treinta años. Las chicas que ‘produce’ tienen una apariencia de realismo desconcertante. Su éxito es tal que un rico cliente de Osaka, ha comprado cien chicas de silicona. Pero lo más importante son los comentarios del propio Hideo:


Los japoneses ven a la mujer como algo de su propiedad. Cuando ésta le es infiel la decepción es absoluta y el amor se convierte en odio hacia todo el género femenino. Por ello, estos hombres prefieren mantener sexo con un ‘agujero de silicona’.


Si Hideo tiene razón, y los japoneses enganchados a la silicona son una pequeña minoría, no pasa de ser una desviación sexual más. Lo realmente preocupante sería que este comportamiento fuese mayoritario. De momento, lo reduciremos al ámbito japonés. Sin plantearnos que estas reflexiones puedan ser aplicables a la mayoría de los hombres del planeta.


Supongamos que la monogamia no es solamente una cuestión cultural sino evolutiva, inscrita en nuestro ADN. De este modo, el macho se aseguraría la paternidad sobre las crías y las defendería frente a sus enemigos. Esta supuesta estrategia evolutiva de los seres humanos no tiene que coincidir (y no coincide) con la de otros animales, como los chimpancés, por ejemplo. Éstos suelen matar a las crías de otra hembra, cuando se apropian de ella.


Sea como sea, la reproducción monogámica ha tenido repercusiones en el comportamiento sexual de hombres y mujeres, control sexual de la mujer, en las ideas dominantes sobre las relaciones humanas, formas de propiedad y en el aseguramiento y distinción de la descendencia propia frente a la ajena. Pero lo que ahora me interesa es la posible repercusión que la generalización de estos artilugios sexuales construidos por Hideo, pueda tener en las relaciones entre hombres y mujeres.


Por supuesto, estas relaciones no pueden entenderse en abstracto. Uno de los cambios más importantes del siglo XX ha sido el de la llamada ‘liberación de la mujer’. Por ejemplo, la píldora anticonceptiva ha facilitado la llamada ‘revolución sexual’. O la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. O su incorporación masiva al trabajo. Estas, y otras cosas, han facilitado la promoción femenina en todos los ámbitos sociales, una mayor autosuficiencia económica y una mayor libertad.


Pero en todos los cambios hay luces y sombras. Por ejemplo, la revolución sexual no trató de reformar nada, sino que se propuso eliminar las normas existentes. En pocas palabras, lo revolucionario era que el amor libre sustituyera al matrimonio. Nada de normas, porque éstas eran la muestra de la opresión milenaria del hombre sobre la mujer. Esta actitud contracultural (anómica) no ha tenido éxito. Como no lo tuvieron las famosas ‘comunas’ hippies, en las que el amor libre, la sacralización de lo común y el rechazo de lo privado no produjeron armonía sino conflicto.


Volvamos a la silicona. Si fuera cierto que una minoría de japoneses actúa así ¿cómo entender su conducta? ¿Por qué tienen miedo de las mujeres japonesas? Suponiendo que el diagnóstico de Hideo sea cierto, se trataría de una pérdida. Creen que las mujeres son de su propiedad, y al perderlas (porque ellas les dejan o les son infieles) sufren una gran decepción. Y no quieren sufrir. Dado que tienen exigencias sexuales, tratan de satisfacerlas con chicas de silicona. No son seres humanos, pero no dan problemas.


Ahora bien, los seres humanos somos problemáticos. Tanto los hombres como las mujeres. Pensemos en la película ‘El coleccionista’, de W. Wyler, con T. Stamp y S. Eggar como principales actores. El protagonista es un introvertido empleado de Banco que se siente víctima de la sociedad. También es coleccionista de mariposas. Su vida cambia cuando le toca la lotería y aparece en él un intenso deseo sexual, que le lleva a secuestrar a una joven por la que se siente atraído desde hace tiempo. Compra una casa en las afueras de la ciudad y retiene a la chica en el sótano.


Ahí tenemos un ejemplo de una persona ‘en propiedad’. La protagonista no es libre. Freddie es el dueño de la casa y de la chica. Pero al ser ‘propietario’ de la chica no puede conseguir lo que persigue. ¿Qué persigue? Que la chica le quiera.


El amor que Freddie persigue, solamente lo podrá conseguir, tal vez, en libertad. El y ella tienen que ser libres y, tal vez, aparezca el amor. O, tal vez, aparezca el desamor. Son los riesgos de la libertad. Pero no podemos ‘hacernos’, ‘construirnos’, como seres humanos, en una torre de marfil, ni en una jaula. Aunque sea de oro. La vida nos dará golpes y tendremos que superarlos. Tratar de esquivar a la vida es un error. Produce seres inmaduros. Niños perpetuos.


En ‘El miedo a la libertad’, E. Fromm nos mostraba los problemas y las angustias del hombre moderno. Salir del claustro materno, salir de la comunidad primigenia, nos deja desnudos frente a la sociedad. Y puede aparecer el miedo a ejercer la propia libertad. Es decir, pueden aparecer los mecanismos de evasión, para no mirar de frente a la vida. Para no asumir las propias responsabilidades. Como someterse a un líder, o integrarse en una tribu.


De ahí que la sobreprotección que muchos padres ofrecen a los hijos sea perjudicial para su desarrollo como seres libres y responsables. Amar y sufrir, caer y levantarse, formular un proyecto de vida y luchar por él. Y no rendirse jamás. Es mejor que una chica de silicona. Aunque no sea impertinente porque no puede hablar, ni pueda engañarnos, y tenga un cuerpazo. De silicona.


Sebastián Urbina.

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