AUTORIDAD, PERSUASIÓN Y
COACCIÓN.
‘La autoridad hay
que merecerla, siendo un ejemplo para los hijos y alumnos que se siga por
persuasión y no por coacción’. Dice Javier Gomá, filósofo y director de la
Fundación Juan March.
Estoy en desacuerdo con
esta declaración del filósofo Gomá. ¿Qué es la autoridad? Centrémonos solamente
en dos casos. Primero, los mencionados implícitamente en la cita inicial, los
padres y los profesores. Utilizaré la acepción 5ª del diccionario RAE, en
referencia a la ‘autoridad’:
‘Persona revestida
del algún poder, mando o magistratura’.
Vamos a suponer que
este ‘poder o mando’ tiene que ser merecido, tal como dice el filósofo Gomá.
Distinguiré dos categorías, los menores de edad y los mayores de edad. Pongamos
el caso de Pepito, el hijo menor de una familia compuesta por padre, madre y
dos hijos. Pepito tiene siete años.
Su hermano mayor, Luis,
tiene dieciocho. Sus padres le dieron permiso para ir de excursión con varios
amigos y amigas. Regresarán a media tarde, antes de que caiga la noche. El problema aparece porque Pepito, también quiere ir. Sus padres no se
lo permiten porque sólo tiene siete años. Además, tuvo recientemente una gripe
que le hizo guardar cama cinco días y, todavía, está débil. Pero Pepito no
atiende a razones y sus padres no consiguen persuadirle. Después de una agria
discusión, los padres le prohíben ir a la excursión. ¿Qué hacer?
Si atendemos a lo dicho
por el filósofo Gomá, los padres carecen de autoridad porque no han conseguido
persuadir a su hijo. Y ya se sabe, la autoridad hay que merecerla. En vez de
persuasión han utilizado la prohibición. No merecen la autoridad que ejercen,
según Gomá.
Para clarificar el
problema, parece conveniente introducir aquí el ‘paternalismo’. ¿Qué es el
paternalismo? Se suele entender como la acción de (A) que impide que (B) haga
lo que desea, en beneficio del propio (B). Parece claro que el paternalismo
supone una limitación de la autonomía individual. Por decirlo de otro modo, se
supone que (A) sabe lo que le conviene a (B) mejor que el propio (B).
No me cabe duda de que
toda persona de espíritu liberal considerará que el paternalismo es inaceptable
cuando se refiere a personas mayores de edad. Al menos en una sociedad
democrática, no parece aceptable que alguien pretenda saber lo que le conviene
a los demás, y lo imponga.
Volvamos a los hijos.
¿Qué pasa con los hijos pequeños? ¿Deben ser libres de hacer lo que quieran si
sus padres no les han persuadido? Para ser breves, me parece un disparate. Si,
por ejemplo, un niño quiere comer un kilo de bombones, sus padres harán muy
bien si se lo prohíben. En el caso de que la persuasión no sea suficiente. Con
lo que el problema quedaría reducido a las personas mayores de edad.
Si las personas mayores
de edad no están sujetas a ciertas limitaciones y obligaciones específicas,
nadie tiene el mando para ordenar a los demás lo que no quieren hacer. Aparte
el código penal. Esta sería la regla general. Ahora bien ¿qué pasa, por
ejemplo, con los estudiantes mayores de edad?
Supongamos que dos
estudiantes mayores de edad tienen una amena charla en la clase. El profesor
les dice que se callen. Los alumnos le responden que esto es un ejercicio de
autoridad. Que ellos esperan persuasión. ¿No es esto ridículo? En cualquier
sociedad organizada aceptamos ciertas limitaciones a nuestra autonomía
individual. En otro caso, la sociedad quedaría paralizada con miles de
discusiones interminables.
Es típico, aunque no
exclusivo, de la izquierda confundir la autoridad con el autoritarismo. Por
otra parte, su idea de la igualdad como igualitarismo ha perjudicado el
rendimiento educativo de los escolares, como es de ver con los informes PISA.
Además, se extiende la moda de que los padres en vez de padres han de ser
‘amigos’ de sus hijos. En plano de igualdad, de tú a tú. Los profesores, por su
parte, han bajado de la tarima porque se han convertido en colegas de los
alumnos, y la tarima es ‘autoritaria’. Todos iguales. Además, todo es relativo.
Ninguna opinión es mejor que otra. Igualitarismo progresista.
Sin embargo, hay que
hacer todo lo contrario. Hay que introducir, en la escuela, la cultura del
esfuerzo, del trabajo, de la disciplina, de la excelencia, el respeto a la
autoridad del profesor y el respeto entre los propios estudiantes. Es el mayor
favor que podemos hacer a las jóvenes generaciones y a la sociedad en su
conjunto.
Por el contrario, no es
defendible el igualitarismo. Un espantajo falsamente progresista, porque comete
una grave injusticia contra el que se merece más, porque ha trabajado más,
porque tiene más méritos. El que sabe la asignatura merece mejor nota que el
que no se la sabe. Tratar igual a los desiguales es una grave injusticia, con
independencia de los perjudiciales resultados. En resumen, baja el nivel
general. Y en ese fracaso estamos.
Por otra parte,
tras la modificación realizada por la Ley 54/2007, el ejercicio de la patria
potestad se ejercerá en beneficio de los hijos, de acuerdo con su
personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica. O sea, el
legislador suprime el derecho de corrección que tenían los padres, según
establecía el artículo 154 del Código Civil.
Como dice J. Orrico,
catedrático de enseñanza secundaria: “Me
cabe el miserable orgullo de haber
predicho el desastre que se nos venía
encima.
Una educación que lo único que está logrando desde hace quince años –cuando se
implantó la LOGSE- es acabar con la sociedad española. Ahora nos vemos ante una
juventud que no sabe que sus actos tienen consecuencias e incapaces de “sacarse las castañas del fuego por sí mismos’’.
¿Sólo
persuasión? Si fuésemos exclusivamente seres racionales, probablemente sí. Pero
imponer esta ficción racionalista a la realidad, es perjudicial. Especialmente
para los supuestamente beneficiados. Los menores de edad.
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares, 13/Noviembre/2015.)
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