jueves, 23 de marzo de 2017

EL ENGAÑO DEL MULTICULTURALISMO.


EL ENGAÑO DEL MULTICULTURALISMO.


Preguntemos en primer lugar, ¿qué es el multiculturalismo?  Algunas de las respuestas más habituales son las siguientes: 


Coexistencia de diferentes culturas en una sociedad o país’

O bien, ‘doctrina norteamericana que pone en duda la hegemonía cultural de los grupos blancos dirigentes respecto de las minorías’.


 Cualquier persona con sensibilidad y respeto hacia los demás tenderá a ver con simpatía esta corriente política y cultural. No solamente porque defiende la coexistencia entre culturas, lo que sería propio de demócratas y de bien nacidos.


 Es que, además, quiere terminar de una vez con la injustificada supremacía blanca sobre otros grupos minoritarios, que han sido tratados con desprecio. Y, a veces, peor.

 Dicho esto ¿por qué afirmo que el multiculturalismo es un engaño? Diré más, es un peligroso engaño.
  

 Empecemos por la primera frase: ‘El multiculturalismo defiende la coexistencia de diferentes culturas en una sociedad o país’. ¿Hay algo más bonito que esto? ¿No somos todos iguales?


 Si tenemos en cuenta las dos frases a la vez, la ahora citada, y la segunda: ‘doctrina norteamericana que pone en duda la hegemonía cultural de los grupos blancos dirigentes respecto de las minorías’, nos daremos cuenta de que no se trata de cualquier tipo de coexistencia. Se trata de una coexistencia entre iguales. Con otras palabras, no se admite una hegemonía cultural de unos grupos sobre otros porque nadie es mejor.


 El siguiente paso es de carácter fáctico. Es decir, no se trata de lo que se opina sobre el multiculturalismo sino de cuáles han sido los resultados prácticos derivados de aplicar la doctrina multiculturalista a diversas sociedades europeas. 

Por ejemplo, en Alemania, durante mucho tiempo se impuso un veto no escrito para no tratar críticamente el problema del multiculturalismo. ¿Por qué?

 Seguramente no se sorprenderá si le digo que por influencia y presión del pensamiento ‘políticamente correcto’. Digo que no se sorprenderá porque en España pasa algo parecido. Si usted dice ciertas cosas es un ‘facha’. Y la mayoría de la gente se calla porque tiene miedo al ‘mundo de la cultura’ y a los ‘intelectuales orgánicos’, que dominan en los medios de difusión. O sea, radio, prensa, redes sociales y televisión. Y sistema de enseñanza.


Tal vez usted se acuerde de un artículo escrito por el que fue Ministro de Economía del Presidente Zapatero, Miguel Sebastián, el 6 de Abril de 2008, en Mercados de El Mundo, ‘España no se rompe’. En él se reía de la idea, por lo visto ‘de derechas’, de que España se rompe. Con la que está cayendo en Cataluña, con una declaración de independencia en el propio Parlamento catalán, no parece que el ministro socialista estuviese acertado.

¿Por qué ha pasado tanto tiempo en reconocer el grave peligro representado por los separatistas, antes ‘nacionalistas periféricos’? 

Porque la opinión pública y publicada es mayoritariamente progresista. Y el progresismo hispano, o antihispano- según se mire- siempre ha tenido simpatía por estos nacionalismos y desconfianza- o desprecio- por el nacionalismo español. Recordemos que a finales del mes de Noviembre de 2015, la alcaldesa de Madrid, la señora Carmena, dijo públicamente que le preocupaba el nacionalismo español porque era ‘facha’. Literal.  


Pues bien, algo parecido sucedía en Alemania, hasta que en 2010,  el economista Thilo Sarrazin, un político alemán miembro del SPD, que fue senador de finanzas por el Estado de Berlín y miembro de la Junta Directiva del Deutsche Bundesbank, se atrevió a denunciar la situación, publicando un libro, ‘Alemania se desintegra’, que fue un éxito de ventas.  ¿Y cuál era la situación? El fracaso del proceso de integración de las comunidades de origen musulmán.



También se ha producido este fracaso en Francia y en el Reino Unido, pero ahora la pregunta es ¿a qué se debe este fracaso? Este fracaso de debe a la idea multiculturalista de que todas las culturas son iguales y merecen el mismo respeto. Esta errónea y peligrosa idea está vinculada al relativismo. ¿Qué dice el relativismo?




Veamos un ejemplo. Para algunas gentes, sajar el clítoris a las niñas es ‘natural’. Para otras, ahorcar a los homosexuales también es ‘natural’, o cortar las manos a los ladrones. ¿Debemos aceptar estas conductas como ‘moralmente buenas’? Una respuesta habitual, nos dice que ‘todo es igualmente respetable’. 

