sábado, 4 de enero de 2014

ESPAÑA: SOCIEDAD INFANTILIZADA.













 Daniel Lacalle. 'Viaje a la libertad económica'.

Al llegar a España y hablar de políticas liberales, la reacción es furibundamente negativa. Posiblemente, España es el país europeo en el que más se espera del Estado y de “lo público”. 

Según un estudio comparado llevado a cabo por la Fundación BBVA en diez países occidentales, el porcentaje de españoles que pide a las instituciones públicas amparo y protección es, en promedio, casi 25 puntos más elevado que en el conjunto de los demás países de la Unión Europea.

Un 62% cree que la economía funciona mejor cuando el Estado supervisa su funcionamiento y un 65% afirma que es el Estado el que, en primer lugar y ante todo, tiene la obligación de proteger y ayudar a las personas más necesitadas. 

Curiosamente, según Demoscopia, más del 60% de la población achaca a “los políticos” los problemas del país. Pero no parece que nos demos cuenta de que entregar tal cantidad de nuestro destino al Estado es precisamente lo que hace que el abuso del Estado sea más fácil y tolerado.

Este gasto político se presenta como algo necesario y útil para empujar la economía de nuestra comunidad o región, por eso no lo consideramos negativo. ¿Cómo va a ser malo tener un aeropuerto en nuestra ciudad o una estación del AVE? El problema es que se desconoce cuánto ha costado, cuánto cuesta y cuánto costará, y a qué hemos renunciado.

 La convicción de que son los poderes públicos los que deben velar por los que viven en situación precaria es un claro elemento distintivo de nuestra cultura actual, y no era así en la España que salió de todo tipo de crisis pasadas. Es una característica creada en muy poco tiempo, en menos de dos décadas.

(El Confidencial.)


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INFANTILIZACIÓN PLANIFICADA.

La máxima: ‘a pasarlo bien que son dos días’, expresa una importante y desastrosa característica de nuestra sociedad. Por supuesto, no es nuestra sociedad la única. Uno sospecha que esta visión de la vida no
ha llegado como la primavera. Ya saben: ‘la primavera ha venido; nadie sabe como ha sido’. El caso que nos ocupa es diferente.


La infantilización de la sociedad está vinculada, entre otras cosas, al intervencionismo estatal. A pesar de que no es un fenómeno de nuestros días (basta leer ‘La República de Platón’ para comprobarlo) sí es un fenómeno aceptado por buena parte de políticos y ciudadanos de las sociedades democráticas. No hablaré de la infantilización en las sociedades no democráticas.


Creo que una idea central es la de que el mercado, fuente de desigualdad, tiene que ser controlado por el Estado. ¿Para qué? Para evitar que las desigualdades inherentes al capitalismo, a la economía de mercado, vayan demasiado lejos. ¿Quién decide que las desigualdades han ido demasiado lejos? La izquierda, que por algo es moralmente superior. Pero también, como diría Hayek, los socialistas de todos los partidos. Lo que es una manera de expresar la sumisión del individuo al grupo, a la tribu, a la mentalidad colectivista. Incluso en partidos que no se definen de izquierdas.


O sea, la fuente principal de la infantilización de nuestras
sociedades es la de tratar de conseguir la igualdad. No la igualdad entendida como ‘igualdad de oportunidades’ sino la igualdad entendida como igualitarismo. O igualdad en los resultados finales. Esto implica una permanente y sistemática intervención estatal para conseguir ‘la
justicia’. La ‘justicia’ entendida al modo izquierdista.


Pongamos un ejemplo. Hace tiempo, dos futbolistas de un equipo de 2ªB, dijeron:"Los futbolistas son mercancía; si vales vales y si no fuera’’. Es decir, lo fetén es que los dirigentes de los equipos de fútbol fichen a jugadores, aunque sean unas patatas. De este modo se evita la desigualdad y la competitividad. ¡Horribles palabros capitalistas! Lo bueno es que se mantenga en el equipo a jugadores que ‘no valen’. Así se mostraría que no son ‘mercancías’. Este es un ejemplo de igualitarismo, o de estupidez igualitarista. De justicia de izquierdas. La consecuencia es que desaparece el mérito. Da igual ser
bueno o malo. Da igual rendir o no rendir, o rendir menos. ¿Acaso no somos todos hermanos?


Esta idiotez nos muestra la inviabilidad práctica del igualitarismo. Si lo aplicamos al ámbito educativo, nos encontramos con otro absurdo. Igualdad (o tendencia a la igualdad) en los resultados. ¿Qué quiere decir esto? Que lo importante no es lo que hayas estudiado y lo que
sabes de las materias que tienes que examinarte. Lo realmente importante es que, al final, todos seamos iguales. O casi. Con independencia de los méritos de cada uno. Todos hermanos, repartiendo el bocadillo y cogidos de la mano. ¡Viva la LOGSE!


