(VAYA POR DELANTE MI DESPRECIO POR EL ACTUAL PP Y PSOE.
Uno puede entender, aunque no lo justifique, que los separatistas antiespañoles no quieran llamar 'patria' a España. En realidad estamos acostumbrados a que, al referirse a España, la llamen, 'puta España', 'el pedregal' u otros insultos. A pesar de todo, ustedes PP/PSOE, les han dado todo tipo de concesiones y les han pasado la mano por el lomo. Para que estén contentos.
Esto quedará en su conciencia. Si es que la tienen.
Pero lo que es del todo inadmisible es que el Presidente del gobierno de España les diga a los separatistas antiespañoles que si no quieren llamar 'patria'- a España- la podemos llamar 'futuro'.
O sea, que don Mariano les da una salida para tenerlos contentos. Ahora podemos llamar a España, 'futuro'.
Ya no tengo palabras para manifestar mi desprecio.
PD. Los socialistas son, incluso, peores. Que ya es decir.)
Por qué Mas puede ganar (y España perder)
A una identidad
que se afirma sólo se puede responder proponiendo una identidad más atractiva.
Al anhelo de una patria sólo se puede responder ofreciendo una patria más
fuerte.
Nos han vendido que el Parlamento
español ha “tumbado” el proyecto separatista del nacionalismo catalán. Nos lo
dicen los mismos –y con la misma voz campanuda- que tratan de persuadirnos de
que “ETA está derrotada”. Pero sólo se engaña quien se quiere engañar. Lo que
ha pasado en las Cortes ha sido, simplemente, un episodio para consumo interno
de la propia clientela. PP y PSOE tratarán de demostrar a sus fieles –catalanes
incluidos- que el Estado es fuerte y a la vez dialogante.
Los separatistas, por
su parte, exhibirán ante su parroquia el espectáculo de los bravos astérix
defendiendo en Roma la libertad de su pequeña aldea gala frente a la cerrazón de
los intolerantes patricios. Todos creen ganar. Pero el único que en realidad
gana es Mas, que con este aquelarre parlamentario ha llevado el conflicto a una
fase nueva: ahora el Estado acepta discutir la independencia, y eso es la
primera vez que pasa. Viviremos en este nuevo escenario durante los próximos
años.
¿De verdad alguien pensaba que el
proyecto de Mas consistía en vencer en Madrid y que, por tanto, ahora todo
terminó? ¡Por favor…! Lo que Mas pretendía era forzar a “Madrid” a aceptar la
independencia catalana como algo digno de debate. Y, de paso, evaluar la
capacidad de resistencia del enemigo. Es una viejísima táctica: lanzar
continuamente ataques de alcance limitado para calibrar la solidez del
contrario y descubrir sus grietas. El separatismo catalán lleva más de un siglo
haciendo eso (sólo un siglo, sí: desde las Bases de Manresa de 1892; lo de 1714
no se lo creen ni ellos). La respuesta de España ha sido variable según las
épocas. La del sistema de 1978 siempre ha sido pusilánime, y la de este
miércoles debe de haber abierto inusitadas esperanzas en la grey separatista.
¿Por qué? Porque ha puesto de manifiesto la inexistencia de una voluntad de
victoria en el Estado.
Me limito a recoger la declaración
doctrinal de Rajoy en el debate: “A todo esto, a todo lo que nos unió en 1978 y
que nos une todavía hoy, a todo esto, vagamente, sentimentalmente, sin ningún
afán trascendental, lo llamamos patria. Pero si a ustedes no les gusta, podemos
llamarle futuro". Dicho de otro modo: España es un producto del consenso
de 1978, no es una patria sino de forma vaga y sentimental, no posee afán
trascendental alguno y en realidad sólo vale como apuesta de futuro (¿de qué
futuro?). Zapatero dio el tono cuando describió la nación española como algo
discutido y discutible, y Rajoy le ha superado con esta relativización expresa
de la patria. Si yo no supiera que España es otra cosa, si yo no tuviera otro
concepto de mi patria, ahora mismo me haría separatista.
El episodio es altamente revelador
porque pone en evidencia la principal grieta de la España de hoy: su
incapacidad para ofrecer un horizonte de patria, su miedo a construir una
identidad fuerte como comunidad política, su complejo para otorgar un sentido
trascendental al orden democrático. Es una grieta que no existe en Francia, en
Italia, en los Estados Unidos o en Rusia. Es una grieta típica de la España de
hoy, de la España del 78. Y por esta grieta se disponen a entrar los bárbaros.
No hay comunidad política sin identidad
colectiva. No hay legalidad democrática sin legitimidad histórica. A una
identidad que se afirma sólo se puede responder proponiendo una identidad más
atractiva. Al anhelo de una patria sólo se puede responder ofreciendo una
patria más fuerte. A la identidad que han construido los separatismos
–identidad en buena medida artificial, pero no por ello menos eficiente- y a la
invención de una patria nueva sólo se puede responder reafirmando la identidad
nacional española y reavivando el sentido del patriotismo en nuestro pueblo.
Frente a lo que piensa nuestra clase política, disolver la identidad nacional
española o desdeñar el patriotismo español no va a rebajar la amenaza
separatista, sino que, al revés, la va a intensificar, porque significa desprenderse
de lo único que cabalmente garantiza la unidad nacional. El miércoles, en las
Cortes, lo único que PP y PSOE enseñaron es su miedo a decir “España”.
