Ocho apellidos vascos (película española)
2014. Director:
Emilio Martínez Lázaro. Guión: Borja Cobeaga, Diego San José.
Reparto: Dani
Rovira, Clara Lago, Carmen Machi, Karra Elejalde, Alfonso Sánchez, Alberto
López, Aitor Mazo, Lander Otaola.
El protagonista es un
joven sevillano de familia acomodada que conoce a una chica vasca en la Feria
de Sevilla. Se enamora perdidamente de la protagonista femenina pero cuando
ésta regresa al País Vasco, él se da cuenta de que tendrá que ir a buscarla si
no quiere perderla.
Se enfrenta a un lugar desconocido, con unas costumbres diferentes, y trata de pasar desapercibido, haciéndose pasar por vasco. Hay un intento de boda, entre los protagonistas que resulta frustrado. Él se marcha solo a Sevilla. Al final, la chica se va a Sevilla a buscarle. Triunfa el amor.
Se enfrenta a un lugar desconocido, con unas costumbres diferentes, y trata de pasar desapercibido, haciéndose pasar por vasco. Hay un intento de boda, entre los protagonistas que resulta frustrado. Él se marcha solo a Sevilla. Al final, la chica se va a Sevilla a buscarle. Triunfa el amor.
La película, ‘Ocho apellidos vascos’, puede verse
como una versión divertida del ‘problema vasco’. Desde esta perspectiva, la
película consigue su presunto objetivo. Hacer pasar un rato agradable y divertido
al espectador.
Hace caricatura de los rasgos supuestamente conocidos
de andaluces y vascos. Los prejuicios suelen tener éxito. Permiten conocer,
falsamente y fácilmente, una determinada realidad. Por ejemplo, los vascos, los
andaluces, los italianos, etcétera.
Está claro que no existen ‘los vascos’. ¿Qué tienen
en común, por ejemplo, Maite Pagazaurtundúa y Otegui? En el País Vasco- Las
Vascongadas- hay de todo. La política dominante, con la ayuda de las pistolas,
ha tratado y trata de que haya un solo País Vasco. El que los nacionalistas quieren. A
través de la enseñanza, prensa, radio y televisión subvencionadas y
controladas. Y las pistolas.
Esto no aparece en la película porque la película no
pretende representar la realidad. Pretende divertir al espectador y lanzar una
idea: el amor puede triunfar en cualquier circunstancia.
En
la tragedia de W. Shakespeare, Romeo y Julieta, se nos cuenta la historia de
dos enamorados que se casan secretamente, pesar de la oposición de sus
respectivas familias, los Capuletos y los Montescos. De todos modos, la
importancia y el odio de las familias facilitan el fracaso de este amor, lo que
lleva a los amantes al suicidio.
En ‘Ocho apellidos vascos’ hay un final feliz. No se
trata de una tragedia sino de una comedia. Y el odio de las familias, no es
tal. La película es entretenida y, en general, ágil. Los tópicos facilitan la
complicidad de los espectadores. El que sea un éxito de taquilla puede deberse,
no solamente a que es divertida sino, además, a que mucha gente está harta de
los problemas de los ‘territorios comanches’. Y quiere reírse un rato. Aunque,
al final, una vez fuera del cine, los problemas sigan igual que antes.
Y
Mariano Rajoy siga centrado en la prima de riesgo. Y haya soltado al asesino
Bolinaga. Y se haya excarcelado, a gran
velocidad, a peligrosos criminales gracias al TEDH. A pesar de lo que decían
Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional. Tribunales españoles. Que deben ser unos
juristas malísimos que no se enteran de nada. Y muchas cosas más que no viene
al caso recordar.
Volviendo a la película, parece que habrá, en el próximo
futuro, ‘Ocho apellidos catalanes’ y, probablemente, será otro éxito de
taquilla.
No parece que ‘Ocho apellidos vascos’ pueda ser una
catarsis para el espectador, porque es una comedia. La catarsis, por el contrario, es la facultad de la
tragedia de "purificar" al espectador de sus propias bajas pasiones,
al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el
castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él
mismo.
Comparemos, por ejemplo, 'El infierno vasco' de Iñaki
Arteta con ‘Ocho apellidos vascos’. Sólo con leer algunas declaraciones del
director vasco podemos ver que su película sí puede producir en el espectador
la catarsis de que hablaba: "La izquierda ha ido creando una cultura de
que algo se debería a los vascos para que hubiera un grupo que asesinara".
Solamente con leer esto se tienen escalofríos.
Dejando aparte la repulsiva estupidez de los que tal cosa defendían y, me temo,
que todavía defienden. Y con esto no quiero decir que la película de Arteta sea
mejor o peor que la de Martínez Lázaro. No. Lo que quiero decir es que una está
para divertirnos y la otra para implicarnos en un dramático problema del que no
somos ajenos. Porque ser ajeno a esta tragedia, o pretender serlo, ya plantea
un serio problema moral. El problema moral de los que se desentienden de las
injusticias y miran para otro lado.
Como nos lo recuerdan estos versos de Martin
Niemoller:
"Primero vinieron a buscar a los comunistas y no
dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".
En todo caso, bienvenida sea ‘Ocho apellidos vascos’.
Es bueno reir. Pero siempre que no se olvide que, además de una comedia, hay un drama.
Sebastián Urbina.
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