domingo, 15 de marzo de 2009

CARMEN IGLESIAS Y ESPAÑA.

Carmen Iglesias: "Hoy se ven conductas que en otras épocas nos llevaron al desastre"

Historiadora y académica, Carmen Iglesias lleva décadas trabajando para conocer la Historia. Ocupa el sillón E de la Real Academia Española desde 2000 y es presidenta del Grupo Unidad Editorial. Pese a que suspira por el siglo XVIII y las figuras de los grandes ilustrados, Iglesias ha querido hacer un repaso en profundidad a nuestra Historia para demostrar que nada es tan malo como parece. Lo ha hecho en "No siempre lo peor es cierto" (Galaxia Gutenberg), un libro imprescindible para inyectar algo de optimismo.

Elena Viñas(ElImparcial)

13-03-2009

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En las 1.000 páginas de su último libro, “No siempre lo peor es cierto”, ha tratado de comprender qué es y qué fue España. ¿Lo ha conseguido?
He ido escribiendo esas 1.000 páginas a lo largo de muchos años, según me he encontrado con temas concretos con los que tenía que participar. Creo que aporta un grano más, dentro de las tradiciones historiográficas, a que se vea nuestra historia como normal, con sus bajones, con sus zigzags, con sus blancos y negros, que en conjunto lo que nos da es que la realidad no es sino gris.

Hay quien tiene una pobre consideración de España. Stanley Payne ha dicho que es un país exótico, con una historia especial. Usted es partidaria de hablar de normalidad. ¿Por qué esta disparidad de opiniones?
En general, estoy bastante de acuerdo con las tesis de Payne sobre el siglo XX, aunque sobre lo del país exótico menos. Me parece que es una visión típicamente hispanista. Habría que preguntarse por qué hay una especialidad de hispanista y no nos llaman “francesistas”, o cualquier otro adjetivo, a quienes nos dedicamos a otros países. Para los hispanistas, como decía Eliott, España arrastra una tradición del Romanticismo como país exótico. Era un país con unos archivos magníficos y por ello ha sido objeto de estudio con más facilidad que otros países. Pero hablar de país exótico depende de la visión con la que uno se sitúe. España, como Inglaterra, tal y como me decía mi maestro Maravall, se tratan de países excéntricos en el sentido de que están en los confines de Europa. En ese sentido, indudablemente cada nación tiene una historia singular, pero en el ámbito general son comunes según los periodos en que se estudien. Yo no le llamaría exótico, simplemente con su singularidad especial como cualquier historia a la que nos acerquemos.

Dice que lo malo es rememorar las catástrofes, pero es cierto que el dolor humano y social une.
Sí, lo trato en uno de los trabajos con mucho cuidado. No hay que ignorar las catástrofes, ni mucho menos, pero hay que marcar el énfasis en aquello que nos une y no en lo que nos separa. Naturalmente que el dolor humano y social puede unir porque se participa de lo mismo. De hecho ahí reside la concordia. Puesto que hemos pasado por momentos muy dolorosos y dañinos para todos, vamos a hacer lo posible para que esto no ocurra. En ese sentido, es de lo que yo hablaba cuando me refería en remarcar el énfasis en los orígenes del pacto democrático, pero no para olvidar las catástrofes, sino para evitar que en futuro se repitan lo menos posible.

Carmen Iglesias durante la presentación de No siempre lo peor es cierto (Foto: Amaya Aznar)

En el siglo XIX convivían afrancesados, josefinos o napoleónicos. ¿Se respiraba entonces la desunión que hoy padece España?
El momento de 1808 hasta 1814 es muy desgarrador para los ilustrados porque culturalmente la mayoría de ellos son afrancesados. Sin embargo, otro problema era serlo políticamente. Hay un momento de desgarro tanto en los que son afrancesados culturales pero patriotas, que desde el primer momento toman el mando del pueblo, como en muchos de los afrancesados políticos, que piensan que quizá puedan colaborar mejor favoreciendo al invasor. Quiero decir que efectivamente existió entre ellos desunión pero también lazos de comunicación muy fuertes. El hecho es que los afrancesados, prácticamente la inmensa mayoría, volvieron a España y participaron, además, a lo largo del siglo XIX tanto con Fernando VII como con la Reina María Cristina en la reestructuración del Estado liberal. Un ejemplo, Javier de Burgos.

No hay duda entonces de que los términos han cambiado.
Sí, las voces adquieren distinto significado. Pero no vayamos a caer en lo de Janet y Dante en “Alicia en el país de las maravillas” como creen a veces algunos políticos que los términos significan lo que ellos quieren que signifiquen. Lo que pasa es que la lengua evoluciona como las personas. Actualmente, la puesta en cuestión, por ciertos sectores, de la Transición de 1978 con la deslealtad constitucional que han tenido los grupos nacionalistas es lo que ha dado lugar a este vaciamiento de considerar incluso el patriotismo constitucional como sospechoso.

