miércoles, 18 de noviembre de 2015

AUTORIDAD, PERSUASIÓN Y COACCIÓN.











AUTORIDAD, PERSUASIÓN Y COACCIÓN.



La autoridad hay que merecerla, siendo un ejemplo para los hijos y alumnos que se siga por persuasión y no por coacción’. Dice Javier Gomá, filósofo y director de la Fundación Juan March.

Estoy en desacuerdo con esta declaración del filósofo Gomá. ¿Qué es la autoridad? Centrémonos solamente en dos casos. Primero, los mencionados implícitamente en la cita inicial, los padres y los profesores. Utilizaré la acepción 5ª del diccionario RAE, en referencia a la ‘autoridad’:
Persona revestida del algún poder, mando o magistratura’.

Vamos a suponer que este ‘poder o mando’ tiene que ser merecido, tal como dice el filósofo Gomá. Distinguiré dos categorías, los menores de edad y los mayores de edad. Pongamos el caso de Pepito, el hijo menor de una familia compuesta por padre, madre y dos hijos. Pepito tiene siete años.

Su hermano mayor, Luis, tiene dieciocho. Sus padres le dieron permiso para ir de excursión con varios amigos y amigas. Regresarán a media tarde,  antes de que caiga la noche. El problema aparece porque Pepito, también quiere ir. Sus padres no se lo permiten porque sólo tiene siete años. Además, tuvo recientemente una gripe que le hizo guardar cama cinco días y, todavía, está débil. Pero Pepito no atiende a razones y sus padres no consiguen persuadirle. Después de una agria discusión, los padres le prohíben ir a la excursión. ¿Qué hacer?

Si atendemos a lo dicho por el filósofo Gomá, los padres carecen de autoridad porque no han conseguido persuadir a su hijo. Y ya se sabe, la autoridad hay que merecerla. En vez de persuasión han utilizado la prohibición. No merecen la autoridad que ejercen, según Gomá.

Para clarificar el problema, parece conveniente introducir aquí el ‘paternalismo’. ¿Qué es el paternalismo? Se suele entender como la acción de (A) que impide que (B) haga lo que desea, en beneficio del propio (B). Parece claro que el paternalismo supone una limitación de la autonomía individual. Por decirlo de otro modo, se supone que (A) sabe lo que le conviene a (B) mejor que el propio (B).

No me cabe duda de que toda persona de espíritu liberal considerará que el paternalismo es inaceptable cuando se refiere a personas mayores de edad. Al menos en una sociedad democrática, no parece aceptable que alguien pretenda saber lo que le conviene a los demás, y lo imponga.

Volvamos a los hijos. ¿Qué pasa con los hijos pequeños? ¿Deben ser libres de hacer lo que quieran si sus padres no les han persuadido? Para ser breves, me parece un disparate. Si, por ejemplo, un niño quiere comer un kilo de bombones, sus padres harán muy bien si se lo prohíben. En el caso de que la persuasión no sea suficiente. Con lo que el problema quedaría reducido a las personas mayores de edad.

Si las personas mayores de edad no están sujetas a ciertas limitaciones y obligaciones específicas, nadie tiene el mando para ordenar a los demás lo que no quieren hacer. Aparte el código penal. Esta sería la regla general. Ahora bien ¿qué pasa, por ejemplo, con los estudiantes mayores de edad?

Supongamos que dos estudiantes mayores de edad tienen una amena charla en la clase. El profesor les dice que se callen. Los alumnos le responden que esto es un ejercicio de autoridad. Que ellos esperan persuasión. ¿No es esto ridículo? En cualquier sociedad organizada aceptamos ciertas limitaciones a nuestra autonomía individual. En otro caso, la sociedad quedaría paralizada con miles de discusiones interminables.

Es típico, aunque no exclusivo, de la izquierda confundir la autoridad con el autoritarismo. Por otra parte, su idea de la igualdad como igualitarismo ha perjudicado el rendimiento educativo de los escolares, como es de ver con los informes PISA. Además, se extiende la moda de que los padres en vez de padres han de ser ‘amigos’ de sus hijos. En plano de igualdad, de tú a tú. Los profesores, por su parte, han bajado de la tarima porque se han convertido en colegas de los alumnos, y la tarima es ‘autoritaria’. Todos iguales. Además, todo es relativo. Ninguna opinión es mejor que otra. Igualitarismo progresista.

Sin embargo, hay que hacer todo lo contrario. Hay que introducir, en la escuela, la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la disciplina, de la excelencia, el respeto a la autoridad del profesor y el respeto entre los propios estudiantes. Es el mayor favor que podemos hacer a las jóvenes generaciones y a la sociedad en su conjunto.

Por el contrario, no es defendible el igualitarismo. Un espantajo falsamente progresista, porque comete una grave injusticia contra el que se merece más, porque ha trabajado más, porque tiene más méritos. El que sabe la asignatura merece mejor nota que el que no se la sabe. Tratar igual a los desiguales es una grave injusticia, con independencia de los perjudiciales resultados. En resumen, baja el nivel general. Y en ese fracaso estamos.

 Por otra parte, tras la modificación realizada por la Ley 54/2007, el ejercicio de la patria  potestad se ejercerá en beneficio de los hijos, de acuerdo  con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica. O sea, el legislador suprime el derecho de corrección que tenían los padres, según establecía el artículo 154 del Código Civil.  
  
Como dice J. Orrico, catedrático de enseñanza secundaria:  Me cabe el miserable orgullo de haber predicho el desastre que se nos venía encima. Una educación que lo único que está logrando desde hace quince años –cuando se implantó la LOGSE- es acabar con la sociedad española. Ahora nos vemos ante una juventud que no sabe que sus actos tienen consecuencias e incapaces de “sacarse las castañas del fuego por sí mismos’’. 

¿Sólo persuasión? Si fuésemos exclusivamente seres racionales, probablemente sí. Pero imponer esta ficción racionalista a la realidad, es perjudicial. Especialmente para los supuestamente beneficiados. Los menores de edad.

Sebastián Urbina.

(Publicado en ElMundo/Baleares, 13/Noviembre/2015.)



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