jueves, 23 de junio de 2011

FRANCO, CESAR VIDAL Y MOA.





FRANCO, VIDAL Y MOA.

El historiador, escritor y director del programa Es la noche de César, de esRadio, César Vidal, ha escrito tres artículos en respuesta a la conexión que Pío Moa trata de establecer entre el franquismo y la democracia liberal. Para César Vidal, las últimas tesis de Moa no están fundadas en un análisis riguroso de las fuentes historiográficas sino que responden a una opinión tan legítima como alejada de la realidad.

El primero de los artículos, que los lectores de Libertad Digital ya pueden leer y consultar en la sección de opinión de este portal, subraya las aportaciones de Pío Moa en el estudio de la Segunda República y la guerra civil para acotar finalmente: "En los últimos tiempos, pues, he ido sintiendo, con profunda pena, la sensación de que Pío Moa estaba comprometiendo sus mejores aportes del pasado por culpa de un comportamiento, expresado con creciente entusiasmo, que consiste en escribir y hablar de temas sobre los que no tiene conocimientos suficientes más allá de la simple opinión".


En la segunda entrega de la réplica a Pío Moa, que aparecerá en Libertad Digital el próximo domingo, César Vidal aborda la veta "profundamente antiliberal" –afirma– de algunos de los últimos textos de Moa. 

La tercera parte, que se publicará el próximo miércoles, lleva por título El antiliberalismo agresivo de Franco y es una refutación completa de la teoría de Moa respecto a un supuesto liberalismo franquista: 

"El antiliberalismo de Franco –escribe Vidal– fue manifiesto y temo que esa circunstancia explica no poco el por qué muchos camisas azules acabaron en el PCE o en el PSOE. 

De hecho, muchas de las afirmaciones anti-liberales de Franco podrían ser repetidas sin problemas por los mismísimos 'indignantes' del 15-M. El odio hacia el liberalismo; la insistencia en que la democracia real es diferente de la liberal; el intervencionismo económico que convierte en el mal al capitalismo; la matraca de que el sistema capitalista es inmoral...". (ld)

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PRIMERA ACOTACIÓN A PIO MOA.


En este ensayo, que será publicado a lo largo de tres artículos, César Vidal explora la relación entre franquismo y liberalismo a raíz del reciente debate sobre esta cuestión.
  1. La obra historiográfica de Pío Moa
  2. La revelación de Pío Moa
  3. El antiliberalismo agresivo de Franco
La obra historiográfica de Pío Moa
Recientemente, he contemplado con un cierto estupor cómo se desarrollaba un debate en Libertad Digital en torno a la afirmación de que el liberalismo debe asumir el franquismo sobre la base de sus bondades reales o supuestas. Entrar en este tipo de cuestiones siempre me causa una enorme pereza, en parte porque los que debaten suelen estar más interesados por mostrar que tienen razón que por escuchar las razones del otro y, en parte, porque si no entro en discusiones ni siquiera por mí mismo, hacerlo en relación con terceros me supone un esfuerzo no pequeño. Sin embargo, en este caso concreto he decidido hacerlo por razones que, como iré desgranando, resultan de peso y voy a hacerlo abordando tres cuestiones: la obra historiográfica de Pío Moa, su evolución de los últimos tiempos y, finalmente, por qué desde el liberalismo ni Franco ni el franquismo pueden ser asumidos. Comencemos, pues, por la primera parte.


Conocí a Pío Moa cuando Ediciones Encuentro publicó el que sería el primer libro de una trilogía sobre la guerra civil española. Era un magnífico trabajo sobre la revolución de 1934 y sobre la manera en que influyó trágicamente en una España que acabaría viéndose desgarrada por la guerra civil en 1936. Moa demostraba un conocimiento muy notable de las fuentes –algo que se presupone en los que escriben libros de Historia, pero que no se da tan a menudo como sería de desear– y señalaba el papel del PSOE y el nacionalismo catalán en el estallido de la contienda fratricida. El libro me pareció tan interesante que lo recomendé en mi espacio de libros de Historia de La Linterna cuando aún la dirigía Federico Jiménez Losantos. No mucho después, Pío Moa publicó un segundo libro, éste dedicado a los protagonistas del período republicano, que constituye, en mi opinión, el mejor de su obra historiográfica. Una vez más, Moa recurría a un conocimiento muy notable de las fuentes para mostrar lo que los políticos de la Segunda República pensaban los unos de los otros y el resultado era extraordinariamente revelador. Recuerdo haber comentado entonces a Federico que aquel segundo libro era todavía mejor que el primero y que, al cabo de un tiempo, me dijo que opinaba lo mismo que yo.


