martes, 11 de noviembre de 2008

HEREDEROS DEL FRANQUISMO

Publicado el 11 Noviembre, 2008(MD)

Institutos y escuelas de Castro, Laredo, Santoña o Miranda de Ebro son conocidos ya como territorio ‘de los vascos’ en la enseñanza. Hay una nutrida colonia formada por decenas de profesores que salieron de Euskadi a partir de los años noventa, cuando se aprobaron las primeras leyes y decretos que marcaban la exigencia de la lengua vasca en las aulas. Muchos docentes vieron el futuro con temor y se apuntaron a los concursos de traslados para funcionarios, y los que no tenían plaza fija se presentaron a oposiciones estatales en busca de un destino fuera del País Vasco, pero lo más cerca posible de su domicilio. Otros intentaron aprobar los perfiles de euskera durante años, sin éxito, hasta que tiraron la toalla y se lanzaron en pos de huecos en centros de comunidades vecinas. Son los exiliados del euskera. La mayoría no se atreve a poner rostro ni nombre a su historia.

«Desde los años noventa se fueron seminarios enteros de Historia, Filosofía… Catedráticos de gran experiencia, de prestigio, buenos docentes. Aunque muchos eran funcionarios con plaza fija y les iban a liberar para estudiar euskera, no estaban dispuestos a renunciar a dar las clases en su lengua. Los conocimientos no se pueden transmitir de la misma forma en el aula en un idioma aprendido de mayor. Se perdió un gran capital humano», resume el profesor de Historia Pablo Gómez de Vicuña, miembro de CC OO, que vivió el traslado de muchos de sus compañeros a otros destinos. La ley de la Escuela Pública Vasca de 1993 y el posterior decreto de perfiles, en el que se establecía la obligatoriedad de sacar unos títulos concretos para ocupar las plazas en la red pública, dio el pistoletazo de salida a ese ’sálvese quien pueda’.

Nos cuenta Marta Fernández Vallejo, en un estupendo artículo de El Correo, que el grupo más numeroso de docentes vascos se ha asentado en Cantabria. Colegios y centros de Secundaria públicos de Laredo, Castro y Santoña, principalmente, junto a otros ubicados en poblaciones más pequeñas, cuentan en sus aulas con más de un centenar de profesores de la comunidad, sobre todo vizcaínos. «Con la implantación de los modelos lingüísticos en la escuela, la opción que nos dieron fue reconvertirnos o irnos», recuerda un profesor de 57 años que reside en Bilbao e imparte clases de Historia en el instituto Bernardino de Escalante, de Laredo. No quiere que aparezca su nombre. «Hago mi vida en Bilbao y no me atrevo. Todo lo que no es nacionalismo vive aún acomplejado en Euskadi. No hay libertad para hablar». Entre su centro y el que está en esa misma localidad, el Fuente Fresnedo, hay más de cincuenta enseñantes vascos.

Un goteo constante

Este docente trabajó durante 25 años en institutos y escuelas de la capital vizcaína, «a la puerta de casa». Estaba a gusto y nunca se le había pasado por la cabeza irse de Euskadi. «Intenté sacar los perfiles de euskera y no pude. Ya tenía más de 40 años. A partir de ese momento la alternativa era ser vejado, humillado y relegado -que nos retiraran de la docencia y nos dedicaran a algún puesto de cuidador de comedor o similar-, o marcharnos. No no hemos ido, nos echaron, nos obligaron a irnos», se lamenta.

Recuerda con tristeza «el goteo continuo» de profesores que se fueron durante esos años. «Ni la sociedad vasca, ni los partidos políticos, ni las asociaciones de padres, nadie reaccionó ni hizo la menor mueca. Nos íbamos de uno en uno, de cuatro en cuatro en algunos colegios y no pasaba nada. Nadie protestó. Para el Gobierno vasco fue una buena jugada porque se quitó de en medio a cientos de profesionales que eran un obstáculo en sus planes por no saber euskera, y dejábamos sitio para los jóvenes ya euskaldunes. Además, oficialmente nos íbamos porque queríamos, ya que nos daban la oportunidad de reciclarnos», añade aún dolido.

