martes, 28 de junio de 2011

CÉSAR VIDAL- PIO MOA





TERCERA ACOTACIÓN A PIO MOA.


En este ensayo, que será publicado a lo largo de tres artículos, César Vidal explora la relación entre franquismo y liberalismo a raíz del reciente debate sobre esta cuestión.
  1. La obra historiográfica de Pío Moa
  2. La revelación de Pío Moa
  3. El antiliberalismo agresivo de Franco
El antiliberalismo agresivo de Franco
Si hubo un personaje abiertamente antiliberal en la España del s. XX, ése fue el general Franco. Por supuesto, el antiliberalismo estuvo presente en fuerzas políticas de todo tipo, a la izquierda y a la derecha, pero, en algunos casos, siquiera de cara a la pasarela, se intentaba salvar algo de la herencia liberal referido a los padres de la Constitución de 1812 o a los redactores del Código civil. No fue el caso de Franco. Prescindiendo de lo que pudiera haber pensado en sus años mozos, durante la guerra civil, Franco dejó establecido desde el principio que su meta era la creación de un Estado totalitario. Así lo afirmaba en el Decreto de unificación de abril de 1937, cuando se felicitaba de que "Como en otros países de régimen totalitario, la fuerza tradicional viene ahora en España a integrarse en la fuerza nueva". Franco no era original en esa visión. A decir verdad, lo más seguro es que la tomara de la Falange cuyo punto Sexto afirmaba: "Nuestro Estado será instrumento totalitario al servicio de la integridad patria" (miércoles 21 de abril de 1937, Heraldo de Aragón, p. 3).


España se hallaba inmersa en una guerra y el bando que acaudillaba Franco había optado por un modelo totalitario que recordaba de manera nada casual al sistema mussoliniano. El Fuero del Trabajo afirmaba al inicio de su preámbulo: "Renovando la Tradición Católica, de justicia social y alto sentido humano que informó nuestra legislación del Imperio, el Estado nacional en cuanto instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y Sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista...". Por supuesto, esa confesión clara de totalitarismo se oponía por definición –de nuevo el modelo fascista resultaba innegable– al liberalismo. Así, Franco podía afirmar el 18 de julio de 1936: "A la irresponsabilidad política de los partidos liberales, sucede la unidad de nuestra Cruzada, orgánicamente constituida; a un Estado neutro y sin ideales, le sustituye el misional y totalitario que orienta al pueblo, señalándole el camino, por el que le conduce, sin vacilaciones ni retrocesos, y no como la masa informe, de que son representantes las manifestaciones liberales..." (Discurso de Franco de 18 de julio de 1938 en ABC de Sevilla de 19 de julio).


Es cierto que el totalitarismo del nuevo régimen creado por Franco era sui generis y junto con los elementos fascistas de la Falange contaba con un componente católico fortísimo –piénsese, por ejemplo, en el establecimiento del culto obligatorio a la Virgen María en todas las escuelas (BOE 10 de abril de 1937)–, pero no se puede negar que las formulaciones de Franco eran totalitarias, muy imbuidas de los fascismos de la época y profundamente antiliberales. Por qué los liberales debían asumir ese franquismo constituye para mí un misterio al que no encuentro explicación racional o histórica por ninguna parte.
El proyecto totalitario de Franco fracasó por diversas razones. Por un lado, las victorias de los Aliados no presagiaban un futuro halagüeño para los que anduvieran tonteando con los fascismos; por otro lado, la iglesia católica se iría constituyendo como un verdadero Estado dentro del Estado y, por lo tanto, haría todo lo posible para evitar ese totalitarismo confeso y querido por la Falange y por Franco. Finalmente, la misma Falange fue perdiendo posiciones salvo en algunos segmentos del Estado como los sindicatos. Fue así como el régimen, en los años cincuenta, pudo ser calificado como "autoritario". Sin embargo, el paso del régimen de ser un Estado totalitario a uno autoritario no llevó a Franco a olvidar o relativizar su odio por el liberalismo. Los ejemplos al respecto son muy numerosos para cualquiera que conozca las fuentes. El tema daría incluso para una dilatada tesis doctoral. Permítaseme que me ciña a algunos botones de muestra.