Era cierto que Moa carecía de una preparación formal en el terreno historiográfico, pero su conocimiento de las fuentes le había permitido más que sobradamente sortear ese imponente escollo y escribir dos libros de lectura obligatoria. Este mismo punto de vista sostenía Stanley G. Payne, quien me comentó un día, riéndose, cómo el difunto Javier Tusell le había enviado un fax afeándole que elogiara a Moa cuando ni siquiera era profesor universitario. "En Estados Unidos", me dijo Stanley, "los mejores historiadores no están en la universidad sino trabajando fuera". Sabía lo que decía.


Posteriormente, se diría que Moa no había contado nada que no se supiera, pero semejante afirmación procedente de sus adversarios aún subraya más la importancia de aquellas dos obras. Si, efectivamente, conocían lo que había escrito Moa –público y notorio en verdad para los que conocían las fuentes del período republicano– había que preguntarse por qué habían secuestrado aquella verdad durante décadas sustituyéndola por una versión políticamente correcta de la Segunda República y la guerra civil. Si, por el contrario, la ignoraban, la pregunta era aún más angustiosa: ¿cómo era posible que alguien tan ignorante pudiera acabar enseñando en la universidad que pagamos todos? Quizá episodios puntuales como éstos expliquen por qué, según algunos listados, no hay una sola universidad española entre las doscientas primeras del mundo.


El tercer volumen de la trilogía de Moa me pareció menos interesante porque aquí su conocimiento de las fuentes –especialmente las extranjeras– resultaba más limitado. Con todo, era un libro más correcto que la mayoría de los que pueden leerse sobre la guerra civil, pero, en mi opinión, a mucha distancia de los dos anteriores.


Más interesantes me parecieron su libro sobre los mitos de la guerra civil –quizá el más popular y más conocido, pero no el mejor– y sus memorias como miembro de la organización terrorista Grapo. El primero era una obra de alta divulgación muy bien documentada y el segundo, un testimonio de especial interés para el que desee estudiar la mentalidad de un colectivo dedicado al terrorismo.


A esas alturas, Moa se había convertido en una especie de muñeco de feria sobre el que disparaba con fruición –y no escasa envidia por las ventas– todo tipo de personajes. Por esa época, por ejemplo, Carlos Dávila lo invitó a su programa de televisión; Federico ideó una comida homenaje sorpresa en la que participamos encantados algunos y yo le dediqué algunas columnas en La Razón intentando, en mi muy modesta medida, defenderlo frente a ataques injustos que servían, sobre todo, para dejar de manifiesto la escasa calidad humana de quienes los lanzaban. Los liberales de corazón –es sabido– defienden la libertad de todos porque saben que de lo contrario mañana también la suya puede estar en juego y lo hacen –lo hacemos– además sin esperar gratitud a cambio.


Por desgracia, las obras siguientes de Moa me han ido pareciendo muy inferiores precisamente porque, al fin y a la postre, el conocimiento de las fuentes es esencial y si el que se refería a la Segunda República resultaba magnífico no puedo decir lo mismo de textos posteriores. Leí su ensayo sobre Franco con cierto interés, pero, por esas mismas fechas, José María Carrascal publicó otro sobre el mismo tema que me resultó mucho más lúcido e inteligente. Por lo que se refiere a su Historia de España me decepcionó profundamente. Quizá no fue Moa el que tuvo la idea de escribirla y se vio tentado por un editor, quizá se lo sugirió un tercero. No lo sé, pero su lectura me causó un profundo malestar porque Moa se había adentrado en terrenos que no conocía con el mínimo de profundidad necesaria y el resultado era, en ocasiones, penoso. Sus páginas se limitaban a repetir ciertos tópicos, a trazar juicios históricos de tono grueso y no pocas veces erróneo y el autor sólo brillaba a la altura de sus primeros títulos cuando regresaba al período de la Segunda República. Es posible que diez años dedicados a la lectura de fuentes hubieran evitado ese resultado, pero nadie se los dio y Moa tampoco se los tomó.


Cuando, hace unos meses, salió su libro sobre la Transición, me pidió que lo llevara a mi programa en esRadio. Estuve a punto de decirle que no porque la obra me parecía de poco calado y soy muy riguroso en la elección de invitados. Sin embargo, al final, decidí que viniera el 23-F con otras personas, porque todos ellos juntos podían alcanzar el nivel de solidez de la sección. Al final, los compromisos de actualidad se impusieron y, finalmente, Moa no apareció en mi programa. No oculto que me proporcionó un cierto alivio que así fuera porque suelo ser muy cuidadoso con los libros cuyos autores son entrevistados en mi programa. Me puedo equivocar, por supuesto, y a lo mejor se me escapa una obra maestra, pero hago lo posible por que no sea el caso.


En los últimos tiempos, pues, he ido sintiendo, con profunda pena, la sensación de que Pío Moa estaba comprometiendo sus mejores aportes del pasado por culpa de un comportamiento, expresado con creciente entusiasmo, que consiste en escribir y hablar de temas sobre los que no tiene conocimientos suficientes más allá de la simple opinión. Pero a esa cuestión dedicaré mi próxima entrega.
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CÉSAR VIDAL INTENTA REFUTARME.



