(Los graves males que sufre España se deben a múltiples causas, pero hay una que destaca por encima de las demás.
La cobardía, mediocridad e irresponsabilidad de los dos partidos supuestamente nacionales, el Partido Popular y el PSOE.
Los separatistas no son los principales responsables. Cualquiera que no fuese un imbécil político podía esperar de ellos, deslealtad y traición. Y así ha sido. Pero esta gentuza antiespañola no hubiera podido hacer tanto daño sin el permiso, activo o pasivo, del PP/PSOE.
Como dijo Dashiell Hammet a un tribunal macartista: «no tengo palabras para manifestar mi desprecio a este tribunal».
DESPRECIO A LOS RESPONSABLES.
XENOFOBIA ANTIESPAÑOLA.
No
hay peor ciego que el que no quiere ver, y esa «Comisión Estatal contra la
violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte» no ha
querido ver que el espectáculo en el Camp Nou fue exactamente eso: un despliegue cuidadosamente planeado y brillantemente ejecutado de
xenofobia («odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros», Diccionario
de la RAE) contra todos los españoles, incluidos los catalanes y vascos que se
sienten también españoles, que son más que los que silbaban y desgañitaban
contra sus símbolos, pero que se hallan amedrentados ante el avance impune de
unos nacionalistas que se creen dueños no sólo de su territorio, sino también
de cuantos viven en él.
Con
la rúbrica de la inmensa pancarta Jota ke irabazi arte (Dale duro hasta vencer)
con que Eta solía –o suele, pues aún no se ha disuelto– terminar sus
comunicados. Todo ello amparado en la cobardía –otro de
los rasgos de Eta– del anonimato multitudinario y en la sonrisita sardónica de
Artur Mas. Por no hablar de la ceguera y sordera del árbitro, que en su
informe calificó de «normal» el comportamiento del público y no apreció
«ningún» incidente. Claro que también escribió que el encuentro había tenido
lugar en «San Mamés», lo que le incapacita incluso para ser portabalones.
Si la
Federación Española de Fútbol ha multado y cerrado parcialmente por cuatro
partidos el estadio del Sevilla por los incidentes en su grada Norte durante el
encuentro contra el Athletic de Bilbao, obligándole a poner en ella un mensaje
de condena a los actos violentos, racistas, xenófobos e intolerantes en el
fútbol, no creo que sea exagerado, sino más bien
benévolo, cerrar el Camp Nou y San Mamés por cuatro partidos, por la
conducta de sus aficionados contra los ciudadanos de la nación donde se
encuentran. Con la multa correspondiente y sin cobertura de televisión. Ya verían ustedes cómo los clubes se
andarían con mucho más cuidado en adelante, pues donde más les duele –en
realidad, el único lugar donde les duele- es en el bolsillo, que es el de sus
directivos.
Lo
que nos lleva al verdadero culpable de tan triste asunto: la Federación
Española de Fútbol, y su ya casi eterno presidente Ángel María Villar. Una Federación que sabía lo que se estaba preparando, pero no hizo nada
para evitarlo, que calló como una muerta cuando ocurrió, que echó el balón
fuera (nunca mejor dicho) una vez ocurrido, dejándolo a los pies de la Comisión
Antiviolencia, que a su vez se lo ha pasado a la Fiscalía. Tal dejación de funciones, falta de responsabilidad y cobardía exige
una acción inmediata por parte del Gobierno, que no necesita acudir a la
Justicia, al tratarse de un asunto administrativo: se destituye a esos señores
y basta. Si la Justicia norteamericana, que los ha citado a declarar por
los sobornos y corrupciones de la FIFA, no les echa antes el guante. A fin de
cuentas, votaron por la continuación de Blatter, el capo de los capos, que si
se pone a hablar no deja títere con cabeza.
(José Maria Carrascal/ABC)
LENTO SUICIDIO DE ESPAÑA.
No es la primera vez que ocurre. A lo largo de la
Historia, España ha protagonizado varios intentos de suicidio con la misma fiera determinación con la que en otras
ocasiones ha llevado a cabo gestas transformadoras del mundo. Nunca como en
estos años, empero, tuvo en su mano tantos triunfos susceptibles de impulsarla
hacia un futuro luminoso y los dilapidó en el afán de liquidarse al mismo
tiempo como nación, sociedad y proyecto compartido de progreso colectivo.