Franco partía de una cosmovisión –nefasta para la Historia de España– que arrancaba del pensamiento reaccionario católico del s. XIX al que se habían sumado elementos del fascismo de la Falange. Se trataba de una visión que idealizaba el mundo rural, que odiaba la democracia liberal, que veía un peligroso enemigo en el capitalismo y que creía en un Estado poderosamente interventor y confesional que, limitando considerablemente las libertades individuales, mantuviera a la nación en una especie de Arcadia feliz. No era el único en creerlo. Personajes tan diversos como Vázquez de Mella y el general Mola o Chesterton y Tolkien abogaban por visiones muy semejantes. El problema es que una cosa es describir el idílico mundo de los hobbits en la Comarca y otra, muy diferente, el intentar modernizar una nación. En buena medida, el fracaso español del s. XIX derivó de que, a diferencia de lo sucedido en otras naciones, los liberales no lograron sacar adelante una serie de reformas moderadas que chocaban frontalmente con esa visión y que hubieran convertido a España en un Estado moderno.


La victoria de Franco permitió –al menos por un tiempo– creer en que era posible crear ese nuevo Régimen que tenía como una de sus bestias negras al liberalismo. El discurso de Franco de 14 de mayo de 1946 pronunciado ante las Cortes, incluso después del final de la Segunda Guerra Mundial, constituyó uno de esos alegatos contra "el sistema liberal parlamentario" en una lectura absurda de la Historia de España que iba desde las Cortes de Cádiz hasta la Guerra Civil. En ese discurso, Franco afirmaba que "en esta última etapa de la vida del mundo, la inhibición, que el sistema liberal ha asentado y que el capitalismo y el materialismo han hábilmente explotado, fue causa de que a los progresos técnicos y materiales que el mundo ha tenido no les hayan seguido los progresos morales". Como Marx, Franco no podía negar los avances capitalistas, pero sí podía imputarles la culpa de la falta de moral. Pero ¿por qué era el liberalismo culpable de esa falta de moral y no, por ejemplo, la iglesia católica que monopolizaba desde hacía siglos la vida espiritual de los españoles?


Ese mismo año –insistamos en ello, tras la derrota de los fascismos– en su discurso de 19 de octubre de 1946, pronunciado ante la I Asamblea de Hermandades de labradores y ganaderos, Franco afirmaba jactanciosamente: "El Estado español no es un Estado liberal, y no es un Estado liberal porque no deja en libertad a los poderosos para explotar a los débiles... No es un Estado liberal que sea indiferente a la situación angustiosa y de miseria en que ha vivido el agro español durante siglos; no es un Estado liberal que se inhiba de las necesidades de los productores, de las necesidades de las tierras pobres; es un Estado proteccionista de todos los españoles".


El mensaje se mantuvo pertinaz durante la década de los años cincuenta, la década en que los españoles siguieron pasando hambre porque los socialistas de camisa azul seguían practicando el intervencionismo económico y los obispos habían decidido que España no podía permitirse la libertad religiosa ni siquiera a cambio del Plan Marshall. En su discurso de 31 de diciembre de 1951, Franco indicaba de manera taxativa que el haber hallado "un instrumento feliz para la realización de la evolución político-social que la hora demanda" se debía a "que nos hayamos separado de los patrones políticos estilo liberal".


Tenía las ideas claras Franco –cuestión aparte es que acertara– ya que en otro discurso, éste pronunciado el 17 de mayo de 1955, afirmaba en relación con "la democracia liberal" que "no podría concebirse un sistema más dañino para los intereses de la Patria y para el bienestar y el progreso de los españoles". Todavía en 1958, con la nación en bancarrota, Franco declaraba ante Le Figaro (publicado el 13 de junio de 1958): "Nuestro régimen actual tiene exclusivamente sus fuentes y su fundamento en la Historia española, en nuestras tradiciones, nuestras instituciones, nuestra alma. Son éstas, fuentes que habían sido perdidas o contaminadas por el liberalismo. La consecuencia del liberalismo fue el ocaso de España".
Pensaran lo que pensaran del sistema político liberal, los tecnócratas del Opus sí tenían claro que la economía tenía que liberalizarse. El hecho de que fueran católicos indubitables permitió que Franco aceptara sus tesis, que las Cortes las votaran y que la nación saliera adelante con una política económica totalmente distinta a la de las dos primeras décadas del régimen de Franco.