Leo con cierta sorpresa en LD que “César Vidal refuta a Pío Moa”. Querrá decir que “intenta refutar” a Pío Moa. Quedo a la espera, a ver si lo consigue.  De todas formas hay que felicitarse de que ponga manos a la obra.  Este  país está lleno de problemas de todas clases sobre  los que, sin embargo, no se plantea ningún debate racional. Ello indica el calado todavía escaso que ha alcanzado el liberalismo en España, pues uno de los rasgos del liberalismo es el debate  libre y en igualdad de condiciones sobre los asuntos más variados. El asunto es ahora el franquismo, un problema clave para entender nuestra democracia y que no puede solventarse  con simples declaraciones o condenas dogmáticas como suele hacer nuestra lamentable izquierda. 

 

 

    Leo la primera entrega de César Vidal y encuentro en ella, de entrada, algún error de matiz, aunque no desdeñable, atribuyéndome “la afirmación de que el liberalismo debe asumir el franquismo sobre la base de sus bondades reales o supuestas”. Eso depende de qué se entienda por asumir. Si quiere decir que el liberalismo debe identificarse con el franquismo, está claro que no es lo que digo, y ahí no puede haber debate. Si quiere decir que debemos asumir el franquismo como una realidad histórica con sus luces (a mi juicio muchas) y sus sombras (menos), entonces creo que estaremos de acuerdo. Dice también el señor Vidal que estos debates  le dan una “enorme pereza”. Pues no debieran dársela, porque la cuestión del franquismo, como digo,  es crucial para entender nuestra democracia (más o menos) liberal, que, según yo sostengo,  procede de aquel régimen. A  menos, claro está, que el señor Vidal pueda demostrar lo contrario. He enviado un artículo sobre el grave problema del origen de nuestra democracia, que espero me publiquen pronto en LD. 

 

 

   Aunque no tengo nada de anglómano, soy partidario del método anglosajón de debate, que va al grano y llega a conclusiones, en lugar de dar por demostrado lo que tendría que demostrar y extenderse demasiado en consideraciones personales. Y creo que César Vidal cae un poco en estos dos defectos.

  Por ejemplo: “Es cierto que Moa carecía de preparación formal en el terreno historiográfico”, lo que califica de “imponente escollo”.  Pues para carecer de preparación formal, lo cierto es que mis libros no han podido ser rebatidos por quienes presumen de tal preparación sin demostrarlo en sus obras, como ha sido el caso de todos los historiadores académicos que se han dedicado a descalificarme.  Y por cierto que el mismo reproche hacen a César Vidal. Creo que don César cae también en cierta manía, muy hispánica, de juzgar las cosas por “lo que me gusta o no me gusta”, como si ese fuera un argumento de algún peso. Así, dice que un libro de José María Carrascal sobre Franco le "resultó mucho más lúcido e inteligente” que el mío. El lector supone que a continuación dirá por qué, pero no lo dice. O bien afirma que el tercer tomo de mi trilogía le pareció muy inferior a los anteriores, aunque tampoco aclara por qué.  

 

 Mi  Nueva historia de España  le “decepcionó profundamente”, pero en lugar de explicar la causa, divaga sobre los motivos que él cree que tuve para escribirlo. Por mi parte creo saber el motivo de la decepción de don César: siendo él protestante, no podía gustarle de ningún modo mi enfoque. Luego da una versión de una entrevista que le pedí sobre mi libro acerca de la Transición, y me temo que no es muy exacto. Primero me dijo que sí, con mucho gusto; luego dijo que la metería en un programa sobre el 23-f. Pensé que invitaría también a Jesús Palacios y a algún otro especialista en el asunto, pero  finalmente, sin comunicarme nada más, hizo el programa en exclusiva con Federico y Herrero, a ninguno de los cuales, ni a él mismo, creo que quepa considerar especialista. No me pareció muy bien, pero como él dice que no me llevó porque encontró el libro muy flojo, tendré que creerle, a la espera, una vez más, de que se explique con más concreción. 

 

 

   Finalmente asegura “con pena”, que me vengo metiendo en asuntos sobre los que no tengo “conocimientos más allá de la simple opinión”. Bueno. Quedo, una vez más, pendiente de que lo demuestre. Mi método suele ser explicar y tratar de demostrar los asuntos en cuestión, exponiendo pros y contras, y llegar a conclusiones, dejando de lado o limitando al mínimo la exhibición de preferencias personales. Don César empieza por las conclusiones y preferencia particulares. Bien, también puede hacerse así. De modo que, repito, quedamos a la espera, porque de momento no ha dicho nada sobre lo que se pueda debatir. Estoy seguro de que don César no defraudará nuestras expectativas.

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