SÓLO HAY UNA NACIÓN POLÍTICA: LA ESPAÑOLA.
ÁNGEL DE ANTONIO
—Con la Constitución de 1812, «La Pepa», toma cuerpo el más avanzado constitucionalismo europeo. ¿Qué se ha perdido de aquel espíritu liberal, democrático, igualitario...?
—Muchas cosas. El inequívoco compromiso ciudadano con la mejor ordenación de su «Res publica», pues en Cádiz arranca la moderna historia constitucional española, y la grandeza de miras de unos representantes políticos, que tratan de superar diferencias y rencillas para establecer unas bases políticas con las que regular de forma avanzada la organización del Estado y los derechos y libertades de sus ciudadanos. Una Nación que se hace carne, y que sintetiza sus anhelos de libertad e igualdad en 1812. Siguiendo la espléndida obra de Stefan Zweig, estamos ante unos «Momentos estelares» de la Historia.
—¿Fueron las Cortes de Cádiz, al modo de Stendhal, un espejo en el camino hacia la libertad?
—Creo que podríamos decir algo semejante. Por lo demás, así lo disponía explícitamente el artículo 4 de la Constitución de 1812, que obligaba a conservar y proteger, a través de leyes sabias y justas, la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de los ciudadanos, que no súbditos como en el Antiguo Régimen, que componían la Nación española. Cádiz asume el mejor reconocimiento del bellísimo mandato de la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: «Toda sociedad en la que no se reconocen los derechos fundamentales, ni el principio de separación de poderes, carece de Constitución». Cádiz deja una imborrable huella.
—El benefactor carácter constitucional gaditano no se agota en 1812.
—Desde luego que no. Fue enorme su influencia y autoridad en el constitucionalismo iberoamericano y europeo. Muchos de sus mejores contenidos perviven en la Constitución de 1978. A saber, la Nación española como único sujeto del poder constituyente, el reconocimiento de los derechos y libertades de la persona como contenido axiológico intangible y la noción de Soberanía nacional como fundamento constitucional.
—¿Y las violaciones encubiertas?
—Creo que nuestra Constitución está bien asentada, por más que no hayamos sido capaces de desarrollar el anhelado y pendiente sentimiento de afecto constitucional. Pero ojo con las espurias mutaciones constitucionales (pues quienes las pretenden no disfrutan de las mayorías políticas para ello) que, sin modificar el texto de la Constitución, pueden desvirtuar gravemente nuestros principios y valores constitucionales: no hay más Nación política que la española, la soberanía nacional corresponde al pueblo español en su integridad, la igualdad entre ciudadanos en cualquier parte del territorio, y la ontológica distinción entre la idea de Soberanía, atribuida del pueblo español, y la noción de Autonomía, propia de las Comunidades Autónomas.
—No caben, pues, cosoberanías ni relaciones paritarias entre la Nación española y sus Autonomías.
—Por supuesto que no. No hay más que una Nación política: la española. La soberanía reside en el pueblo español en su conjunto, y no en parte de secesionistas desmembrados territorios. Como aclaró el Tribunal Constitucional, en su sentencia 4/1981, autonomía no es soberanía. Dejémonos de aventuras suicidas y de embrollos imposibles, mientras perseveramos en los éxitos, conjuntos y solidarios, de esta España constitucional, que bebe en las fuentes de hace 200 años.
—¿Qué queda por hacer?
—Mucho. En la escuela, la familia, el Estado. Como decía el artículo 7 de la Constitución de Cádiz, «todo español está obligado a ser fiel a la Constitución y a obedecer las leyes». Estamos, sin duda, ante una asignatura pendiente. Nos queda un relevante «machadiano» camino por andar. (ABC)
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