Sin embargo, el Caudillo seguía en sus trece ideológicos. En su discurso de 31 de diciembre de 1959, recalcaría que la salvación de España era necesaria "y ningún camino más fácil ni más recto, para este primer y básico objetivo, que la desaparición del anárquico sistema liberal". En otras palabras, si alguien pensaba que la liberalización económica traería la política, iba a sufrir una desilusión. No podía ser de otra manera, porque el capitalismo liberal mantenía su posición entre las obsesiones ideológicas de Franco. Baste al respecto recordar el discurso de 18 de septiembre de 1962 pronunciado ante los mineros de Ciñera (León) en que afirmó tajante: "Y estas soluciones españolas, esta política española, hieren los intereses de los credos políticos capitalistas liberales, los de la masonería y también los del comunismo".


Y es que, en contra de lo que muchos han afirmado, el régimen –por lo menos, su creador– no pensaba en su final. Al fin y a la postre, el régimen de Franco sí sería un paréntesis e incluso así lo contemplaron muchos desde el principio. No, desde luego, Franco, que estaba convencido de que había creado un nuevo sistema político que enlazaba con un alma española concreta, que se oponía por igual al comunismo y al liberalismo, y que debía durar para siempre. En armonía con esa visión nada temporal del sistema que había creado, Franco afirmó en la inauguración de la IX legislatura de las Cortes españolas, el 17 de noviembre de 1967: "No debe haber lugar a dudas sobre el propósito de permanencia histórica de nuestra obra política. No hemos arbitrado una solución de emergencia, ni somos un paréntesis en la Historia de España... la España nacida el 18 de julio por un esfuerzo heroico va a ser continuada, a través de los años, por un esfuerzo tenaz de sucesivas generaciones". Gracias a Dios, no fue así, pero no porque Franco no quisiera y mucho menos porque trajera una democracia que nunca quiso traer y que aborrecía con toda su alma. A decir verdad, al mismo tiempo que designaba a Juan Carlos como "sucesor a título de rey", Franco dejaba claro que el régimen se continuaba a si mismo y no desembocaba en otro. En declaraciones recogidas el 1 de marzo de 1969 por el diario Arriba afirmaba lo siguiente:

  • Pretenden los historiadores y políticos liberales que regímenes como el nuestro no pueden transmitirse ni suceder a su creador. ¿La Ley de Sucesión cree Su Excelencia que supera ese supuesto determinismo histórico?
  • Si tal aseveración fuera exacta, ningún sistema hubiera tenido continuidad, ya que todo se origina en un momento fundacional de una u otra forma, llevado a cabo por la unión de poderes sociales populares en torno a una o varias personas. En cambio, es cierto que la pervivencia de cualquier régimen depende de su incorporación a la conciencia pública. En nuestro caso, respaldado por una continua adhesión del pueblo y formalizado mediante un referéndum de una claridad que permite hacer pocas muestras de comparación".
No, Franco no tenía la menor intención –todo lo contrario– de que España se encaminara hacia una democracia después de su muerte. El príncipe tendría que cumplir los Principios fundamentales del Movimiento que había jurado y no cabe duda de que, al actuar así, Franco era coherente consigo mismo. La misma monarquía no podía ser liberal y parlamentaria como había señalado, por ejemplo, el 4 de julio de 1947 en la alocución pronunciada ante los micrófonos de Radio Nacional con motivo del referéndum de la Ley de Sucesión y como remacharía entre los aplausos de las Cortes en la proclamación del príncipe el 22 de julio de 1969.


El Estado –ya autoritario– no podía dar más de sí. Por limitaciones, ni siquiera contaba con una justicia independiente cuando se trataba de cuestiones políticas. Buena prueba de ello es la manera en que se abordó el escándalo Matesa, que afectaba a varios ministros y en el que Franco salvó directamente la cara de López Bravo; en que se trató el asunto del aceite de Redondela en que estaba implicado el hermano del dictador; o en que se dio carpetazo al intento de soborno de un juez del Proceso de Burgos por parte de un ministro católico que deseaba que no hubiera penas de muerte como había pedido el Papa. Ésa es la realidad que muestran las fuentes y el hecho de que un gobierno del Frente Popular hubiera sido peor, de que la nación experimentara un crecimiento económico espectacular en los años sesenta o de que ZP sea una calamidad histórica no anulan un ápice semejantes realidades.