Consiguió plaza en Laredo en un concurso de traslados en 1996. Ahora va y viene a diario a su instituto desde Bilbao compartiendo el coche con compañeros vizcaínos. Cree que nunca se ha valorado «el coste humano» que supuso para el colectivo este exilio forzado. «Teníamos aquí nuestra familia, nuestros amigos, nuestra vida, tuvimos que pagar una factura personal muy alta». Subraya también el elevado «coste académico»: «Se fueron profesores con mucha experiencia y entraron a las aulas otros reciclados en euskera, con las limitaciones que supone dar clase en un idioma que no dominas. Pero al sistema educativo vasco eso no le importa nada. Tiene otras metas».

Si en Laredo la presencia vasca es grande, Castro es el destino más goloso y donde se concentra la comunidad más numerosa de profesores procedentes de Euskadi. En el instituto Ataulfo Argenta hay 29, el 36% de la plantilla, y en el José Zapatero Domínguez hay una veintena. Castro es el sueño de Koldo -que tampoco quiere que aparezca su apellido, a pesar de que vive en Málaga desde hace 9 años-. Es profesor de Dibujo en Secundaria. En los años noventa hacía sustituciones en la red pública vasca y esperaba para presentarse a unas oposiciones. «Estaba obligado a pasar primero el examen de perfil de euskera, pero mi nivel era bajo. Suspendí el primer intento», recuerda.

Koldo, que tenía entonces 42 años y una hija pequeña, le vio las orejas al lobo. «Si ya son difíciles unas oposiciones, como para aprobar también el euskera… Es doble pendiente cuesta arriba». Se presentó a las oposiciones en Andalucía y consiguió plaza en Málaga. Desde entonces, cada dos años, cuando se convocan los concursos de traslados, pide ilusionado una plaza en Castro. Sin éxito hasta ahora. «Es la forma de volver a vivir en mi tierra, en Barakaldo, aunque dentro de poco mis hijas estarán ya integradas aquí y no podré regresar», comenta con pena.

La ‘vía cántabra’ aún es la salida que les queda a profesores en activo en Euskadi: al colectivo de docentes sin perfil que llevan décadas en la enseñanza vasca, no tienen puesto fijo de funcionario y ahora viven de las sustituciones de unas plazas de castellano que se extinguen. Patxi de Diego tiene 51 años y acaba de presentarse a oposiciones en la comunidad cántabra. Lleva 26 años dando clases de Lengua Castellana en el País Vasco y perdió la estabilidad por no tener perfil de euskera. No tiene futuro en la red educativa vasca y ahora busca un hueco en institutos de Cantabria. «Los de castellano hemos tenido que emigrar, nos han obligado a irnos, nos han echado. ¿No es eso también una forma de ‘bullying’?», reflexiona indignado.
Vivir en Castro

En centros de Primaria y Secundaria de pueblos más pequeños, como Guriezo o Santoña, también es fácil encontrarse con docentes de Euskadi. Muchos se han quedado ya a vivir en Cantabria. Alfredo Vallejo, profesor baracaldés, da clases de Historia en un instituto de Santoña. «Esta zona es territorio de ‘los vascos’, es algo sabido ya en la comunidad educativa en Cantabria. He coincidido con compañeros que han sufrido mucho, que se vieron obligados a pedir destinos fuera porque no pudieron con el euskera», detalla. No es su caso. Tiene el EGA y pudo haber optado a una plaza aunque reconoce que le hubiese resultado «complicado» dar clases en euskera. Decidió opositar fuera de Euskadi, era más seguro, y logró plaza en la comunidad vecina. Alfredo se ha quedado a vivir en Castro, como una buena parte de los maestros que han conseguido destinos en Cantabria. «En Castro todos somos profesores vizcaínos o ertzainas», resume.

Los municipios burgaleses cercanos al País Vasco son otra de las salidas para los docentes que se van de la comunidad. Es el camino que tomó Vicente Carrión, profesor de Filosofía. Encaja en el grupo de los que apostaron en un principio por quedarse en su plaza e intentar aprobar el euskera. Estaba muy contento con su trabajo en un instituto de Secundaria de la capital alavesa, el Francisco de Vitoria. Aprobó la prueba oral de euskera, pero no superó el examen escrito. Era funcionario de carrera, tenía su plaza asegurada y se quedó a la espera de lo que le ofreciera Educación. No fue nada bueno. Su instituto mantuvo el modelo A, de enseñanza en castellano, y acabó por acoger lo que en el sistema educativo se denomina la ‘diversidad’: alumnos con necesidades especiales, los estudiantes con fracaso escolar y la inmigración. Su plaza de Filosofía en castellano desapareció. Durante un tiempo impartió clases de ‘Habilidades sociales’ en un módulo de FP. Después le tocó dar música y gimnasia a alumnos de ‘diversificación curricular’, los chavales con dificultades de aprendizaje. «Creí que podría adaptarme, pero no fue así. No era lo mío», comenta este docente guipuzcoano.

