ANTONIO ALEMANY DEZCALLAR
Baleares, en pleno “big-bang”
Lo más interesante del último Informe de coyuntura de Sa Nostra no es la sádica constatación de que nos estamos “diversificando” a costa del paro, del empobrecimiento generalizado y de la ineficiencia de nuestro aparato productivo. Lo importante es lo que dijo Antoni Riera como de pasada: que “las cosas no volverán a ser nunca como antes” y que este “proceso de corrección”, en frase del economista, repercutirá sobre todos los sectores de actividad y a todos los niveles sociales, desde las instituciones hasta las familias. Riera- ignoro si conscientemente- dejó de portarse como el buen economista que es para travestirse de sociólogo que, en teoría, son los que deberían ilustrarnos sobre “lo que nos pasa”.
Está mal armada la Sociología y por esto vive en perpetuo malestar, interrogándose durante siglo y medio sobre su función y naturaleza, discutiendo escolásticamente sobre el método y aferrándose a categorías sociales que han saltado hechas añicos a una velocidad pasmosa. El acta de nacimiento de la Sociología- Saint Simon, Comte- tiene el pecado original de un constructivismo utópico que piensa la ciencia de lo social como salvadora de la sociedad y de la especie humana. La monumental obra de Marx ratifica este constructivismo y las mesnadas marxistas prolongan la superchería a lo largo del siglo XX: la brillantez de Carlos Marx sólo tuvo un problema: eran falsos prácticamente todos los presupuestos sobre los que plasmó su teoría y sus profecías. Esto explica que, hoy, nadie lea a Marx mientras que Max Weber- alérgico a cualquier teoría unicausal y omnicomprensiva que explicara la realidad social- sigue manteniendo su influencia sobre las ciencias sociales.
Volvamos a Baleares. Los presupuestos sociológicos fundamentales son dos: la estructura social- red de relaciones sociales pautadas y previas a los sujetos que las practican- y las instituciones sociales, es decir, la institución familiar, la institución educativa, la institución religiosa,, las instituciones políticas y las instituciones económicas. Lo que ha saltado por los aires en Baleares- y en otras partes del mundo- han sido las instituciones sociales- todas- y, a su través, las formas de interrelacionarnos en el seno de una estructura social, cuyo paradigma vigente hasta hace poco resulta sencillamente inservible.
La familia apenas cumple la función de endoculturación y transmisión de principios y valores a los hijos: la precariedad del matrimonio, el divorcio, el aborto, el trabajo de la mujer, las formas matrimoniales llamémoslas “atípicas”, la nueva familia monoparental, el cuestionamiento sistemático de la autoridad paterna/materna, generan una inseguridad y una relajación de los lazos familiares que afectan a la función solidaria y cohesionadora de la familia. No emito juicios de valor morales. Me limito a constatar unos hechos.
La institución educativa- es decir, fundamentalmente el Estado- se ha subrogado en el lugar de la familia: no transmite tanto conocimientos y saberes- cosa que hace muy mal- como nuevos principios y “nuevos valores”, políticos, morales y sociales. Quienes instalan a niños y adolescentes en estos nuevos “valores” no son las familias, sino la escuela y los profesores. Lo del catalanismo o las pautas de comportamiento sexual son ejemplos palmarios de esta realidad.
La institución religiosa-excepción hecha del islamismo- ha dejado de cumplir su función de impregnar de trascendencia la condición humana: basta comprobar lo vacías que están las iglesias. La institución política (e incluyo los medios de comunicación social en esta categoría) sufre una generalizada crisis de desafecto social y no sólo por su comportamiento escasamente ejemplarizante, sino, sobre todo, por una también generalizada crisis de legitimación. Los medios de comunicación que tenían el monopolio- teórico, todo sea dicho- de conformar esto misterioso que se llama la “opinión pública” están inmersos en una acelerada crisis de superveniencia, al menos en su fórmula tradicional. Todavía hay gente- los políticos- que, por ejemplo, piensa que Pedro Serra puede decidir unas elecciones, cuando el hecho informativo y opinativo se ha trasladado a las redes del ciberespacio.
Las instituciones económicas: la globalización y los centros de decisión esparcidos en el espacio globalizado han vaciado de contenido a empresas, empresarios , patronales y sindicatos. El turismo, de repente, se nos va de las manos y nadie sabe como ha sido. Patronales, sindicatos y gobiernos se proyectan con “flatus vocis”, “soplos de voz”, palabras sin significado y, sobre todo, sin capacidad de influir en la realidad económico- social.
Todo esto es lo que nos está pasando en Baleares, un rosario de crisis, de incertidumbres y de desnortamiento. Hemos entrado de hoz y coz en esto que Bauman llama la “modernidad líquida”, presidida por la transitoriedad, la desparición de los vínculos cohesionadores de la sociedad, la incertidumbre, , la volatilidad de las relaciones, la decadencia del Estado, la aparición de poderes difusos inaprensibles y la irrupción de una sociedad cambiante cuyo paradigma representativo es una especie de red neuronal que sustituye los viejos paradigmas sociológicos de las estructuras e instituciones sociales.
Hay que remontarse al siglo XVIII y la revolución que supuso la Ilustración para encontrar un antecedente de la fenomenal crisis que estamos viviendo y cuyo desenlace es tan imprevisible como problemático. Lo único seguro es, como ha dicho Riera, que “las cosas no volverán nunca a ser como antes”- El problema es que no sabemos- ni intuimos- como van a ser las cosas. Y lo único cierto es que todo el instrumental interpretativo que nos proporcionaban las categorías sociológicas, las certezas religiosas, las leyes económicas y los procesos de racionalización política no nos sirven para enfrentarnos a estos nuevos tiempos de incertidumbre que ya están entre nosotros. Parece como si un formidable “big-bang” hubiera estallado en nuestra sociedad sin que conozcamos las leyes que lo rigen ni el desenlace que tendrá.
1 comentario:
Marx es deia Karl. A cap català se li passaria pel cap dir-li Carles.
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