viernes, 15 de noviembre de 2019

PROFUNDAMENTE GILIPOLLAS


 (Lo de 'profundamente gilipollas' va dirigido a los políticos del PP, cuando gobiernan. Ahora que gobierna la izquierda hay que cambiar la etiqueta.

Estos de ahora son malolientes. Premiar a los que desprecian a España, es propio de gentuza antiespañola. O sea, Dios los cria y ellos se juntan.

¡Qué asco de izquierda!)






El talento liberal no existe.

Los premios del Ministerio de Cultura no fallan: o nacionalistas, o de izquierdas.



Una editorial, un grupo mediático o la asociación de amantes del queso de Arzúa están en su legítimo derecho a organizar unos premios y distinguir a quien libérrimamente estimen. El dinero es suyo, privado, y sus principios no han de representar al conjunto de un país. Pero los galardones que penden del Ministerio de Cultura son otra cosa. Su fin último, su razón de ser, radica en poner en valor la gran cultura española.

Pues bien, a tenor de la relación de este año, todo creador que arrastre el estigma de ser liberal, conservador o mínimamente centrista queda excluido de los galardones estatales (muñidos en la sombra por un intelectual comunista hoy apoltronado en la alta Administración cultural).

 El «progresismo» obligatorio, fascinado con el nacionalismo ombliguista, ha convertido los premios nacionales en un monopolio de creadores nacionalistas y/o de izquierda. 

¿Premio Nacional de Literatura? Una treintañera ácrata que proclama que nuestro país es un asco y que hay que destruir el sistema, pero que no perdona una sola subvención estatal. 


¿Nacional de Poesía? Una independentista gallega de la facción más friki del BNG. 

¿Teatro? Una compañía satírica de combate contra la derecha. 

¿Ensayo? Un historiador gallego que destripa lo que denomina el «nacionalismo español». 

¿Cómic? Un tebeo de denuncia social. 

¿Dramaturgia? Un buen dramaturgo, izquierdista y pro-LGTBI.

 ¿Premio Nacional de las Letras? Un novelista vasco nacionalista y de izquierdas.


Ayer se entregó el Cervantes, premio mayor de las letras españolas e hispanoamericanas. Según sus bases, encumbra a autores que hayan «enriquecido de forma notable el patrimonio literario en lengua española». Le ha caído a Joan Margarit, de 81 años, poeta y arquitecto catalán. Un vate de obra indiscutible según los expertos. El premio lleva aparejados 125.000 euros, que pagamos con nuestros impuestos. 

El poeta, al que haciendo el canelo damos lo mejor que tenemos, ha venido expresando una y otra vez su repugnancia hacia España. Margarit suelta sandeces como que «España es franquista desde el siglo XV». Manifiesta que «España me da miedo». Sobre el castellano lamenta que «me lo impuso la dictadura a patadas». Margarit salmodia topicazos indocumentados, como la fábula podemita de que «España es el segundo país con más fosas comunes tras Camboya».

 Margarit ofreció el pregón de 2010 de las fiestas de la Mercé de Barcelona y largó una arenga separatista, enfatizando que «la necesidad de supervivencia de Cataluña» pasa por independizarse.


¿Por qué homenajear a quien nos desprecia? ¿Cuánta gente lo lee realmente? ¿Por qué no condecerle antes el Cervantes a Pérez-Reverte, al que siguen millones de españoles, o a Gabriel Albiac, César Antonio Molina, Carme Riera, Vila-Matas...? Ayer, cuando le preguntaron por el pulso separatista, Margarit se escaqueó de responder alegando que está saturado del tema. Y es que ahora toca abrochar los 125.000 euracos y una foto glamurosa con los Reyes. Independentista, sí, pero a la postre leal a la más clásica de las escuelas españolas: la picaresca.

(Luis Ventoso/ABC/15/11/2019.)

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