«Recuperé a Platón»

Carrión vio el futuro negro y en 2006 se presentó a un concurso de traslados para funcionarios. Cogió su último tren. Consiguió plaza en un centro de Secundaria de Miranda de Ebro. Con 50 años ha vuelto a dar Filosofía en Bachillerato. «He recuperado a mis ‘platones’ y ‘aristóteles’ y estoy encantado. Me ha supuesto una liberación», reconoce orgulloso. Recuerda que a su alrededor ha visto «un gran drama personal» durante los últimos años que estuvo en Vitoria. «A muchos les costó sangre, sudor y lágrimas el euskera. Gente mayor que se veía obligada a robar horas de estar con su familia para ir a clase y hacer los deberes del euskaltegi», relata.

Junto al sentimiento de haberse ido en silencio, sin protestar y sin que nadie moviera un dedo por ellos, los docentes en el exilio coinciden en que están satisfechos con unos destinos que consideran tranquilos. «La opción era estudiar euskera, que es como preparar otra vez unas oposiciones, o irme. No me lo pensé», recuerda una profesora de Matemáticas, vecina de Vitoria, que quiere ocultar su identidad. Logró una plaza en el instituto Montes Obarenes de Miranda de Ebro en 1990 y ahora se confiesa «encantada». «Los chavales aquí son como en cualquier otro sitio, pero te evitas todo ese rollo político. Y doy clases en mi lengua», añade.

Tiene sus pegas: «Tres cuartos de hora de ida y otros tantos de vuelta a diario; comer siempre fuera de casa; ganar mucho menos que los docentes del sistema educativo vasco y separarme más tiempo de mis hijos». En su centro hay una docena de vascos, que comparten coches para realizar los traslados al centro de Secundaria burgalés. Aun así se considera una privilegiada. Asegura que muchos colegas que optaron por permanecer en Álava le comentan ahora la suerte que tiene. «Es una frase que oigo continuamente: ‘¡Qué suerte, en Miranda!’». Una gran parte de sus compañeros que se quedaron en Vitoria y no lograron aprobar el euskera han acabado «haciendo sustituciones de semanas, de un lado para otro, en busca de una plaza en castellano, llorando al Departamento de Educación para que les busque un acomodo digno hasta la jubilación».

La comunidad docente vasca en Cantabria o Burgos es tan numerosa que ya han surgido algunos recelos. La profesora de Matemáticas del Montes Obarenes de Miranda comenta que algunos compañeros le recriminan que, como funcionaria, pueda optar a centros educativos de fuera de su comunidad y ellos no tengan la oportunidad de acceder al País Vasco por la exigencia de la lengua.

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Son los herederos intelectuales del franquismo. Pero mucha gente no lo cree. O prefiere no verlo. Aquí, en Baleares, seguimos por parecida senda. Dan vómito todos los partidos, con excepción de UPyD y Ciudadanos. Mientras la gente aguante, seguirán abusando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Urbina ... esto me hace pensar en lo que está a punto de ocurrir en la sanidad pública de nuestra Comunidad Autónoma con los médicos. Tiempo al tiempo.

Anónimo dijo...

Lees esto, lo comparas con lo que te cuentan tan dramáticamente los "represaliados del franquismo" y te preguntas ¿Qué diferencia hay?

Y encima, estas pobres gentes ni han militado en nada, ni se han significado por nada.

¿Recuerdan ustedes las canciones de Jarcha del año 76?: ... gente que tan solo quiere su pan, su hembra, y la fiesta en paaaaaaz... ¡Libertad,Libertad! sin ira libertad....

Pues eso, a esta gente no le han dejado su fiesta en paz. Estos progres nacionalistas a la violeta son mucho peores que cualquier dictadura.