Ciertamente, el régimen de Franco puede ser asumido por el carlismo que, salvo en la cuestión dinástica, tuvo en él a uno de los mayores defensores de sus esencias. Puede ser asumido también por el fascismo de la Falange, que dejó una huella que perdura hasta hoy, por ejemplo, en una legislación laboral culpable de que España tenga la tasa de desempleo mayor del mundo libre. Puede ser asumido sin duda por un catolicismo –especialmente si no es democrático– ya que nunca, según confesión de los ministros católicos de Franco, obtuvieron los obispos tanto de un Gobierno español sin entregar apenas nada a cambio. Pocas veces, por otro lado, fue más descarado el cambio de bando de los obispos que, deseosos de salvar los muebles del Concordato, comenzaron ya a colocar sus peones en los nacionalismos catalán y vasco e incluso en los partidos de izquierda antes de que el general exhalara el último aliento. El régimen de Franco puede incluso ser asumido por los partidarios de las dictaduras militares o por los que creen que la libertad es un bien menor siempre subordinado a otras realidades. De no ser por los complejos históricos, hasta podría ser asumido, siquiera parcialmente, por esa izquierda que ve en el liberalismo y la libertad económica el origen de todos los males. Sin embargo, el régimen de Franco no puede ni debe ser asumido jamás por el liberalismo.


El antiliberalismo de Franco fue manifiesto y temo que esa circunstancia explica no poco por qué muchos camisas azules acabaron en el PCE o en el PSOE. De hecho, muchas de las afirmaciones antiliberales de Franco podrían ser repetidas sin problemas por los mismísimos "indignantes" del 15-M. El odio hacia el liberalismo; la insistencia en que la democracia real es diferente de la liberal; el intervencionismo económico que convierte en el mal al capitalismo; la matraca de que el sistema capitalista es inmoral; la idolatría sindical hasta el punto de establecer un sistema de convenios colectivos que padecemos a día de hoy, no son aportes de la izquierda montaraz –aunque, por supuesto, los comparta– sino de un Franco nutrido por los principios sociales del fascismo de la Falange y de la doctrina social católica. Cuando uno contempla el contenido de las fuentes –unas fuentes que Moa parece desconocer gravemente– cuesta no llegar a la conclusión de que dislates como la mal llamada memoria histórica quizá son sino un intento freudiano de matar al padre. No es un trastorno que los liberales padezcamos porque jamás podremos reconocer a Franco como padre ni asumirlo como modelo. Fue nuestro enemigo declarado. Cristianamente, quizá algunos podamos perdonarlo, pero, desde luego, no será para legitimarlo, defenderlo o asumirlo. (César Vidal/ld)






TERCERA RESPUESTA A CÉSAR VIDAL. 





Creo que en esta tercera entrega de César Vidal hay más “chicha” que en las anteriores, por lo que me extenderé algo más. César ha hecho un notable esfuerzo por convencerme y convencer a sus lectores, de que el franquismo no fue liberal. Por mi parte le agradezco el empeño, pero creo que era innecesario, pues nunca tuve dudas al respecto.


   La cuestión que yo planteo es distinta, y, como ha pasado con la del desplazamiento del español por el inglés en España, y la del homosexualismo,  parece difícil de entender a primera vista. Vamos a ver si consigo plantearla con claridad: el régimen actual viene a ser una democracia liberal, si bien con déficits muy graves y en plena involución política. Quedémonos, no obstante, con la primera parte y planteemos una pregunta histórica y políticamente básica: ¿de dónde viene, fundamentalmente, esa democracia? Veamos algunas alternativas: A) de la oposición antifranquista; B) de un movimiento liberal; C) del Departamento de Estado useño; D) de los países europeos del entorno; E) del propio franquismo. 


