lunes, 2 de noviembre de 2015

NATURAL Y CULTURAL.











NATURAL Y CULTURAL.


Tendemos a creer que lo ‘natural’ es bueno. Más aún. La habitual expresión, ‘es natural’, suele implicar que, necesariamente, además de natural, es ‘bueno’.  

Pero esta creencia de sentido común plantea muchas dudas e interrogantes que, usualmente, se dejan de lado. ¿Para qué? Para seguir manteniendo la idea de que ‘natural’ implica ‘bueno’.

Por ejemplo, para algunas gentes, sajar el clítoris a las niñas es ‘natural’. Para otras, ahorcar a los homosexuales también es ‘natural’, o cortar las manos a los ladrones. ¿Deberemos aceptar estas conductas como ‘buenas’? Una respuesta, lamentablemente bastante habitual, nos dice que ‘todo es respetable’. ¿Quiénes somos nosotros (blancos represores) para decir a los demás lo que tienen que hacer, lo que es ‘bueno’ o ‘malo’?

No entraré en este camino, el del relativismo, que no es el objeto de este artículo. Sólo diré que la idea del relativismo normativo, la de que todas las tradiciones son igualmente respetables desde un punto de vista moral, es contradictoria. Por una parte, se dice que todo es relativo. Pero si ‘todo’ es relativo, estamos afirmando algo absoluto. Además, no es cierto que todo sea moralmente respetable.

Algunos limitan el relativismo a los participantes de una determinada tradición. Por ejemplo, sajar el clítoris a las niñas sería bueno, pero solamente para las tradiciones en que así se hacen las cosas. En cambio, para nosotros sería malo, porque creemos que es malo. Por supuesto, no tenemos derecho a intervenir en defensa de las niñas inocentes porque ‘todo es relativo’ y nosotros no somos nadie para dar lecciones.

Si aceptamos este planteamiento, resulta que las personas son esclavas de las tradiciones. ¿Por qué deberían serlo? Una posible respuesta es que las tradiciones son, por definición, buenas y justas. Sin embargo, hay que ser muy fanático para creer esto.  

Si, por el contrario, aceptamos que la libertad, el respeto, el conocimiento, la reflexión y el pluralismo (no el multiculturalismo) son buenos, tendremos que rechazar la visión anterior de las tradiciones. ¿Qué nos queda? Dado que nacemos y vivimos, inevitablemente, en alguna tradición, lo más sensato sería aceptarla, pero sólo en principio. ¿Por qué? Porque como seres libres, cultos e inteligentes que deseamos ser (los burros voluntarios absténganse) tratamos de justificar nuestra obediencia a las tradiciones que tenemos. O sea, ¿está justificado seguir obedeciendo una tradición determinada?

Claro que no todas son iguales. Algunas tradiciones consisten en una romería y una merendola, con cánticos y bailes ancestrales. Esto no hace daño a nadie. Pero las tradiciones que consisten en sajar el clítoris a las niñas o ahorcar a los homosexuales, ya no parecen tan irrelevantes. Nos obligan a formular y justificar un juicio moral.

Recapitulemos. El sujeto que comprende (usted o yo) no lo hace desde cero, sino que tiene detrás una historia, personal y social. Pero resulta que algunos conocidos filósofos, los llamados ‘filósofos de la sospecha’, Marx, Nietzsche y Freud, critican que exista un sujeto que comprende. ¿Qué quieren decir? Que el sujeto sería solamente la expresión de condicionantes ocultos. Por ejemplo, condicionantes sociales, económicos, ideológicos o morales. Encima, tendríamos un inconsciente que rige y domina los actos de la conciencia del sujeto. Eso decía Freud.

Pero ¿si el sujeto desaparece, quién reflexiona y comprende? Por supuesto, el sujeto, pero se trataría de un sujeto abrumado y aplastado por los condicionantes. Alguna vez habrán oído: ‘Pero él no tiene la culpa. La culpa es de la sociedad’. O apliquen el ejemplo a la educación actual. Si el niño no estudia no es culpa suya. Es de los papás, las mamás, los profesores, de un abuelo que le arreó unas collejas y, en fin, es culpa de la sociedad capitalista. Y así todo. Yo no soy responsable. Es la sociedad. Desaparezco como sujeto responsable.

 Y ya puestos, recordemos que Freud nos legó una visión aterradora de la sociedad. Resulta que la cultura es la antítesis de la libertad, porque supone la represión de nuestros instintos, de nuestros deseos primarios. ¿Qué solución tenemos? Aparte del suicidio, la de crear una nueva cultura. Y ahí estamos con el fenómeno más progresista que se puedan imaginar: la contracultura. ¿Qué nos ofrece?

 Marcuse, un icono del rojerío contracultural, dijo que la verdadera emancipación sólo llegaría si el Eros (la vida/la sexualidad/la contracultura/los porros) venciese al Tanatos (la muerte/el sistema/el conformismo). Por tanto, hay que ‘liberar la mente’ de las clases oprimidas y rechazar el sistema. De ahí que cualquier violación de las normas sociales convencionales sea vista, por los contraculturales, como una actuación ‘radical’. O sea, buena.

Recordemos a otro icono del rojerío, J.J. Rousseau: ‘El hombre nace libre pero en todos lados está encadenado’. ¿Por qué? Por las convenciones sociales. Los contraculturales han llevado al límite esta afirmación roussoniana. Frente a la opresión y el conformismo, la rebeldía contracultural quiere la auténtica emancipación de la humanidad. En cambio, la derecha, conformista y consumista, estaría sometida  las convenciones sociales.

Pasemos a la educación. ¿Para qué el esfuerzo, la disciplina o el mérito? ¿Para ser competitivo y ganar dinero? Típico de la derecha. Hay que sustituir estos objetivos por el diálogo, la interacción, el placer, las experiencias personales, la autoformación y el buen rollito. ¿Autoridad del profesor? Otra muestra de la opresión del sistema.

Un ejemplo de lo que digo es el libro ‘Educación para la Ciudadanía’, de C. Fernández, P. Fernández y L. Alegre, editorial Akal. ¿Qué nos dicen estos profesores progresistas? "El capitalismo es como un tren sin frenos que se acelera cada vez más. Camina, sin duda, hacia el abismo. Pero este abismo no es, como muchos marxistas imaginaron, su fin inevitable sino que dará paso al socialismo. […]

Esto es lo que se avecina si usted sigue sentado en el sillón, sin hacer nada, y esperando a que le emancipen solidariamente.

 Como dijo E. Burke: ‘Lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada’.

Sebastián Urbina.

(Publicado en ElMundo/Baleares, el 29 de Octubre 2015.)

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