martes, 31 de enero de 2012

JUSTICIA EN BALEARES

 



Los nervios del fiscal Horrach



La vehemencia del fiscal Horrach en su causa general contra el Govern Matas es por todos conocida. Pese a ello, ha sorprendido a propios y extraños la furiosa puesta en escena de Pedro Horrach en el primer juicio contra Jaume Matas por el supuesto amaño en la contratación de sus discursos al que fuera fundador, director, editorialista y columnista de esta casa, Antonio Alemany. En su último escrito de acusación, Horrach se ha presentado a la opinión pública como un “indignado” más por el “saqueo sin escrúpulos” de las arcas públicas y por la inhibición de Matas en asumir “las consecuencias penales derivadas de sus propios actos, no sólo frente a la ciudadanía, sino ante sus subordinados que tan fielmente le sirvieron”. El escrito está trufado además de sarcasmos innecesarios e improcedentes en quien debería velar por el sistema de garantías de un Estado de Derecho. 

Algunos medios han celebrado estas salidas de tono como si de una condena anticipada se tratara. Heos aquí algunas de las perlas de Horrach. “Parece que Matas y el señor Alemany cayeron en una lancha que casualmente pasaba por allí”, en alusión al capitán del crucero que se hundió en la costa de Italia. “Alemany era la musa ideológica de Matas”. “Matas es un gran gestor, pero no de los fondos públicos, sino de su propia imagen”. O que los emolumentos de los famosos discursos no pondrían de manifiesto tanto el “ánimo de lucro” de Alemany como “su codicia o avaricia”. Uno se pregunta si tal estado de indignación es el más apropiado para la ecuanimidad que se espera en un fiscal. La pasión suele nublar el intelecto, nada hay más irracional que el odio. En el fondo, la crueldad innecesaria hacia la víctima enmascara una profunda debilidad.

Es cierto que desde que estallara el caso Andratx a finales de 2006, las formas de los fiscales anticorrupción han dejado mucho que desear. Unas formas desproporcionadas que a menudo se han acercado más a la ley de Lynch que a las propias de un Estado de Derecho. Con todo, la ferocidad de Pedro Horrach contra los procesados para tratar de convencer a los magistrados de su versión de los hechos carece de toda lógica a menos que se esté jugando algo más que dilucidar los efectos penales de una contratación fraudulenta de unos discursos presidenciales. ¿Se está jugando algo personal Horrach en el envite que justifique tanta furia y tanto rencor contra los procesados? La respuesta es sí. Horrach sabe que de esta sentencia depende tanto su honorabilidad en lo profesional como la propia credibilidad de la fiscalía. Y que probablemente una sentencia absolutoria actuaría como un efecto dominó que dejaría en agua de borrajas la veintena de causas que penden del caso Palma Arena. De ahí que Horrach haya puesto toda la carne en el asador.

Vi por televisión el interrogatorio de Horrach a Matas y Alemany el segundo día del juicio. Me pareció que manejaba pruebas muy endebles, máxime en una jurisdicción como la penal que por definición es de “último recurso”, a la que sólo debe apelarse tras haberse agotado todas las instancias administrativas. Tras analizar las principales acusaciones del indignado fiscal me invade la misma sensación: su relato está cogido con pinzas, y es más político que jurídico. La “codicia” podrá ser un pecado capital, pero no es ningún delito que recoja el código penal. Tampoco las supuestas “comisiones” entre empresas privadas han constituido jamás ningún ilícito penal. Y la intencionalidad de camuflar los discursos es muy discutible: todo el mundillo político y periodístico lo sabía, como lo prueban los comentarios del día después del discurso de investidura de 2003. Ni siquiera puede probarse que se incurriera en malversación por el coste de los famosos discursos, dado su carácter excepcional y la obvia dificultad para compararlo con ningún precio de mercado.

En definitiva, mucho ruido y pocas nueces. Pero tal vez la prueba más concluyente de su falta de pruebas contundentes es la incongruencia manifiesta en la que ha incurrido Horrach con Rosa Estarás y que expuso con habilidad el abogado de Matas en su defensa final. El fiscal atribuye a Rosa Estarás la responsabilidad de haber contratado con “urgencia” a Alemany “sin justificación alguna” y de “forma contraria a las normas legales” con el fin de evitar la competencia (?) con otras empresas. Según el propio Horrach, todas las resoluciones que habrían amparado los amaños de todos los concursos y subvenciones investigados habrían contado con la firma de la entonces consejera y vicepresidenta del Govern, Rosa Estarás. 

La pregunta cae por su propio peso: ¿por qué Horrach no imputa a Estarás, la auténtica autora material de todo el desaguisado como reconoce él implícitamente, y sí acusa a Matas, Martorell, Linares o Umbert? El letrado ha señalado dos posibles razones que explicarían esta escandalosa falta de coherencia y las dos desmontan toda la estrategia de Horrach. O bien evitar que la causa, dada la condición de aforada de Estarás, pase a manos del Supremo y se la quiten de las manos al juez Castro y a Horrach. O bien dar por hecho que la conducta de Estarás fue impecable, lo que, para desolación de casi todos, significaría que “no hay caso”. 

Por otra parte, yo no sé si los jueces son conscientes de lo que podría suponer una sentencia condenatoria. De la noche a la mañana, aplicando el mismo rasero, se podría llevar a juicio al 90% de los políticos de este país, así como a todos los medios de comunicación que han recibido subvenciones públicas, bastante más cuantiosas y, al menos a tenor de lo que dicen los síndicos de cuentas, más irregulares administrativamente que la concedida a la Agencia Balear de Noticias.

Horrach, a quien algunos han convertido en una especie de justiciero popular o garzón balear, está nervioso. Es lógico, se juega mucho en el empeño. Él lo sabe. El traje que podrían hacerle los magistrados con una sentencia absolutoria le dejaría más tieso que los trajes que le quisieron hacer pagar a Francisco Camps.

(Joan Font/El Mundo)

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