  En La Transición de cristal he abordado de modo explícito o implícito estas alternativas. El supuesto A resulta  de todo punto imposible por dos razones: ante todo porque se componía fundamentalmente de comunistas y /o terroristas, rodeados de variopintos compañeros de viaje y oportunistas de vario pelaje. Viene a ser como el célebre despropósito de que la democracia en España fue defendida por marxistas, anarquistas, golpistas, racistas y otros similares, bajo la protección de Stalin. Solo exponer el hecho demuestra su falsedad radical, y sin embargo esa falsedad ha orientado una inmensa bibliografía, de la que nunca deja uno de asombrarse. La segunda razón es que, aunque así era la principal oposición a Franco, siguió siendo muy débil hasta el final, como demostró plenamente el referéndum de diciembre de 1976. Ni podía influir decisivamente, ni era demócrata, sino todo lo contrario.


El supuesto B no resulta menos imposible, ya que nunca hubo, durante todo el franquismo, un movimiento liberal. Los liberales eran pocos (¿y son muchos ahora?) y desde los mismos y duros años 40 prefirieron acomodarse al régimen, aun manteniéndose independientes de él, agradecidos de que hubiera librado a España de una catástrofe. Y los liberales más antifranquistas sintieron cierta inclinación a componendas con los antifranquistas totalitarios. Entre los insultones a Solzhenitsin no faltaron bastantes que se consideraban o pasaban por liberales. 

 
El supuesto C no pasa de ser una leyenda urbana creída sobre todo por la extrema derecha. Una cosa es que la política internacional useña favoreciese la democratización de España y otra que la hubiera “fabricado”. Lo que interesaba a Usa, como puso de relieve Kissinger, era que no se creasen problemas como el de Portugal en una zona muy sensible. Querían una transición lenta, cuidadosa y que en ningún momento se fuera de las manos al estado. Y eso era justamente lo que estaban intentando los franquistas (el núcleo principal de ellos) sin necesidad de consejos, como he expuesto en el libro citado. Otra leyenda urbana (más bien paleta) es la de la información y poder absoluto que tendría la CIA sobre España. Su información era en gran parte defectuosa y tópica, como pone de manifiesto Ortí Bordás.


El supuesto D es todavía menos creíble. No debe olvidarse que esos países no se debían sus regímenes ni su prosperidad, al menos en los inicios, a ellos mismos, sino a Usa (y también al hecho de que Franco desafiase las brutales y demagógicas presiones externas al final de la Guerra Mundial, pues una nueva guerra civil en España habría echado a perder la democratización de una Europa occidental arruinada y hambrienta); no debe olvidarse tampoco la fuerza que en ellos tuvo un izquierdismo, incluso un comunismo, de rasgos totalitarios, y el efecto de mil tópicos también antidemocráticos sobre España, manifiestos de modo un tanto repulsivo en las campañas a favor de los asesinos etarras, especialmente en 1970 y 1975, con olvido total de las víctimas. Por otra parte es indudable que la mera existencia de unas democracias en Europa occidental pesaba sobre la evolución de España, pero con un peso ambiguo y con mucha menos prudencia de la que hizo gala por entonces Washington.


   No queda más explicación razonable que la última. El franquismo nunca fue derrotado ni derrocado, resistió durante treinta años las presiones exteriores más fuertes, de orden en general no democrático y sí demagógico; y, en fin, está la evidencia histórica más palmaria: un rey nombrado directamente por Franco, unos políticos provenientes directamente del franquismo; Suárez, jefe del Movimiento; una clase política reflejada en las Cortes que aceptó la reforma política; una reforma hecha “de la ley a la ley”; una victoria popular abrumadora en un referéndum planteado directamente contra la (loca) alternativa rupturista de la oposición. ¿Hace falta algo más para dejar las cosas en claro?


  La posibilidad histórica de una democracia sólida en España nació fundamentalmente de ahí, de decisiones del grueso de  la clase política franquista y del clima social de prosperidad y, sobre todo, de reconciliación nacional creado bajo aquel régimen. Los odios desenfrenados que hundieron la república estaban más que olvidados por la inmensa mayoría de la población.  Por consiguiente, si existe una democracia liberal en España, los liberales debemos, no solo “perdonar” al franquismo, como propone César Vidal, sino agradecérselo efusivamente, ya que esta democracia no se debió a nosotros, precisamente, y menos a quienes por entonces militábamos en la extrema izquierda. Y constatar de paso cómo las mayores amenazas que ha sufrido la democracia en estos años tienen, casi sin excepción, carácter antifranquista: terrorismo y colaboración con él, ataque a Montesquieu, expansión veloz y voraz del estado, “cien y más años de honradez”, separatismo, leyes totalitarias, etc.  