Vista desde la
distancia geográfica y emocional que proporciona el alejamiento físico, España
es hoy un país en trance de descomposición avanzada cuya deriva produce pena,
estupefacción, preocupación e incredulidad a partes iguales. Una realidad antaño sólida que se diluye cual
azucarillo en un magma corrosivo. Explicar a un extranjero el porqué de lo que
nos está sucediendo resulta prácticamente imposible. ¿De verdad no quieren ser
españoles tantos catalanes, vascos y ahora también navarros y valencianos,
dotados de amplias competencias autonómicas y beneficiarios de las ventajas que
otorga pertenecer a la UE? ¿Cómo es posible que en el aeropuerto de Barcelona
el castellano sea la tercera lengua, detrás del catalán y el inglés? ¿Realmente
ha ganado las elecciones a la alcaldía de la Ciudad Condal la líder de un
movimiento antidesahucios conocida por encabezar escraches y decidida a
inclumplir las leyes que ella considere injustas?
¿Los dos grandes partidos
de izquierda y derecha vertebradores de la nación han llegado a tal grado de
podredumbre que ven a sus tesoreros, presidentes autonómicos, ministros y
cargos públicos, algunos todavía en activo, presos o imputados ante la Justicia
por robar a los contribuyentes? ¿Apoyan los electores de forma significativa a
fuerzas que se niegan a condenar el terrorismo y hasta lo justifican con mayor
o menor impudicia? ¿Respaldan a grupos entusiastas de regímenes liberticidas
como el chavismo? ¿Todo eso sucede en un país llamado España, con un pasado
determinante en la Historia Universal, una cultura no menos influyente, un
formidable potencial parejo a su privilegiada posición en el mapa y una
modélica transición de una dictadura a una democracia hace apenas cuarenta
años? Al interlocutor versado en política le cuesta encajar tanto «sí» en un
esquema argumental lógico.
Y es que por las venas de España corren venenos de
acción lenta, aunque letal, que nosotros mismos segregamos: corrupción, ignorancia, revanchismo,
relativismo, cainismo, envidia, abuso de poder, picaresca, amiguismo,
sectarismo, cobardía... Venenos para los cuales producimos antídotos
únicamente en las situaciones extremas, dejando que vuelvan a fluir en cuanto
pasa el peligro. Ahora hemos llegado a un punto de enfermedad terminal debida a
la acumulación de tóxicos.
Ni el PSOE, ni el PP ni tampoco IU, y mucho menos los
nacionalistas, se han mostrado capaces de poner coto a una corrupción desmedida que ha laminado la confianza de los gobernados en
los gobernantes y dado alas de gigante al «sálvese quien pueda» territorial. La respuesta de Podemos a este colapso es
un vaso lleno de odio y revancha que pretenden hacernos tragar a todos, a
fin de «socializar» la miseria de la que ellos se nutren para lanzar su
definitivo asalto al cielo de la democracia. Ciudadanos vacila a la hora de
tomar partido, atrapado en sus propias exigencias, obligado a elegir entre lo
malo y lo peor sin contar tampoco entre sus filas con la experiencia y la
excelencia que serían necesarias. Y
así vamos avanzando, derechos a la consunción, lastrados por la herencia que
dejó un Zapatero devastador, compendio de ineptitudes, y la que ha acumulado en
tres años este Tancredo Rajoy, campeón del inmovilismo.
(Isabel San Sebastián/ABC)
5 comentarios:
No quiero que me suiciden y menos el tipo de personajes que lo pretenden. Ni brillo, ni ideas altas, ni nada que valga la pena destacar en los libros. Un mosquito puede matar a un elefante.
Despreció todo el del mundo. Pedir que se rindan cuentas también. Es hora.
Si el fútbol se ha convertido en la ocasión única para la jauría es que algo hay en este deporte.
Quisiera si me lo permite hacer una recomendación, la película "El manantial" de King Vidor, 1949. Aunque sea parte de propaganda de los valores fundacionales de EEUU tiene diálogos y secuencias que no tienen desperdicio y vendrían al caso (deformadas por la cutrez general actual, la victoria de algo que allí se enuncia en su nivel de desarrollo y podredumbre máximos).
Muy buena película.
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