sábado, 14 de enero de 2012

MADRID Y BARCELONA.




 

 




 MADRID Y BARCELONA

Todo lo que dice Tyler Brûlé es palabra santa. Si publica un reportaje sobre Petronius, una vieja tienda milanesa especializada en moda masculina, fashionistas de todo el mundo invaden la Via Giovanni Pascoli en busca de sus corbatas de seda. Si decide enseñar los cinturones y bolsos que diseñan John y Monique Davidson, el tout londinense corre a Golborne Road, en el epicentro de Notting Hill, para hacerse con una de esas pequeñas —y carísimas— carteras de cuero. Así de influyente es Brûlé, el ex reportero de guerra canadiense que en 1996 fundó «Wallpaper», la «biblia» del diseño de los años 90. 

Sólo un año después de crear la revista —de donde han salido talentos como el dibujante español Jordi Labanda—, Tyler vendió la publicación al gigante mediático Time Warner. Y en 2002 abandonó definitivamente su puesto de editor, rompiendo los corazones de millones de yuppies que, gracias a él, aprendieron a decorar sus lofts con muebles escandinavos.

En 2007 regresó al ruedo editorial con la revista «Monocle»: diseño, moda y arquitectura, pero también temas de política internacional que leen más de 150.000 «consumidores urbanos y formados, entendidos en el diseño, que compran arte, coches, relojes, moda y decoración». Y va a por más tras abrir tiendas en Londres, Nueva York, Tokio, Osaka, Pekín y Hong Kong en las que vende una «colección» de moda Monocle en la que colaboran marcas de culto de la talla de Comme des Garçons y Valextra.

«No me considero un gurú de estilo. Pero no hay mucho que pueda hacer para cambiar la opinión de la gente», reconoce Tyler a ABC desde sus oficinas en el elegante barrio londinense de Marylebone. «Hay muchísima gente más estilosa y más dedicada al periodismo de estilo que yo, pero supongo que te pueden llamar de peores formas, ¿no?», agrega con la misma voz de locutor con la que presenta un programa de radio semanal por el que han pasado referentes de la moda como la PR de Loewe, Alejandra de Borbón, o el fotógrafo David LaChapelle.

Mirada de experto

Tyler dice no tener «referentes de estilo, ni iconos». Pero no caben dudas de que entiende del tema porque, además de su trabajo de editor, lidera Winkreative, una agencia de diseño y branding que ha asesorado a Stella McCartney, Spainair y al Ayuntamiento de Madrid.

Como buen descendiente del coureur des bois que fundó Toronto en el siglo XVII, a sus 43 años Brûlé es todo un trotamundo. «Los españoles, y los madrileños en particular, tienen un buen estilo, un cierto aire de dignidad y orgullo que admiro. Los hombres de negocios de Madrid no están a la moda, pero saben ser elegantes — dice— Es admirable su conservadurismo. Les ves que visten de acuerdo a su edad y no intentan parecer de 26 años». Aunque aclara que a España aún le falta esa «galaxia de firmas de diseño premium que tienen los italianos y franceses».

Nombrado uno de los hombres más influyentes del mundo de los medios por el periódico «The Guardian», Brûlé tiene el poder de decidir si una marca está in, y puede hacer exactamente lo mismo con una ciudad. Su «Urban Quality of Life Index», un índice anual que puntúa a las ciudades por su calidad de vida, se ha convertido en el objeto de deseo de los alcaldes de las grandes capitales. 

En 2010, Madrid entró en el top ten y su ex alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, fue honrado como uno de los responsables municipales con ideas más vanguardistas. «Madrid ha sufrido grandes cambios en los últimos años, mejoras que comenzaron con su candidatura a los Juegos Olímpicos pero que continúan y que han repercutido en aspectos clave como el nivel de criminalidad, la calidad del transporte público y la conectividad global», analiza.

Barcelona, el otro gran estandarte de sofisticación española, quedó relegada al puesto diecisiete en el ránking de este «gurú» de la buena vida. «Recibimos muchísimas quejas de los catalanes», confiesa entre risas. 

«Pero si Barcelona quiere ser una ciudad internacional, no puede ser sólo catalana... el deseo de ser internacionales se traduce en cómo se relacionan con el resto del mundo y a veces los regionalismos no ayudan», agrega con ese tono irónico que utiliza en su columna de lifestyle en el «Financial Times».

El mesías de los urbanitas es una combinación alquímica de estilo y corrección política, con la justa medida de osadía. (Martin Bianchi/ABC).

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LA ENFERMEDAD IDENTITARIA.

Está claro que tanto Madrid como Barcelona tienen mucho más de lo que se ve en las fotos. Pero la idea (y ya se enteran, también, fuera de España) es que, por la influencia de los catalanistas de diverso pelaje, Cataluña ha expandido la 'enfermedad identitaria'.

Y esta enfermedad, aunque no es políticamente correcto detectarla y denunciarla, existe. Y apesta. No sólo apesta, es que les perjudica. Pero un fanático no puede ver la realidad. La realidad que va en contra de sus obsesiones enfermizas.

Conozco algunos catalanistas (no quiero decir sus nombres) y son lo más parecido a un fanático. Solamente conozco a un catalanista (él dice que lo es, aunque yo lo dudo mucho) que no tiene los rasgos típicos: sectario, monotemático, aburrido.

Yo le digo, en broma, que hacen con él lo que en mis tiempos hacían con las visitas. Hacían salir al hijo más educado para dar buena impresión. O sea, tiene sentido del humor. Otro rasgo inexistente en el común de los catalanistas. Que se lo pregunten a Albert Boadella.
Una plaga.

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