   Creo, además, que al exponer el carácter del franquismo, César Vidal cae en algunos fallos de análisis e interpretación  que le llevan a conclusiones erróneas  sobre  la significación histórica de aquel régimen, y que examinaré en la próxima entrega.  (Pio Moa) 

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ERRORES METODOLÓGICOS DE CÉSAR VIDAL.





Dicho de otro modo, cuando uno oye a ciertos liberales o que se dicen liberales, parece que ellos hubieran vencido a la revolución o hubieran sido feroces enemigos que hacían temblar a Franco, un poco al modo como los monárquicos de Ansón. Esto no es serio y hay que atenerse a los hechos y no a las declamaciones ideológicas. Si la democracia viene del franquismo, está claro a quien debemos agradecerla.
 
   Pero si César Vidal equivoca el verdadero problema planteado, también parece entender el liberalismo de un modo por así decir metafísico.  Si uno se pone exigente, verá que no existe ni ha existido ningún régimen totalmente liberal en el mundo, y si considera un conjunto de rasgos liberales como la base de la legitimidad, ninguno sería legítimo tampoco. Ahora bien, el régimen de Franco no fue liberal,  pero tenía rasgos liberales muy importantes; o el régimen hegemonizado durante largos decenios por la socialdemocracia sueca tenía fuertes rasgos antiliberales, pero no dejaba de ser una democracia liberal.
  
Creo que este error del señor Vidal tiene que ver con un fallo metodológico de manejo defectuoso de las fuentes, en este caso de las citas, error muy frecuente (lo he señalado en Preston y su escuela, entre otros) y no solo entre historiadores inexpertos.
  
El análisis histórico no puede tomar las citas sin más. Lo he explicado, por ejemplo, en relación con las abundantes de Largo Caballero sobre la guerra civil que yo mismo he expuesto y que denotaban bien a las claras sus intenciones. Sin embargo es propio del hombre, y casi diría aun más del político, contradecirse y sostener en un momento una cosa y en otro otra. Largo hablaba de democracia lo mismo que de dictadura del “proletariado”.  Y aun tienen más importancia las contradicciones entre las declaraciones y los hechos. Ciertamente, en política las palabras son fundamentales, pero solo podemos darles su verdadero sentido contrastándolas con los actos, que muy a menudo no son consecuentes con ellas.  Es decir, ¿en qué habrían quedado las citas de Largo si no hubiera organizado, efectivamente, la guerra civil? Habrían quedado en poco más que peligrosos  pintoresquismos. Cosas así ocurren bastante a menudo en la historia, lo mismo que invocaciones virtuosas  materializadas luego en actos brutales.
  
Así, en relación con las citas de Franco: ¿fue consecuente Franco con sus declaraciones antiliberales? Solo parcialmente. Él salvó la propiedad privada de la mayor amenaza que haya sufrido nunca en España, y este es un punto básico que un liberal debe valorar en el más alto grado. Creó un estado pequeño, también en los años 40, y lo mantuvo así durante toda la historia de su régimen, y esto también debe apreciarlo un liberal, porque tiene amplias consecuencias económicas y políticas. Ese estado no se inmiscuía demasiado en los asuntos personales de los individuos (al revés que ahora, por cierto), y permitía, por ello y por su poco tamaño, una muy considerable libertad personal, aunque restringiera la política. Si no tenemos en cuenta hechos como estos y nos dejamos llevar solo por las palabras, nuestras conclusiones serán inevitablemente erróneas o dogmáticas.
 
