jueves, 14 de mayo de 2020

DOS OPCIONES




DOS OPCIONES.
 
Mientras el mundo resiste esta pandemia- con diferentes niveles de éxito y fracaso- algunas personas, especialmente intelectuales de relieve, anuncian las características principales de la vida post-pandemia. Las que serán, según ellos, y las que deberían ser.

Creo que hay, básicamente, dos opciones. Individuo y Estado. He dicho ‘básicamente’ porque estas opciones no deben verse de manera excluyente. No tendría sentido. De modo que matizaré estas opciones y me decantaré por la opción ‘individuo’, adecuadamente entendida. Al contrario de lo que dicen algunos intelectuales de relieve, como luego veremos.

Estoy de acuerdo con J. Habermas. Critica que, en una situación tan grave como la actual, las razones económicas determinen las decisiones sobre la salud de las personas, dando preferencia a unas frente a otras, por motivos utilitarios.

Hablemos de la falacia ‘pendiente resbaladiza’. ¿Qué es la ‘pendiente resbaladiza’? ‘Una acción equis, conducirá- gracias a la ‘pendiente resbaladiza’- a un resultado catastrófico’. Este resultado no es lógicamente necesario porque esta falacia no tiene carácter lógico. Pero sería un error despreciarla porque sí tiene peso argumentativo.
Es decir, si usted tiene el cuajo de discriminar a los enfermos de edad avanzada por motivos utilitaristas, puede terminar haciendo lo mismo con sus adversarios políticos. O al que odia, a los de otra religión, de un cierto color de la piel, etcétera.

Como dije, este resultado catastrófico no es necesario que se produzca, pero deberíamos tenerla en cuenta. ¿Por qué? Si nos insensibilizamos y sólo atendemos a los motivos utilitaristas, empezaremos dejando morir a las personas mayores. Ya no producen y provocan gastos y molestias. Pero, aparte de la injusticia de olvidar que tienen una vida, una familia, años de trabajo y esfuerzo, etcétera, hay una cuestión de principios.

Como decía Kant, no debemos tratar a las personas sólo como medios. Las personas son un fin en sí mismo. Si dejamos de respetar este principio, aunque no es lógicamente necesario que terminemos muy mal, yo apostaría a que sí. Porque una sociedad que ha perdido la compasión, afecto y ternura por los débiles e indefensos, es una sociedad capaz de hacer cualquier cosa. Y una sociedad sin límites, es la antesala del infierno.
Otro intelectual, Edgar Morin, dice- entre otras cosas- algunas obviedades, como que las incertidumbres que ha provocado la crisis pandémica, constituyen una oportunidad para comprender que la ciencia no consiste en verdades absolutas.

Me parece bien que lo diga, pero no es necesario ser un científico, o profesor de ciencias para saber que la ciencia- en especial las ciencias empíricas- no alcanzan verdades absolutas sino verdades provisionales. Que se mantienen hasta que sean falsadas por otra verdad, también provisional. Por utilizar el lenguaje popperiano. Como digo, me parece bien recordarlo, pero no creo que el problema de Occidente- al menos en estos momentos- sea la sacralización de la ciencia.

La ciencia, que es muy importante, es olvidada por la gran mayoría de los políticos en su vertiente de investigación básica, ya que sus resultados pueden darse después de muchos años de investigación. Prefieren apoyar la ciencia aplicada porque ellos- los políticos- podrán ver los resultados- habitualmente- durante su mandato. Pero olvidan, o prefieren olvidar, que no hay ciencia aplicada sin las ubres de la investigación básica.

Lo que sí me parece muy preocupante es lo que dicen intelectuales como S. Zizek, J. Butler o G. Agamben. O sea, la pandemia marcaría el fin del capitalismo. Ellos invitan a una reorganización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los Estado nacionales, cuando sea necesario.

Veamos, en primer lugar, en qué puede consistir esta ‘reorganización global’. Dado que se podrá limitar la soberanía de los Estados nacionales, cuando sea necesario, tendrá que haber una autoridad por encima de los Estados nacionales. Una especie de SuperEstado mundial, o como se llame. Eso sí, de izquierdas.


Este SuperEstado mundial tendrá poder para regular la economía- no dicen cómo, pero podemos suponer proyectos planificadores, expropiadores y nacionalizadores- y limitar el poder de los Estados. Tampoco dicen cómo. Dado que es impensable limitar el poder de los Estados con amigables conversaciones, tendrá que haber una fuerza suficiente para doblegar la resistencia del Estado, si éste se opusiera a la limitación- o eliminación- de su poder y competencias.
Un ejemplo en pequeño. Imaginen que el Estado central español tratara de recortar, o eliminar, competencias de las ‘sagradas identidades’, del País Vasco y Cataluña. 

¿Aceptarían de buen grado? Pues imaginemos lo que harían los Estados del mundo si el SuperEstado mundial les quitara competencias por decisión de la cúpula progresista mundial. 


Este Superpoder mundial debería estar regido por intelectuales de izquierdas. No es imaginable otra cosa. ¿Y qué pasaría con los sistemas educativos? Si el capitalismo es lo malo y el superEstado mundial progresista es lo bueno, la educación sería coherente con estos postulados fundamentales. ¿Libertad? Tal vez lo defensores del libre mercado serían perseguidos. O los defensores de la propiedad privada. No se puede aceptar el retorno a la barbarie capitalista.

¿Derechos de las minorías? En la nueva reorganización mundial no tiene sentido- como dije- volver a las andadas y permitir la existencia de defensores de la injusticia y opresión capitalistas. Por tanto, rechazo jurídico y político a la economía de mercado y las ideas coherentes con ella. Propiedad y libertad.

Es cierto que hay un riesgo- en la economía de mercado- de que grandes empresas se conviertan en monopolios. Pero hay un riesgo muchísimo mayor. El de repetir los grandes y dramáticos fracasos de las economías planificadas. Pobreza generalizada.

Termino con la opción ‘individuo’. Defiendo potenciar la libertad y autonomía de los individuos para que dejen de ser niños y se conviertan en adultos libres, cultos y responsables. Sólo una ciudadanía de estas características, podrá hacer frente a los demagogos de toda laya, en el mundo post-pandémico. Pero seguiremos igual o peor, si la sociedad sigue llena de individuos que utilizan su tiempo libre con la televisión basura y el botellón. O sea, necesitamos un sistema educativo de mayor calidad y más exigente.

Un Estado que proteja los derechos y libertades de los ciudadanos. Y unos servicios sociales que esta nueva ciudadanía- ya no infantilizada, como la actual- decida.
La otra opción es el SuperEstado mundial progresista anticapitalista. Un Gran Hermano Mundial- de izquierdas- que regulará y vigilará- aún más- la vida de todos y todas. Ovejas y ovejos. Por nuestro bien. La ‘nueva normalidad’. O sea, ‘Camino de servidumbre’, de F.Hayek. Es lo que parece desear este gobierno socialcomunista.

¿Se da cuenta de lo que nos jugamos?

(Sebastián Urbina/MallorcaDiario/14/5/2020.) 

 

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