domingo, 8 de abril de 2012

APROVECHADOS. CAT






 






SIN UNIDAD NO HAY PROSPERIDAD.

Día 08/04/2012
En la Constitución de Cádiz también acertaron cuando decidieron suprimir las aduanas interiores. Aquellos economistas que las asesoraban, como Álvaro Flórez Estrada y Canga Argüelles, decidieron que uno de sus artículos debería plantear la unidad económica interior de España. Las aduanas deberían quedar relegadas a los puertos y a las fronteras. Era natural. Un mercado necesita ser grande para ser eficaz en lo económico. Su ruptura supone siempre la decadencia.

Cada vez que estallaba una gran unidad económica, por ejemplo la del imperio austrohúngaro, como señala Hetz, todas y cada una de sus partes retrocedieron económicamente. ¿Y cuál fue la base, en cambio, de la opulencia alemana? La puesta en marcha de la Zollverein, la unión aduanera que anticipa, con su opulencia evidente, a la unión alemana que hoy existe, y que ha superado desde entonces situaciones dramáticas como dos colosales derrotas y, cuya culminación presente ha sido la entrada de los Länder de la llamada República Democrática Alemana, la oriental, en el conjunto germano tras la caída del muro de Berlín.

La base de tal opulencia ahora en los Estados Unidos radicó, cabalmente, en que Lincoln se negaba al separatismo económico de los Estados del sur. Es de recordar que Samuelson, al contemplar cómo se disponía, empobrecida a enfrentarse Europa, en 1947, a la Guerra Fría, declaró: «¡Naturalmente! ustedes, por el pequeño tamaño de sus mercados, tienen continuamente presente el dilema de ¡cañones o mantequilla!, mientras que nosotros, en los Estados Unidos, al tener un mercado grande podemos decir ¡cañones y la vaca entera!». Precisamente eso es lo que en el interior de cada una de las naciones se plantea.

Ampliación de mercados

Fue Allyn Young quien, al contemplar definitivamente una realidad iniciada intelectualmente por Pigou en 1912 en su «Wealth and Welfare», en 1928 publicó un célebre artículo en «The Economic Journal» donde, al estudiar los rendimientos crecientes y el progreso económico, consagró para siempre las ventajas que se derivan de una ampliación de los mercados, estos que son dañados cada vez que surgen aduanas interiores.

Por eso, al contemplar la realidad de España, en enero de 1935, en un famoso artículo aparecido en la revista alemana «Weltwirischaftliches Archiv», cómo señaló que, si el mercado es pequeño, «los costes industriales son altos; porque es pequeño, no queda maquinismo ni racionalización; porque es pequeño, las industrias han de nacer con protección y desarrollarse aumentando esa protección; porque es pequeño, la industria perfeccionada no puede tener arraigo, porque es pequeño, la industria trabaja en condiciones de crédito malas».

Fortaleza económica

«Un mercado necesita ser grande para ser eficaz. Su ruptura supone siempre la decadencia»

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Así es como se puede originar, con toda amplitud, un mercado cada vez más ramplón, ese que tiene límites escasos. En «The Negro Problem» lo explicó muy bien el premio Nobel de Economía Myrdal, cuando planteó la posible generación de lo que llamaba «causación acumulativa negativa» esto es, una mala situación económica que alarmaba por sí misma, por empeorar continuamente y, empeoraba, lo hacía hasta convertirse en más deprimida aún, y así, sucesivamente. Esto es lo que asimismo se llama, sin índole de todo su entorno teológico, el «efecto Mateo», porque en este evangelio se lee: «Al que tuviere, le será dado, pero al que no tuviere, aún ese poco que tiene le resultará quitado».

Los viajantes

Dentro de España, y basándose en la no existencia de barreras arancelarias, florecieron instituciones muy popularmente conocidas, como la de los viajantes, y su complemento: una red bancaria que permitía, sin dudas de ningún tipo, descontar una letra de cambio en una tienda de Extremadura o de Asturias en favor de un industrial catalán.

Exactamente cuando se perdió, en 1898, buena parte del mercado de Cuba y Puerto Rico fue la opinión pública catalana la que clamó por una garantía de que tenía que ser suyo, sin traba alguna, el mercado peninsular. Santiago Rusiñol, en «L'auca del senyor Esteve», acertó como nadie a exponer ese deseo catalán.

Lo que se dice para Cataluña, ansiosa por mantener la seguridad del mercado español sin trabas de ningún tipo, puede decirse de todas y cada una de las regiones nacionales, ahora políticamente convertidas en autonomías. Cualquier escisión de una sola sería un daño definitivo económico para ella y, por supuesto, para todas las demás. No compensaría, ni de lejos, cualquier intento neoforalista, que como nos ha mostrado Cánovas del Castillo, fue un intento para liquidar definitivamente la III Guerra Carlista. Es hora, para España, y desde luego en lo económico, de que demos paso a aquellos párrafos de Valle-Inclán en «Tirano Banderas»: «Liguémonos a un fin único de fraternidad, limpias las almas del egoísmo que engendra el tuyo y el mío».

JUAN VELARDE FUERTES
PREMIO PRÍNCIPE DE
ASTURIAS DE ECONOMÍA.
(ABC).

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UNIDAD Y PATRIOTISMO.


El profesor Juan Velarde ha escrito un interesante artículo en el que loa las claras ventajas económicas de la unidad (en este caso de España) frente a los sueños separatistas. No hay duda de que esto es así, pero me parece que el problema, así planteado, es claramente insuficiente.


Ya que su artículo va dirigido especialmente (aunque no exclusivamente) a los catalanistas, diré algo concreto al respecto. El artículo del profesor Velarde les 'ofrece' ventajas económicas a los catalanistas (que son los que mandan en Cataluña) para que sigan en España. De mala gana y con mala cara.


O sea, que seguimos en la senda de contemplar a España como un instrumento. Como una vaca con las ubres llenitas. ¡Venid catalanistas y chupad de las ubres españolas! Cuando las ubres estén escuálidas, en consecuencia, estarían cargados de razón para marcharse. O sea, que los catalanistas estarían a las maduras pero no a las duras. A las duras solamente los españoles decentes. Los españoles indecentes y los separatistas sólo a las maduras.


Pues no. No me interesa. Repito lo que dijo Albert Boadella: 'Que se larguen de una puta vez! Si sólo quieren estar con nosotros porque les conviene (la pela es la pela) no les quiero a mi lado. No quiero pagar impuestos para que se aprovechen de ellos. No quieren a España. La desprecian. Se ríen de ella y, de paso, de los españoles. Nos insultan.


¿Y tenemos que pedirles, 'rodilla en tierra' que se queden a chupar del bote? Ni soñarlo. O aceptan de buena gana, y con el patriotismo exigible, el proyecto común llamado 'España', o que se vayan a freir espárragos. O butifarras. No queremos desleales, chantajistas y victimistas.


¡Joder, qué tropa!


Sebastián Urbina.

 

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