Claro que los izquierdistas hilan muy fino. Resulta que los hijos de las familias ricas tienen ventajas inmerecidas sobre los hijos de las familias pobres. Solución. O se hace la revolución, para eliminar (falsamente, pero esa es otra) la existencia de ricos y pobres, con los resultados catastróficos conocidos, o igualamos las notas de ricos
y pobres. Por tanto, para compensar la injusticia (desigualdad) creada por la sociedad capitalista, igualemos los resultados. A la baja. Ya saben cómo nos califican los informes PISA. En el pelotón de cola de Europa en calidad educativa. ¡Éxito socialista! Más igualdad a la baja y más mediocridad.


En este contexto, en el que no se permite ‘sufrir’ a nadie, porque el sufrimiento es de derechas, de la Iglesia Católica y de los masocas, hay que intervenir para que todos seamos felices. Ni notas bajas, ni fracaso, ni nada. ¡Que nadie destaque! ¡Es una ofensa para los que
están más abajo! ¡Podrías hacer sufrir a los que saben menos! ¡Podrías humillarles!


Resumiendo, se trata de pasar de la habitual sobreprotección de la madre, a la de Papá-Estado. ¿Qué le sucede a un niño sobreprotegido?
Que se convierte en un gilipollas, débil y, a la vez, dictador. En muchas familias españolas, por desgracia, los niños ‘exigen’ a sus padres. Es lo que les han enseñado, o consentido. Que tienen derechos, no deberes. Además, la autoridad es de derechas. Abajo la autoridad de los padres y de los maestros.


Claro que puede ser peor y en ello estamos. Ya no se trataría de pasar de la madre sobreprotectora a Papá-Estado. A fin de cuentas, las familias sensatas podrían enseñar cosas ‘subversivas’ al niño. Por ejemplo,
‘libertad’, ‘responsabilidad’, ‘esfuerzo’ ‘mérito’ y otras repulsivas palabras de la derecha extrema. Para evitar estos males, pasemos del paritorio a las manos protectoras del Estado benefactor. Directamente.


En vez de un pan bajo el brazo, el recién nacido llevará un
preservativo en una mano y un ejemplar de ‘Educación para la Ciudadanía’ en la otra.


¿Existen remedios mágicos para evitar esta desgraciada situación? No los hay, pero las políticas que fomenten la libertad, la responsabilidad, el esfuerzo y el mérito, irán por el buen camino. Es decir, el camino contrario a la infantilización. Aunque no debamos olvidar que en la metafórica carrera de la vida, hay gente que se
queda rezagada por circunstancias ajenas a su voluntad, y hay que ayudarles.


 M. Rojas, en ‘Reinventar el Estado del bienestar’, nos dice que Suecia tuvo que pasar del ‘Estado benefactor’ al ‘Estado posibilitador’. Lo que supone la participación del sector privado en la satisfacción de las llamadas ‘necesidades básicas’ de las personas.


O sea, hay una complementariedad entre Estado, sociedad civil y mercado. La redistribución de la riqueza está orientada (en el llamado ‘Estado posibilitador’), a crear igualdad de posibilidades, más que a maximizar la gama de derechos sociales gratuitos y universales. Que
era la característica del ‘Estado benefactor’, devenido inviable.


 Retomando el problema de la ‘infantilización’, ¿qué quiere el 'adulto infantilizado’? Hacerse el ‘niño’ aunque no lo sea. ¿Por qué? Porque quiere ser irresponsable, como cuando hacía trastadas y mamá se lo perdonaba todo. Porque quiere ser un inmaduro perpetuo y no asumir responsabilidades. Porque quiere tener ventajas, aunque sean inmerecidas. Como cuando mamá le daba lo que quería (gratis) por el simple hecho de ser ‘el amorcito de mamá’.  Y si no está mamá, queremos al ‘papá Estado’. Pues eso. Infantilización de la sociedad.



Sebastián Urbina.



1 comentario:

traveler-javis dijo...

En México sucede lo mismo. Queremos que el estado ni de todo: alimentación, agua, trabajo (las menos horas posibles pero bien pagado), educación (aprobando con 6 y aun así pasar a licenciatura), etc... En vez de esforzarnos por ello. Ya no queremos sufrir, sacrificar, sembrar para cosechar. Todo lo deseamos de la forma fácil y rápida. La vida no es así. Coincido con lo que dice en este articulo. Felicidades.