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lunes, 9 de enero de 2012
DERECHA E IZQUIERDA
¿POR QUÉ HA GANADO LA DERECHA?
Para empezar, la típica distinción entre derecha e izquierda, es algo que toda persona reflexiva debería poner en cuestión. Con otras palabras, no se debería comulgar con ruedas de molino. Como dijo Ortega y Gasset, en 1937:
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral...
¿Qué quiere decir? O mejor, tratemos de abandonar, metafóricamente, el año 1937 y de poner los pies en nuestro presente. A diferencia de lo que sucedía en las comunidades primitivas, con escasa demografía, fuertes lazos de parentesco y amistad, cooperación necesaria para la supervivencia, y otras circunstancias que no vienen al caso, en las sociedades complejas actuales, las cosas son muy diferentes. Y esto tiene consecuencias en el comportamiento social.
La realidad actual es tan diferente de este mundo primitivo, que algunas personas, por diferentes razones que no tengo tiempo de analizar en este breve comentario, pueden quedar aisladas, o atrasadas, en relación con los avances y los cambios acelerados que caracterizan el mundo que nos ha tocado vivir. Esto da una pequeña idea de la enorme complejidad que nos envuelve y de la dificultad para comprender adecuadamente nuestro entorno. Recordemos que, no ya en las comunidades primitivas sino hace cincuenta o sesenta años, los saberes se transmitían de abuelos a padres, y de padres a hijos. Porque muchos saberes no pasaban de moda. Lo que el abuelo sabía era de utilidad para el hijo y para el nieto.
Pero la realidad actual es muy diferente y mucho más compleja.
Algunos de los conocimientos de los padres y abuelos ya no sirven para las siguientes generaciones, o no sirven como antes, dada la celeridad y complejidad de los cambios.
De ahí la tentación de dividir el mundo social en ‘buenos’ y ‘malos’, entre ‘nosotros’ y ‘ellos’. ¿Por qué? Porque la simplificación de la realidad compleja nos proporciona seguridad. Ahora no importa si se trata de una falsa seguridad, o no. Y también ayuda, en esta tarea de simplificación, el autoengaño, es decir, la tendencia a creer lo que me conviene, o lo que me gusta. Este es otro aspecto fundamental para conocer el comportamiento humano.
Si a todo esto añadimos que nos hemos acostumbrado a tener ciertos derechos y prestaciones sociales, se puede entender que buena parte del electorado haya abandonado (aunque sea por un tiempo; esto se verá en el futuro) a unos dirigentes políticos que han mentido repetidamente (y han mostrado su incompetencia) en las cosas de comer. Y con esto no se juega. Así lo piensa mucha gente.
Claro es que hay un voto ideológico que no valora tanto los aspectos ya citados, como prestaciones sociales, ventajas materiales y similares. Pero el voto ideológico puede ser visto, al menos, de dos maneras. Por una parte, están aquellos que votan una opción ideológica (que, en muchos casos, se limita a unas siglas y a unos cuantos eslóganes mitineros) al margen de lo que suceda en la realidad. En los casos más extremos de sectarismo, ni siquiera se es capaz de ver la realidad, tal es la deformación ideológica.
Por otra parte, están aquellos cuya opción ideológica no es dogmática ni sectaria. Prefieren un camino político a otro, pero su opción no se parece a las vías de un tren. Es decir, tienen la suficiente inteligencia y flexibilidad para saber que se pueden mantener ciertos principios pero adaptados a los nuevos tiempos. Que no se puede vivir, permanentemente, en un pasado supuestamente feliz, o en una utopía que nos resolverá todos los problemas. Ya no sirve vociferar, ¡No nos moverán!, u otras consignas de combate.
Tampoco es casualidad que, en Europa, solamente quede un país socialista, Grecia. Nosotros nos hemos sumado a la tendencia conservadora. En buena parte por la incompetencia socialista para afrontar la crisis económica (recordemos las mentiras de Solbes en su intervención televisiva con Pizarro) y por su negativa a reconocer sus propias responsabilidades. Y no se trata de que el fracaso de la ‘izquierda’ suponga un cheque en blanco para la ‘derecha’. En absoluto. Se trata, precisamente, de no dar cheques en blanco a nadie. Ni de derechas ni de izquierdas.
En este sentido, conviene recordar que el Partido Popular sólo ha ganado 550.000 votos nuevos. Rajoy ha ganado las elecciones porque se ha desplomado el Partido Socialista. Y, recordemos, también, que Zapatero fue el político más votado desde la Constitución de 1978. Lo que muestra la madurez política de este país.
Finalmente, esperemos que los ciudadanos sigan queriendo un cierto nivel de bienestar, procedente de Papá-Estado, pero sabiendo que lo pagamos nosotros, los ciudadanos. Y que endeudarse irresponsablemente es una estupidez (y una inmoralidad) que repercutimos, también, en nuestros descendientes. Y sobre todo, esperemos que los ciudadanos quieran libertad y la ejerzan. Y con la libertad, la responsabilidad. Todo esto parece obvio, pero no lo es. Algunos tenemos suficiente edad para haber leído ‘El miedo a la libertad’, de E. Fromm. Y, lamentablemente, no ha pasado de moda.
Sebastián Urbina.
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