FELICIDAD, CONSUMISMO, CAPITALISMO.
He oído, en más de una ocasión, que a pesar del aumento de la riqueza en los países capitalistas, la gente no es ahora más feliz. Se lo he oído a gentes de izquierdas. Pero también a gentes de derechas ‘comprometidas’. Ya se sabe que las izquierdas, por definición, están comprometidas, de modo que no hace falta decirlo.
¿Por qué la gente no es más feliz a pesar de haber aumentado su riqueza? Esto se debería, dicen ellos, a la intrínseca maldad del capitalismo. ¿En qué consiste? En hacernos creer que necesitamos cosas que, realmente, no necesitamos. Y caemos de bruces en la trampa consumista. ¿Por qué es malo el consumismo?
Vayamos por partes. Primero nos preguntaremos por la felicidad. ¿Qué es? ¿Existe en los países comunistas como Cuba y Corea del Norte? ¿Existía en los paraísos comunistas de Hungría y Alemania Oriental, los dos países con más alta tasa de suicidio de Europa? Para tomarnos en serio la crítica izquierdista anunciada al principio, deberían decirnos cuándo, cómo y dónde la gente era feliz. Y en qué consistía su felicidad.
Pero no pueden responder porque no lo saben. Entonces ¿a qué viene la crítica? A que están pensando en la utopía. En la utopía izquierdista todos son felices y comen perdices. Así de sabios son. Sobrevuelan la realidad. Tal vez por esto se creen moralmente superiores. Y para no darse el batacazo siempre tienen que estar sobrevolando. O sea, estar instalados en las nubes. Permanentemente.
Veamos lo que nos dice Baudrillard: ‘Las necesidades que expresamos a través del mercado no reflejan ningún deseo real subyacente, sino que son una manera de conceptualizar nuestra participación en el sistema simbólico... las necesidades existen sólo porque el sistema las necesita’.
Soy consciente de que esta cita puede provocar más de un multiorgasmo de izquierdas. Una vez repuestos de la impresión, tratemos de escudriñar qué es eso del ‘sistema’.
El sistema es una especie de Dios. Mejor dicho, una especie de Satanás. Lo puede todo y está detrás de todo. Una especie de hidra maligna de mil cabezas. Pero su rasgo más importante es que se trata de ‘un todo represivo’. Muy sutil, por cierto, ya que no necesita campos de concentración para ejercer sus funciones. El sistema es tan malvado e ingenioso que produce, en la población, una ‘conciencia masificada’. Dicho esto, ya estamos en condiciones de ver a los ciudadanos tal como son en realidad. Una manada indiferenciada de ovejas obedientes, conformistas y consumistas. O sea, con conciencia masificada. Ahí es nada.
Para ver mejor este esquema, recordemos la película ‘American Beauty’. En ella se pueden distinguir, claramente, dos grupos. Por una parte, están los fachas, o sea, los conformistas, consumistas y reprimidos sexuales. Por otra parte, están los buenos, los inconformistas, los rebeldes contraculturales. Fuman porros y follan a mansalva. Recuerden que eso del follaje es una obsesión progresista. Piensen en Bibiana Aido (y ahora la señora Geli de la Generalitat) y su propuestas vagino-labiales, petting, y los talleres de masturbación. Es que no paran.
Bien, ya hemos identificado a los ciudadanos-oveja que están sometidos al sistema. El siguiente paso es crear necesidades falsas en las gentes para que trabajen como burros y consuman obsesivamente. Dada esta perversa situación, se puede entender que no exista felicidad entre las gentes. Y si creen ser felices es que están, todavía, más alienados de lo que pensábamos. ¡Dios mío!
De ahí que la auténtica felicidad consista (para el rojerío contracultural) en hacer todo lo contrario de lo que quiere el sistema. O sea, no dar ni chapa, transgredir las normas, tener la bragueta abierta todo el día, drogas experimentales, música alternativa, teatro alternativo, etcétera.
Uno de los antecedentes de esta visión rebelde contracultural la podemos encontrar en A. Huxley. En su obra, ‘Un mundo feliz’, se había conseguido la felicidad por medio de una completa manipulación de las conciencias. Huxley llegó a decir que ‘el soma es la religión del pueblo’. Ahora, el consumo alienante y competitivo se habría convertido en el moderno opio del pueblo. Consumo al que se resisten heroicamente, por supuesto, los rebeldes contraculturales.
Estos rebeldes antisistema, en los años sesenta, se organizaron en ‘comunas’. Su intento de crear un ‘mundo feliz’ al margen de la sociedad real, fue un rotundo fracaso. Podríamos decir que fue una especie modernizada de los falansterios de Charles Fourier, que eran unas comunidades rurales supuestamente autosuficientes.
¿Qué inventarán ahora los rebeldes contraculturales para ser auténticamente felices y no estar contaminados por el neoliberalismo que nos invade? Una alternativa de ahora mismo es apuntarse a la renovación de la izquierda propuesta por Almudena Grandes y el exrector Berzosa. Ya han anunciado que invocarán el espíritu de Lenin. Éxito asegurado. Ni chocolate, ni anfetas, ni subvenciones, ni Memoria Histórica. ¡Lenin! ¡Con un par!
Ya lo saben, o Zapatero o Lenin revisitado. Es lo que da de sí la izquierda. ¡Anímense!
Sebastián Urbina.
1 comentario:
Dios nos pille confesados...
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