miércoles, 8 de junio de 2011

LA DESVERGÜENZA DE GABO

 

INTELECTUALES LIBERTICIDAS

Gabo: con visado y sin vergüenza

Por Eduardo Goligorsky

Gabriel García Márquez anunció, en marzo del 2001, que no volvería a España porque el gobierno de José María Aznar había dispuesto que los ciudadanos colombianos solicitaran una visa para entrar en el país. En abril del 2005, el novelista premiado con el Nobel regresó a España, con su pasaporte legalmente visado, para participar en la reunión del comité de dirección del Foro Iberoamericano.
La pataleta de Gabo no fue producto de que España tuviera un gobierno de derechas. En 1989, cuando gobernaban los socialistas, comunicó al corresponsal en Madrid del diario argentino La Nación:
Nunca voy a volver a España. Están poniendo restricciones, hay que llevar libreta bancaria, billete de regreso. Terminaremos necesitando visado (...) A Felipe González, como a todos los gobernantes de este mundo, las cosas le entran por un oído y le salen por el otro.
Los controles, sin embargo, no eran arbitrarios. En el 2002, La Vanguardia informaba de que en 72 de los más de 200 grupos de delincuencia organizada que funcionaban en España se había detectado la presencia de ciudadanos colombianos. En Madrid, de los 76 grupos investigados, 43 eran de origen colombiano, con un total de 429 miembros.
Ferviente panegirista
Si a García Márquez le indignaba que a sus compatriotas les pusieran condiciones para entrar en España, le importaba un rábano, en cambio, que la dictadura cubana, de la cual él era, y es, ferviente panegirista, llegara, y llegue, a extremos de inenarrable sadismo a la hora de permitir la salida del país de sus propios ciudadanos. Todavía está fresco el recuerdo del vía crucis por el que debió pasar la doctora Hilda Molina para ir a reunirse, después de once años de separación, con su hijo, su nuera y sus nietos, residentes en Argentina. La doctora Molina dirigía el centro de neurocirugía pionero en Cuba, pero renunció a su cargo y a su escaño en la Asamblea Nacional cuando recibió la orden de tratar solamente a extranjeros, que pagaban en dólares, y desentenderse de los cubanos. La científica, acosada por las bandas de sectarios castristas y humillada por los burócratas, inició los trámites para emigrar en el 2004, y debió esperar hasta el 2009 para que, con Raúl Castro en el poder, le permitieran salir. Hoy, ya en Argentina con su familia, son las pandillas kirchneristas las que la hostigan cuando intenta hablar en actos públicos.
La adhesión de Gabo a la dictadura castrista es inquebrantable y no deja resquicios para la vergüenza. En el prólogo que escribió para el libro Habla Fidel, del obsecuente Gianni Minà, llegó al paroxismo del culto a la personalidad del homenajeado con un estilo que recuerda al que empleó Pablo Neruda en sus loas a Stalin:
Al lado de los enormes logros que sustentan la revolución –logros políticos, científicos, deportivos, culturales– hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica, y que ha obligado al propio Fidel Castro, casi treinta años después de la victoria, a ocuparse en persona de asuntos tan extraordinarios como hacer el pan y distribuir cerveza (...) Muchas veces lo he visto llegar a mi casa muy tarde en la noche, arrastrando todavía las últimas migajas de un día desmesurado (...) Lo he visto abrir el refrigerador para comerse un pedazo de queso, que era tal vez lo primero que comía desde el desayuno (...) Creo que es uno de los grandes idealistas de nuestro tiempo, y que quizás ésta sea su virtud mayor, aunque también ha sido su mayor peligro.
Fascinado por el poder
Lo de las visitas de Fidel a casa de Gabo tampoco tiene desperdicio. En su libro La hora final de Castro (escrito en 1992, y de título lamentablemente fallido), Andrés Oppenheimer cuenta:
Fidel trataba a Gabo como a un objeto precioso. Había cedido al escritor una casa con piscina de natación en el vecindario de Cubanacá, un distrito de embajadas en La Habana. Gabo era la única celebridad que tenía a su disposición una casa el año entero, una residencia equipada con tres enormes refrigeradores y una línea telefónica para comunicaciones internacionales (...) Asimismo, Fidel había puesto a disposición de García Márquez un Mercedes Benz 280 negro, igual al que usaba el líder cubano. Un chófer y cuatro criadas estaban asignados a la casa del escritor durante sus estancias en La Habana.
La estrecha amistad, sazonada con un fructífero intercambio de favores, que une a García Márquez con Fidel Castro no es más que una de las caras del apasionado romance que el escritor mantiene con el poder. En su libro Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad, Ángel Esteban y Stéphanie Panicelli explican:
Aunque siempre ha rechazado los cargos públicos que le han ofrecido, García Márquez tiene una obsesiva fascinación por el poder. Le gusta estar a la sombra del poder político para mover los hilos e influir. Lo empezó a paladear con el presidente panameño Omar Torrijos y lo disfrutó a partir de 1975 con Castro.
Gabo tampoco se avergonzó nunca de que su afecto por el poder se orientara exclusivamente hacia su versión totalitaria:
Puedo tener todas las reservas que quiera sobre la revolución cubana, pero jamás conseguirá que las exprese públicamente. Además, tengo muchas más reservas con la Unión Soviética, pero la sola ayuda que ha prestado a Cuba me merece tal gratitud que nunca me encontrará junto a quienes hacen campaña antisoviética.
Para desgracia de Gabo, y de Fidel, la URSS implosionó, y entonces el premio Nobel alertó ex cathedra al mundo contra un nuevo peligro, "el fundamentalismo democrático, el fundamentalismo de las democracias",
