EL PPC Y EL VALOR DE LAS PALABRAS.
En estos detalles simbólicos parece consistir la refundación del PPC acordada el pasado sábado en Barcelona. Junto a estos detalles simbólicos menores, su deseo pactista con CiU le ha llevado a legitimar una de las campañas más desestabilizadoras contra el Estado: la asimetría fiscal. En lugar de oponerse a la creciente sensación de expolio fiscal alentada por el nacionalismo, lo legitima con la petición de "autonomismo diferencial" para Cataluña, aprobado el pasado sábado en su XII Congreso. Con él dan credibilidad a la exigencia del nacionalismo de que Cataluña reciba un trato fiscal diferente al resto, al modo y manera del concierto vasco y navarro. Aparte de su inviabilidad, es un golpe en la línea de flotación de un Estado donde todos sus ciudadanos deben ser iguales en igualdad y derechos, independientemente del territorio donde vivan.
Con estas cesiones en el lenguaje, el PP Catalán ha iniciado el proceso de renuncia a ser un partido español sin complejos en Cataluña, para confundirse con el paisaje.
Solemos ponernos en guardia ante una decisión arriesgada, advirtiendo que, "sabemos cómo empiezan las cosas, pero no cómo terminan". No en este caso. Este camino ya lo ha recorrido el PSC. Comenzó por tomar prestada la terminología catalanista y ha acabado legitimando la nacionalista. Desde entonces, el único terreno de juego político en Cataluña es el de la identidad y la exclusión.
Alicia Sánchez-Camacho y Mariano Rajoy no han comprendido que en Cataluña todo comienza con la manipulación de las palabras y acaba con la exclusión de la realidad y de la legalidad. Y sus consecuencias son nefastas. Claro lo ha dejado Artur Mas ayer en el Parlamento: "habrá hacienda propia catalana por las buenas o por las malas". Así lo ha titulado su órgano de propaganda más subvencionado: La Vanguardia. Donde no llega el señor, abronca el vasallo.
Y Alicia, en el país de las maravillas.
(Antonio Robles/ld).
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Procure no vomitar.
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