   Al citar debe aclararse también lo que  entiende el citado por los conceptos que usa. Así, ¿qué quería decir en concreto Largo Caballero cuando hablaba de democracia, o Franco cuando exige un estado totalitario? Algo bastante distinto de lo que entendemos hoy por tales cosas. Franco quería decir, en lo esencial, que el estado debía intervenir en las relaciones entre obreros y empresarios, para lo cual creó los sindicatos llamados verticales (que solo tienen semejanzas muy lejanas con los sindicatos actuales, aunque a menudo se acusa a estos de una especie de verticalismo) y aplicar una censura previa de prensa (debe entenderse que la censura existe en todo tiempo y lugar, pero en un estado liberal queda al arbitrio de las empresas particulares, lo cual permite una libertad mucho mayor: cada medio de masas aplica la suya muy claramente, y ni en LD se permitirían proclamas comunistas ni en El País se permite siquiera el derecho de réplica. Por no hablar de la muy extensa censura impuesta por la “corrección política”). Aquí sí puede decirse que este concepto de Franco no es liberal pero, desde luego, tampoco totalitario tal como hoy entendemos el concepto: tendencia  del estado a ocupar o usurpar todo el espacio social; algo que se produjo en los países comunistas pero ni de lejos en el franquismo en ninguna de sus etapas.  Si el historiador no atiende al significado de los conceptos según quien los use, corre serios riesgos de confundirse y confundir a sus lectores.
 
   Ni siquiera la Falange era totalitaria: su componente católico la alejaba de los fascismos, incluso del mussoliniano (aunque tomara bastante de él), y muchísimo más del nacionalsocialismo, que este sí tenía mucho más de totalitario. En los años 40 hubo numerosos roces entre la Falange, la Iglesia y gran parte del ejército. En todos o casi todos los casos la Falange  salió perdiendo. Un historiador debe tomar estos hechos muy en consideración. El estado franquista fue, desde el mismo principio, meramente autoritario, y a él se aplican, en los mismos años 40, los requisitos con que  el sociólogo Juan Linz distingue este tipo de régimen. Como ya observó también Julián Marías, por ejemplo.
 
   Lo mismo ocurre con el término “liberal”: ¿Qué entendía Franco por tal cosa? Un régimen sin ningún principio político o moral claro, que por ello mismo abría el camino a la revolución, al comunismo, que era su verdadero enemigo y al que realmente venció. Franco tuvo una formación liberal, y en vísperas de la república era partidario de una democratización en orden. La experiencia de la república le llevó a caracterizar el liberalismo como hemos dicho, pues en España ocurrió algo de lo que él decía, aunque tal vez se objetará que ni Ortega, ni Marañón ni Pérez de Ayala, ni Azaña ni los líderes republicanos en general eran liberales genuinos. En cualquier caso eran lo más parecido al liberalismo que había entonces, y su república abrió paso o se mostró incapaz de contener la revolución. Fue una experiencia histórica real, de la que Franco y muchos otros sacaron conclusiones sin duda excesivas y confusas, pero bastante comprensibles, dadas las circunstancias. Y en todo caso siguió sin haber en España una fuerza realmente demoliberal, e incluso actualmente esta es pequeña, véase si no, la involución que ahora mismo sufre el régimen.  
 
En la próxima y final entrega, veré algunos otros errores concretos en que incurre César Vidal por su modo de tratar las fuentes. (Pio Moa)
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pío Moa no ha dicho nunca que Franco fuera liberal. Lo que ocurre, a mi entender, es que Libertad Digital está mostrando ahora una actitud que siempre ha criticado de la derecha política: cuando les llaman franquistas, corren a esconderse debajo de la mesa.

Libertad Digital me está decepcionando en este asunto, porque se está comportando ideológicamente. Es decir, que sus miembros están encarcelando su pensamiento dentro de una ideología determinada, hasta el punto de no poder hacer un análisis sereno de la realidad. Eso es lo que les lleva a asustarse al leer a Pío Moa sus opiniones fundamentadas, serenas y sencillas sobre el franquismo, la homosexualidad o el protestantismo.

Parece que un buen liberal no pueda dejar de criticar visceralmente al franquismo. Parece que un buen liberal tiene que estar a favor del homosexualismo (en una actitud acientífica, desde luego). Parece que un buen liberal tiene algo que agradecer al protestantismo y mucho que reprochar al catolicismo. Y en Libertad Digital, que empieza a acomplejarse, no quieren que pueda quedar sombra de duda sobre su "pureza liberal". Pobrecillos como sigan por ese camino.