que consiste en creer que lo que no es igual a ellas está mal (...) Ahora estamos en el gran peligro de que estas democracias se vuelvan tan fundamentalistas que ya no permitan que haya ninguna experiencia más en la búsqueda de la felicidad (...) Aquí encontramos un problema de definiciones: ¿qué es la democracia? ¿Qué clase de democracia quieren imponerle a Cuba, que a lo mejor puede lograr una democracia distinta y más justa?
Parece absurdo que un célebre novelista dude acerca de la definición de la democracia, pero no lo es tanto si recordamos que el actual y precario presidente del gobierno de España piensa que son discutibles los términos nación y nacionalidad.
Un pecado imperdonable
Empujado por el odio a quienes huyen de las dictaduras, Gabo arremetió con singular ferocidad contra la boat people, o sea, los vietnamitas que, después del triunfo de los comunistas, abandonaron su país en barcas precarias y terminaban a menudo ahogados, devorados por los tiburones o asesinados por piratas. Esos fugitivos, según Gabo (Triunfo, 29/12/79), no componían una minoría: eran muchos, muchísimos. Era gente que había cometido un pecado imperdonable: no tenía una "conciencia política a toda prueba", cosa explicable en "una ciudad pervertida por largos años de ocupación norteamericana".
Los criminales de guerra ya se habían fugado. El problema más grave era el de "la burguesía del Sur, que era casi toda de origen chino" y que "aumentaba sus riquezas con la especulación de cosas de primera necesidad". Casi toda la juventud de Saigón estaba compuesta por "adolescentes occidentalizados" que soñaban "con el pasado que se fue para siempre, al compás de la música de rock"; para más inri, "al contrario de las mujeres del Norte, cuya austeridad no tiene igual, las mujeres del Sur aumentaban la belleza natural maquillándose a la moda europea, preferían los colores vistosos aun en sus ropas orientales, y sabían correr los riesgos de la coquetería". Corolario:
El drama de los refugiados, que era tan inmediato y desgarrador, se convirtió para mí en un interés secundario frente a la realidad tremenda del país.
La producción periodística de García Márquez, que sus acólitos consideran modélica, es, en verdad, un modelo... de servilismo desvergonzado a las glorias del totalitarismo de izquierda. En un solo artículo (El País, 6/1/82) acumuló los siguientes exabruptos para calificar la información que daba la prensa occidental sobre el enfrentamiento entre la oposición polaca y el régimen comunista: "indigna e indignante", "histeria informativa", "diabólica", "una realidad manipulada","perversidad", "estas noticias no sólo eran falsas sino algo peor: inventadas", "extremos frenéticos", "desenfrenados medios de información de la Europa occidental". Cinco meses más tarde confesó, tan pancho, que se había equivocado al juzgar la situación en Polonia.
Ultraje al pudor
Si Gabo no siente compasión por las víctimas de la dictadura castrista, tampoco la sintió por las víctimas de los terroristas que, entrenados en Cuba por el comandante Manuel Piñeiro Losada –alias Barbarroja– y sus sicarios, sembraron la muerte por América Latina. Su desprecio por estas víctimas quedó patente en la entrevista que le realizó a Mario Eduardo Firmenich, jefe de los Montoneros argentinos y colaborador confeso en el asesinato alevoso del expresidente teniente general Pedro Eugenio Aramburu (reproducida en Por la libre. Obra periodística 4, 1974-1995). Ya el título del reportaje, "Montoneros: guerreros y políticos", es un ultraje al pudor, pues aquella banda criminal, integrada por lo más desquiciado de la ultraderecha y la ultraizquierda argentinas, no tenía nada en común con lo que se entiende por guerreros y políticos en el lenguaje de la gente civilizada.
Leer la descripción que Firmenich y sus cómplices dejaron para la posteridad con los pormenores del asesinato en el semanario La Causa Peronista no es una experiencia apropiada para estómagos sensibles. Sin embargo, en la entrevista de marras, García Márquez destila una evidente simpatía por su interlocutor, con el que entabla un diálogo de compinches y al que sólo le reprocha su "optimismo calculado". Lo más rastrero es que Gabo sólo emplea la palabra ejecución para referirse al asesinato, término éste que jamás aparece en el texto. Ejecución es la palabra que los terroristas y sus valedores utilizan sistemáticamente para encubrir con un maquillaje legalista sus actos vesánicos.
El porqué del envilecimiento
Para aproximarnos a una explicación de tanto envilecimiento, es bueno recordar lo que dijo Hannah Arendt, con su habitual lucidez, en una entrevista que le hizo el periodista Gunter Gaus para la televisión alemana en 1964, y que más tarde reprodujo la revista francesa Esprit:
Mire, nadie le reprocharía a un hombre haberse hecho nazi para salvar y dar de comer a su familia. ¡Pero muchos de aquellos intelectuales realmente creyeron! ¡Algunos por poco tiempo, pero el hecho es que muchos intelectuales alemanes elaboraron teorías sobre Hitler, teorías muy interesantes! Teorías fantásticas, apasionantes, sofisticadas y que planeaban muy alto, más allá de las divagaciones habituales. Los intelectuales cayeron víctimas de la trampa de sus propias construcciones.
No es difícil imaginar a Gabriel García Márquez, enamorado del poder, como ya hemos visto, festejando, si hubiera nacido en otra época, los hallazgos del Mein Kampf, y despotricando contra los fugitivos del paraíso nazi, precursores de sus escarnecidos exiliados cubanos y boat people vietnamitas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que ser muy miserable, como lo son muchos de estos personajes -intelectuales y artistas-, para defender y justificar la opresión y la miseria contra la gente común, mientras ellos, cómo señoritos que son, viven a lo grande