Los nacionalistas catalanes y vascos
quieren construir sus respectivas patrias. Se podrá juzgar descabellado, pero
el propósito es perfectamente viable si España renuncia a ser patria a su vez.
En esas estamos. Por eso Artur Mas puede ganar. ¡Y lo sabe!
(José Javier Esparza/La Gaceta)
OTRO ENFOQUE
Por qué Mas puede ganar (y España perder)
A
una identidad que se afirma sólo se puede responder proponiendo una
identidad más atractiva. Al anhelo de una patria sólo se puede responder
ofreciendo una patria más fuerte.
Nos
han vendido que el Parlamento español ha “tumbado” el proyecto
separatista del nacionalismo catalán. Nos lo dicen los mismos –y con la
misma voz campanuda- que tratan de persuadirnos de que “ETA está
derrotada”. Pero sólo se engaña quien se quiere engañar. Lo que ha
pasado en las Cortes ha sido, simplemente, un episodio para consumo
interno de la propia clientela. PP y PSOE tratarán de demostrar a sus
fieles –catalanes incluidos- que el Estado es fuerte y a la vez
dialogante. Los separatistas, por su parte, exhibirán ante su parroquia
el espectáculo de los bravos astérix defendiendo en Roma la libertad de
su pequeña aldea gala frente a la cerrazón de los intolerantes
patricios. Todos creen ganar. Pero el único que en realidad gana es Mas,
que con este aquelarre parlamentario ha llevado el conflicto a una fase
nueva: ahora el Estado acepta discutir la independencia, y eso es la
primera vez que pasa. Viviremos en este nuevo escenario durante los
próximos años.
¿De verdad alguien pensaba que el
proyecto de Mas consistía en vencer en Madrid y que, por tanto, ahora
todo terminó? ¡Por favor…! Lo que Mas pretendía era forzar a “Madrid” a
aceptar la independencia catalana como algo digno de debate. Y, de paso,
evaluar la capacidad de resistencia del enemigo. Es una viejísima
táctica: lanzar continuamente ataques de alcance limitado para calibrar
la solidez del contrario y descubrir sus grietas. El separatismo catalán
lleva más de un siglo haciendo eso (sólo un siglo, sí: desde las Bases
de Manresa de 1892; lo de 1714 no se lo creen ni ellos). La respuesta de
España ha sido variable según las épocas. La del sistema de 1978
siempre ha sido pusilánime, y la de este miércoles debe de haber abierto
inusitadas esperanzas en la grey separatista. ¿Por qué? Porque ha
puesto de manifiesto la inexistencia de una voluntad de victoria en el
Estado.
Me limito a recoger la declaración
doctrinal de Rajoy en el debate: “A todo esto, a todo lo que nos unió en
1978 y que nos une todavía hoy, a todo esto, vagamente,
sentimentalmente, sin ningún afán trascendental, lo llamamos patria.
Pero si a ustedes no les gusta, podemos llamarle futuro". Dicho de otro
modo: España es un producto del consenso de 1978, no es una patria sino
de forma vaga y sentimental, no posee afán trascendental alguno y en
realidad sólo vale como apuesta de futuro (¿de qué futuro?). Zapatero
dio el tono cuando describió la nación española como algo discutido y
discutible, y Rajoy le ha superado con esta relativización expresa de la
patria. Si yo no supiera que España es otra cosa, si yo no tuviera otro
concepto de mi patria, ahora mismo me haría separatista.
El
episodio es altamente revelador porque pone en evidencia la principal
grieta de la España de hoy: su incapacidad para ofrecer un horizonte de
patria, su miedo a construir una identidad fuerte como comunidad
política, su complejo para otorgar un sentido trascendental al orden
democrático. Es una grieta que no existe en Francia, en Italia, en los
Estados Unidos o en Rusia. Es una grieta típica de la España de hoy, de
la España del 78. Y por esta grieta se disponen a entrar los bárbaros.
No
hay comunidad política sin identidad colectiva. No hay legalidad
democrática sin legitimidad histórica. A una identidad que se afirma
sólo se puede responder proponiendo una identidad más atractiva. Al
anhelo de una patria sólo se puede responder ofreciendo una patria más
fuerte. A la identidad que han construido los separatismos –identidad en
buena medida artificial, pero no por ello menos eficiente- y a la
invención de una patria nueva sólo se puede responder reafirmando la
identidad nacional española y reavivando el sentido del patriotismo en
nuestro pueblo. Frente a lo que piensa nuestra clase política, disolver
la identidad nacional española o desdeñar el patriotismo español no va a
rebajar la amenaza separatista, sino que, al revés, la va a
intensificar, porque significa desprenderse de lo único que cabalmente
garantiza la unidad nacional. El miércoles, en las Cortes, lo único que
PP y PSOE enseñaron es su miedo a decir “España”.
Los
nacionalistas catalanes y vascos quieren construir sus respectivas
patrias. Se podrá juzgar descabellado, pero el propósito es
perfectamente viable si España renuncia a ser patria a su vez. En esas
estamos. Por eso Artur Mas puede ganar. ¡Y lo sabe!
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