NATURAL Y CULTURAL.
Tendemos a
creer que lo ‘natural’ es bueno. Más aún. La habitual expresión, ‘es natural’,
suele implicar que, necesariamente, además de natural, es ‘bueno’.
Pero esta
creencia de sentido común plantea muchas dudas e interrogantes que, usualmente,
se dejan de lado. ¿Para qué? Para seguir manteniendo la idea de que ‘natural’
implica ‘bueno’.
Por
ejemplo, para algunas gentes, sajar el clítoris a las niñas es ‘natural’. Para
otras, ahorcar a los homosexuales también es ‘natural’, o cortar las manos a
los ladrones. ¿Deberemos aceptar estas conductas como ‘buenas’? Una respuesta,
lamentablemente bastante habitual, nos dice que ‘todo es respetable’. ¿Quiénes
somos nosotros (blancos represores) para decir a los demás lo que tienen que
hacer, lo que es ‘bueno’ o ‘malo’?
No entraré
en este camino, el del relativismo, que no es el objeto de este artículo. Sólo
diré que la idea del relativismo normativo, la de que todas las tradiciones son
igualmente respetables desde un punto de vista moral, es contradictoria. Por
una parte, se dice que todo es relativo. Pero si ‘todo’ es relativo, estamos
afirmando algo absoluto. Además, no es cierto que todo sea moralmente
respetable.
Algunos
limitan el relativismo a los participantes de una determinada tradición. Por
ejemplo, sajar el clítoris a las niñas sería bueno, pero solamente para las
tradiciones en que así se hacen las cosas. En cambio, para nosotros sería malo,
porque creemos que es malo. Por supuesto, no tenemos derecho a intervenir en
defensa de las niñas inocentes porque ‘todo es relativo’ y nosotros no somos
nadie para dar lecciones.
Si
aceptamos este planteamiento, resulta que las personas son esclavas de las
tradiciones. ¿Por qué deberían serlo? Una posible respuesta es que las
tradiciones son, por definición, buenas y justas. Sin embargo, hay que ser muy
fanático para creer esto.
Si, por el
contrario, aceptamos que la libertad, el respeto, el conocimiento, la reflexión
y el pluralismo (no el multiculturalismo) son buenos, tendremos que rechazar la
visión anterior de las tradiciones. ¿Qué nos queda? Dado que nacemos y vivimos,
inevitablemente, en alguna tradición, lo más sensato sería aceptarla, pero sólo
en principio. ¿Por qué? Porque como seres libres, cultos e inteligentes que
deseamos ser (los burros voluntarios absténganse) tratamos de justificar
nuestra obediencia a las tradiciones que tenemos. O sea, ¿está justificado
seguir obedeciendo una tradición determinada?
Claro que
no todas son iguales. Algunas tradiciones consisten en una romería y una merendola,
con cánticos y bailes ancestrales. Esto no hace daño a nadie. Pero las
tradiciones que consisten en sajar el clítoris a las niñas o ahorcar a los
homosexuales, ya no parecen tan irrelevantes. Nos obligan a formular y
justificar un juicio moral.
Recapitulemos.
El sujeto que comprende (usted o yo) no lo hace desde cero, sino que tiene
detrás una historia, personal y social. Pero resulta que algunos conocidos
filósofos, los llamados ‘filósofos de la sospecha’, Marx, Nietzsche y Freud, critican
que exista un sujeto que comprende. ¿Qué quieren decir? Que el sujeto sería
solamente la expresión de condicionantes ocultos. Por ejemplo, condicionantes
sociales, económicos, ideológicos o morales. Encima, tendríamos un inconsciente
que rige y domina los actos de la conciencia del sujeto. Eso decía Freud.
Pero ¿si el
sujeto desaparece, quién reflexiona y comprende? Por supuesto, el sujeto, pero se
trataría de un sujeto abrumado y aplastado por los condicionantes. Alguna vez
habrán oído: ‘Pero él no tiene la culpa. La culpa es de la sociedad’. O apliquen
el ejemplo a la educación actual. Si el niño no estudia no es culpa suya. Es de
los papás, las mamás, los profesores, de un abuelo que le arreó unas collejas
y, en fin, es culpa de la sociedad capitalista. Y así todo. Yo no soy
responsable. Es la sociedad. Desaparezco como sujeto responsable.
Y ya puestos, recordemos que Freud nos legó
una visión aterradora de la sociedad. Resulta que la cultura es la antítesis de
la libertad, porque supone la represión de nuestros instintos, de nuestros
deseos primarios. ¿Qué solución tenemos? Aparte del suicidio, la de crear una
nueva cultura. Y ahí estamos con el fenómeno más progresista que se puedan
imaginar: la contracultura. ¿Qué nos ofrece?
Marcuse, un icono del rojerío contracultural,
dijo que la verdadera emancipación sólo llegaría si el Eros (la vida/la
sexualidad/la contracultura/los porros) venciese al Tanatos (la muerte/el
sistema/el conformismo). Por tanto, hay que ‘liberar la mente’ de las clases
oprimidas y rechazar el sistema. De ahí que cualquier violación de las normas
sociales convencionales sea vista, por los contraculturales, como una actuación
‘radical’. O sea, buena.
Recordemos
a otro icono del rojerío, J.J. Rousseau: ‘El hombre nace libre pero en todos
lados está encadenado’. ¿Por qué? Por las convenciones sociales. Los
contraculturales han llevado al límite esta afirmación roussoniana. Frente a la
opresión y el conformismo, la rebeldía contracultural quiere la auténtica
emancipación de la humanidad. En cambio, la derecha, conformista y consumista,
estaría sometida las convenciones
sociales.
Pasemos a
la educación. ¿Para qué el esfuerzo, la disciplina o el mérito? ¿Para ser competitivo
y ganar dinero? Típico de la derecha. Hay que sustituir estos objetivos por el diálogo,
la interacción, el placer, las experiencias personales, la autoformación y el
buen rollito. ¿Autoridad del profesor? Otra muestra de la opresión del sistema.
Un ejemplo de
lo que digo es el libro ‘Educación para la Ciudadanía’, de C. Fernández, P.
Fernández y L. Alegre, editorial Akal. ¿Qué nos dicen estos profesores
progresistas? "El capitalismo es
como un tren sin frenos que se acelera cada vez más. Camina, sin duda, hacia el
abismo. Pero este abismo no es, como muchos marxistas imaginaron, su fin
inevitable sino que dará paso al socialismo. […]
Esto es lo
que se avecina si usted sigue sentado en el sillón, sin hacer nada, y esperando
a que le emancipen solidariamente.
Como dijo E. Burke: ‘Lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan
nada’.
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares, el 29 de Octubre 2015.)
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