La idea del relativismo normativo, es que todas las tradiciones son igualmente respetables desde un punto de vista moral. Por tanto, la perniciosa creencia relativista y, supuestamente, progresista, ha hecho creer a millones de personas y a la mayoría de políticos que lo realmente guay es respetar todas las culturas por igual.



 ¿Cuál ha sido la consecuencia? Que al respetar todas las culturas se ha respetado que, por ejemplo, se sajara el clítoris a las niñas, se las obligara a casarse con adultos, y un largo etcétera de salvajadas. Es decir, se ha permitido que se crearan guetos en los que los ‘jefes’ imponen normas antidemocráticas a los miembros de su grupo.  



 El último ejemplo- entre cientos- lo tenemos en el barrio de Bruselas, Molenbeek, en pleno centro de la ciudad. El ministro del Interior belga, Jan Jambon, anunció abiertamente que se iba a implicar de forma personal en la rehabilitación de esta zona, donde reconoce que las instituciones han perdido el control.


¿Qué significa que han ‘perdido el control’? Que ni los no musulmanes, ni la propia policía belga entran en el barrio. Esto es un gueto. Y se imponen las leyes y costumbres de procedencia. Es decir, no rigen las leyes democráticas belgas. ¿Quién sufre esta imposición antidemocrática? Principalmente los más débiles. Niños y mujeres.



 En vez de defender la libertad y dignidad de las personas de carne y hueso, los gobiernos europeos, erróneamente, defienden la igualdad de las comunidades culturales. 
La consecuencia es que, en algunas de ellas, se viola la libertad y la dignidad de las personas. Y muchos europeos, autoridades incluidas, callan por miedo a que les llamen racistas o xenófobos. Repugnante y culpable cobardía. Políticamente correcta, eso sí.




Sebastian Urbina.
(Reposición.) 


 EUROPA Y LA EXISTENCIAL AMENAZA ISLAMISTA.

Aún antes de conocer la identidad del terrorista que atentó este miércoles en el corazón de Londres y de Gran Bretaña, todo el mundo sospechaba que se trataba de un fanático islamista, a pesar de las tradicionales advertencias en contra de la progresía y la extrema izquierda. Por supuesto, una vez más la realidad ha venido a destrozar el ridículo montaje de los que prefieren hablar de "terrorismo internacional" y de los que corren a alertar sobre la supuesta islamofobia pero pasan por alto el peligro real que representa el islamismo.

Porque lo que dejan en clamorosa evidencia Londres, Berlín, Niza, Bruselas y París es que Europa tiene un tremendo problema con el islamismo, una ideología fanática que no sólo es incompatible con la democracia y el Estado de Derecho, sino que aspira precisamente a acabar con ellos y con las libertades.

Tratar de esconder el problema con eufemismos ridículos no ayuda en nada; tratar de ocultar la realidad de que prácticamente el 100% de los que atentan actualmente en Europa son musulmanes y lo hacen en nombre de Alá no va a evitar los próximos crímenes; tratar de reducir el terrorismo a motivaciones económicas no sólo es abundar en una falsedad, sino que es un insulto a los más humildes.

El islamismo es una amenaza existencial, a la que hay que enfrentarse con decisión. Esto no es islamofobia, sino sentido común. Como lo es advertir de que en estas condiciones admitir una oleada descontrolada de inmigrantes procedentes de países con graves problemas de terrorismo islámico al grito de "¡papeles para todos!" es una insensatez suicida.

Una vez reconocido el problema viene la compleja tarea de abordarlo, y hay que hacerlo siendo plenamente conscientes de que es extremadamente difícil evitar ataques como el de este miércoles, y de que sí hay medidasempezando por las policiales, aunque algunos apóstoles de la izquierda lo nieguen que pueden contribuir a limitar su alcance y recurrencia.

Medidas que obviamente tienen que ir más allá, a la raíz del problema, que es esa ideología fanática y cómo se promueve desde determinadas mezquitas, en las que no hay que tener reparo alguno en intervenir: no se ha de consentir que el discurso del odio criminógeno se esparza impunemente. Y medidas de las que tienen que ser partícipes las comunidades musulmanas que no quieran verse identificadas con los fanáticos y los asesinos que atentan en nombre del islam: porque la mejor manera de evitar que crezca la islamofobia es, precisamente, demostrar que la mayoría de los musulmanes no está por el terror, y eso sólo lo pueden hacer ellos.

Europa y todos los europeos que quieren seguir viviendo en paz y con libertad han de asumir que contra esta amenaza –la amenaza del terrorismo islamista, no "internacional"– no ha servido de nada el multiculturalismo, que tantos guetos al margen de la ley ha dejado crecer en capitales como París, Bruselas o la propia Londres.

 En su lugar, ha de proclamarse la superioridad de los principios y valores que han hecho de Europa un artífice fundamental del mundo civilizado. Toca luchar con firmeza y contundencia por las libertades individuales, el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la ley.

(Edit. ld.)

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