domingo, 26 de abril de 2009

LAS RISAS DE ZAPATERO.




LAS RISAS DE ZAPATERO.

Aunque probablemente no entendiera qué le estaba reprochando Rajoy, las risas de Zapatero ante el incremento del diferencial de la deuda española con el bono alemán exteriorizan uno de los vicios más graves en los que está incurriendo no sólo el Gobierno español, sino en general todos los Estados del mundo: el mito en la omnipotencia estatal.

Uno a uno, todos los portavoces parlamentarios han reprochado a Zapatero que no haya gastado el suficiente dinero en dar cobertura a los parados, en inyectar más liquidez en el mercado, en subvenciones a los sectores en crisis o en crear más infraestructuras públicas. El propio presidente del Gobierno se ha desmelenado y ha prometido incrementar la cobertura a todos los parados "sea cual sea su número".

Resulta increíble que casi nadie se escandalice ante este tipo de promesas que son más propias de un fanfarrón tabernero que de un supuesto estadista. El Estado no crea riqueza, sólo la redistribuye; dicho de otra manera, todo el dinero que obtiene procede de las rentas que previamente han generado los agentes privados de la economía.

¿Y qué sucedería si un número muy significativo de los agentes económicos se quedara desempleado o quebrara? Pues simplemente que los ingresos del Estado se desmoronarían. ¿Acaso el Gobierno podría, en este contexto, seguir sufragando los subsidios de una población crecientemente desempleada? Obviamente no, de donde no hay no se puede sacar; por mucho que se empeñen, por mucho que quieran hacernos creer que el Estado tiene capacidad para generar riqueza de la nada.

¿Por qué entonces los políticos se empeñan en prometer aquello que no pueden cumplir? ¿Por qué exigen más y más gasto durante las crisis si la capacidad financiera del Estado se resiente precisamente durante estos períodos? Aunque en parte simplemente están recurriendo a la propaganda más descarnada, hay otra parte de la explicación que resulta aun más preocupante: nuestros gobernantes se creen –es decir, no son conscientes– que el Estado tiene capacidad para gastar de manera ilimitada.

Sólo así se explica tanto la verborrea despilfarradora que estamos padeciendo como los onerosos planes de dispendio público que ya han sido aprobados. Y también así se explica que Zapatero se ría de que el diferencial de la deuda española con respecto a la alemana se haya incrementado.

El mercado no comparte el diagnóstico de nuestros políticos. Los agentes económicos son conscientes de que los Estados no son invulnerables y de que pueden quebrar, de ahí que exijan una mayor rentabilidad a las Administraciones menos solventes.

Zapatero se ríe, pero son los ciudadanos quienes padecen las consecuencias de su incompetencia y de su ignorancia. Ya que el Estado es omnipotente, parece que el gasto público puede incrementarse tanto como deseen los políticos. No, y no conviene que pensemos así, porque lo que necesitamos es justamente lo contrario: un adelgazamiento del sector público en todos los frentes, esto es, menos gasto público y menos impuestos.

Juan Ramón Rallo es director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado.

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