miércoles, 6 de mayo de 2009

HOLOCAUSTO,RUANDA,DARFUR....









HOLOCAUSTO, RUANDA, DARFUR.....

F. Sahún comenta el libro ‘Queremos informarle...’, de Ph. Gurevitch, en el que analiza las matanzas en Ruanda entre 1995 y 1998. El compromiso occidental tras el Holocausto de que nunca volvería a tolerarse un genocidio se demostró vacío de contenido y, por muchos buenos sentimientos que inspiran el recuerdo de Auschwitz, sigue habiendo un abismo entre denunciar el mal y hacer el bien. Ese es el problema’.

Sí, hay un abismo. Pero ¿por qué? En Enero de 2008 se celebró en Madrid el primer Foro de la Alianza de Civilizaciones. Se trataría de favorecer el conocimiento mutuo y la diversidad, promover los valores y una cultura de paz, mejorar la integración y capacitación de los inmigrantes -con especial énfasis en la juventud- y difundir la Alianza de Civilizaciones.

Su objetivo, explicó el presidente Zapatero, es "movilizar a esas grandes mayorías de paz que creen en el entendimiento" y "aislar los discursos extremistas e intolerantes de quienes intentan utilizar la religión o la cultura con fines políticos".

Todo es muy hermoso. Pero ¿en qué se fundamenta? Uno de los aspectos clave es el diálogo. ¿Qué tiene de malo el diálogo? Sabemos por filósofos como Apel y Habermas, entre otros, que el objetivo propio de los lenguajes es la comunicación, como algo contrapuesto a los fines manipuladores. Es decir, las personas que dialogan se reconocen y se respetan mutuamente como seres capaces de argumentación racional.

Pero ¿es esto lo que pretende la Alianza de Civilizaciones? ¿Permitirá superar el abismo entre denunciar el mal y hacer el bien? Para empezar, la tarea de denunciar el mal ya no es lo que era. Resulta que el relativismo que nos invade impide que llevemos a cabo esta labor sin problemas. ¡Alto ahí! ¿No querrá usted imponer nuestros valores blancos-imperialistas-occidentales a todo el mundo? O sea, usted cree en verdades absolutas. ¡Las nuestras! ¡Intolerante!

La cosa se pone fea porque si resulta que no hay valores universales no hay justificación para exigirlos, y menos imponerlos. Tan respetable será un dictador (especialmente si es de izquierdas) como un gobernante democrático.

Además, si ciertos valores están imbricados en una cultura determinada, como los ríos y los montes en el terruño ¿Quiénes somos nosotros para imponer nada? ¡Nosotros, que hemos provocado guerras mundiales! Por cierto, la actitud occidental, arrogante, intolerante y agresiva es la que provocaría el terrorismo islamista. Ellos sólo responderían a nuestra arrogancia agresiva.

Por tanto, se impone la ‘diplomacia del talante’, propia de la nueva izquierda de Rodríguez Zapatero. ¿En qué consiste? En diversas cosas, pero hay una que destaca por encima de todas: la paz. ¿Quién se puede oponer a la paz? Por tanto, más que luchar contra el terrorismo (ya se sabe que la violencia genera más violencia) lo que hay que hacer es dialogar. De ahí la ‘diplomacia del talante’.

Pero ¿debemos alcanzar la deseada paz a cualquier precio? Dado que para la ‘diplomacia del talante’ no hay precio que sea caro para la paz, no debe extrañar que Zapatero echase en cara a Rajoy (en el Parlamento) la intervención española en la isla de Perejil. ¿Qué se quiere decir? Que ni la soberanía nacional, ni la dignidad nacional están por encima de la paz. Diálogo y más diálogo. ¿Y si el otro, en vez de dialogar, utiliza la violencia? Diálogo.

Es bien conocida la llamada ‘política de apaciguamiento’ que facilitó diversas reuniones entre N. Chamberlain y Hitler. Pero se reveló como un rotundo fracaso. Lejos de satisfacer a Hitler, la actitud de Chamberlain persuadió a Alemania de que Francia y Gran Bretaña permanecerían inactivas si atacaba a Polonia. Pero la invasión nazi de Checoslovaquia, en Marzo de 1939, obligó a Francia e Inglaterra a mirar de frente la dura realidad.

Volviendo al presente, las negociaciones políticas (insisto, políticas) del Presidente Zapatero con los terroristas de ETA son otro ejemplo de cómo el diálogo no se entiende como un intercambio civilizado de argumentos entre personas que se respetan. No. Usted puede poner unos muertos sobre la mesa para condicionar el, digamos, diálogo.

Pero la paz no es, ni debe ser, un valor absoluto porque podría llevarnos a la paz de los esclavos. A renunciar a nuestra dignidad y nuestros valores básicos, a destruirnos por un enfermizo sentimiento de culpa y a creer que la libertad se consigue sin esfuerzo. Como dice A. Anthony en su libro ‘El desencanto’, de una profesora de izquierdas:

Así, le pregunté su opinión acerca de la política, y ella explicó que el Impero Británico era un sindicato global del crimen sin parangón. Me dijo que todos los blancos eran culpables de los crímenes históricos cometidos contra los pueblos de color de todo el mundo. Y afirmó que después de la revolución todos serían iguales’.

¿Es ésta la solución occidental que permitirá superar el abismo entre denunciar el mal y hacer el bien? ¿Ya no toleraremos más genocidios? ¿Gracias al diálogo con terroristas? ¿Gracias a ponernos de rodillas? ¿Gracias al ‘buenismo’ y el ‘talante’? Lo dudo mucho. Claro que nos queda la revolución.

Sebastián Urbina.

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