De ahí que usted insista en que no se puede hablar de “pacto de olvido” para referirse a la Transición.
No fue un pacto de olvido. Precisamente porque se recordaba muy bien lo que había pasado en la historia anterior se pusieron los cimientos para no seguir la espiral de violencia, sino decir “bueno hemos llegado hasta aquí vamos a iniciar una nueva etapa”. En el libro lo llamo “olvido consciente”. No hay que confundir la amnistía con la amnesia. No quiere decir que se olvide nada. Se hace un alto para no estar generación tras generación repitiendo la misma historia.

Dice que cambian los términos, ¿se pueden ver trastocadas también las bases ideológicas?
Creo que desde el momento en que unos nacionalismos periféricos intentan -en algunos casos lo están logrando- que haya leyes diferentes según los territorios con todo el desperdicio de energías, la fragmentación del mercado y la educación, se está rompiendo el concepto de ciudadanía que estableció en la Constitución de 1812, por el que somos libres e iguales ante las mismas leyes. Efectivamente, me parece que en el momento en que se impone el criterio de nacimiento o de estar adscrito a la ideología nacionalista en territorio sobre el criterio del mérito personal, se está conculcando algo que había sido la gran aportación desde la Revolución francesa y la Constitución de 1812: la igualdad de los ciudadanos ante la ley.

Carmen Iglesias durante un acto en la Real Academia Española
¿A qué se refiere cuando habla de “piedad histórica”?
Es una referencia a la piedad griega. En alguno de los trabajos sobre la Transición lo explico. Cuando las polis griegas acababan una guerra, a parte de firmar los acuerdos, colgaban las armas en una encrucijada. El acuerdo era que ni vencedores ni vencidos las tocaban sino que dejaban que el tiempo las destruyera. Eso se hacía apelando a la piedad, a los dioses. Piedad en un sentido profundo más que el perdón: comprender las razones del otro, olvidarlas. En ese sentido, no juzgar a nuestros antepasados con los valores actuales, sino intentar comprender también las coyunturas. A eso se llama piedad histórica: no juzgar tajantemente sino comprender y explicar, lo cual no quiere decir justificar. Esa comprensión radica en esa piedad y empatía y en que la condición humana es algo más que la división entre buenos y malos.

Afirma que la década de los 90 da paso a una sociedad cada vez más confiada. ¿Cómo cree que está nuestra confianza ahora?
En el momento en el que se empiezan a reproducir estereotipos se pierde la confianza. En vez de tener confianza en las propias fuerzas y en la capacidad de transformar la realidad, o por lo menos de moderarla, se convierte en un determinismo como si las cosas estuvieran dadas de una vez para siempre. Creo que lo que sí une es la negación de cualquier determinismo. La historia nos enseña que ocurren cosas que no están previstas. El ser humano tiene una cierta capacidad, no total, para transformar las condiciones en las que nace.

La Generación del 98 tuvo una pésima impresión de lo que estaba pasando en España. ¿Eran especialmente sensibles a la realidad histórica? Qué hay de ustedes los historiadores, ¿sufren más que el resto?
Creo que, en general, sí se sufre más. Se ven conductas y actitudes que en otras épocas nos han llevado a la desunión y al desastre. Tener un conocimiento de la historia por un lado relativiza, distancia de los problemas, se ve que hay salidas que no estaban previstas, y por otro preocupa. A mí me sorprende mucho que en julio del 36, con la que estaba cayendo, muchas familias se fueran de vacaciones. Por aquello, muchas quedaron separadas toda la Guerra Civil. Es decir, sí se es especialmente sensible, pero comparados con la Generación del 98, lo que ocurre con ellos es que además de ser escritores magníficos, sensibles y, en ese momento, especialmente patriotas porque les preocupaba realmente el país, no veían más que lo inmediato por la escasez de estudios historiográficos y de ciencias sociales.

Habla del catálogo de miedos de George Duby. ¿A qué hay que tenerle miedo hoy en día?
El ser humano tiende a tener ese punto de vulnerabilidad siempre. Se diga o no, el final de cada uno es el que es, la desaparición. Siempre hay un miedo soterrado que se traduce según las épocas. Ahora yo creo que la ciencia, la tecnología y todos los avances que hemos tenido nos dan más facilidad para enfrentarnos a esos miedos que en otras épocas. Pero no quiere decir que seamos superiores. Hay otros medios. Sobre todo las cosas han mejorado para las mujeres, para las que la diferencia con el pasado es abismal.



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