viernes, 12 de diciembre de 2008

LEYES PROGRES





(PD).- "Asistimos entre la estupefacción y cierta rabia al espectáculo lamentable que ha ofrecido y sigue ofreciendo la justicia en torno al caso de la madre supuestamente maltratadora de su hijo por haberle propinado un cachete en la nuca". Carlos Herrera analiza magistralmente este caso, que le costó a la madre 45 días de cárcel y un año de alejamiento de su hijo.

El juzgado de lo Penal número tres de Jaén ha condenado a una madre a 45 días de prisión y le ha prohibido acercarse a su hijo durante más de un año por un delito malos tratos. La madre dio un bofetón al menor, de diez años, y le agarró del cuello tras una pelea que se inició cuando ella le reprendió por no haber hecho los deberes del colegio.

La sentencia considera probado que María del Saliente A.M. estaba en su domicilio de Pozo Alcón (Jaén) cuando recriminó a su hijo de diez años de edad porque no había hecho los deberes del colegio, a lo que éste le respondió tirándole una zapatilla y corriendo a encerrarse en el cuarto de baño.

Según escribe Herrera en ABC:

Sabido es que la progenitora B, sordomuda para más señas, de un chaval de unos diez años, ha sido juzgada y condenada a la pena de cuarenta y cinco días de cárcel y un año de alejamiento del menor por haberle soltado un manotazo que lamentablemente hizo que se diera con el borde del lavabo y sangrara por la nariz o por la boca. Previamente el menor le había tirado a la madre una zapatilla cuando había sido reprendido -supongo que no a gritos- por no haber cumplido con su deber escolar de cada tarde.

Un episodio de «violencia» con sangre casual de por medio como hay tantos en la vida cotidiana, suficiente como para que se de a entender que los golpes no son la solución, pero difícilmente para poco más si se aplica medianamente el sentido común. ¡Quién ha dicho que ese era el intento de la juez! A la cárcel con ella y a la calle después, ya que no podrá acercarse a su hijo a menos de quinientos metros durante un año.

Dónde irá a vivir durante ese tiempo y con qué medios no es cosa de la magistrada. Qué explicación se le dará al hijo, tampoco. Cómo se recompondrá esa familia después de acabar condena tan estúpida, aún menos. Caben varias posibilidades: que la tutela del hijo «maltratado» sea asumida por las autoridades autonómicas correspondientes, dado en acogida a una familia neutral y devuelto posteriormente a su madre cuando se haya cumplido la pena o que el padre, que también existe y está aún más perplejo que la madre, inicie un proceso de separación de semejante fiera corrupia.

La juez asegura que esa es la legislación y que no ha tenido más remedio que aplicarla, cosa que no convence a quienes saben que la leyes son perfectamente interpretables y considerandos como los que concurren en este caso son suficientes como para tomar decisiones muy otras.

Pero lo relatado no ha sido suficiente. Tras la lectura de la sentencia, ¡dos años después de los hechos!, el fiscal del caso, que menudo pájaro debe ser, no se ha sentido satisfecho y ha recurrido la sentencia por considerar que ésta no tuvo en cuenta que la «agresión» se produjo en el domicilio familiar y que eso es un agravante muy serio. En virtud de ello ha solicitado un aumento de la pena de cuarenta y cinco días a sesenta y siete. Ponga usted a trabajar a funcionarios, gaste tiempo, papel, tinta y mensajería para aumentar la pena de cuarenta y cinco días a sesenta y siete. No tenemos bastante con humillar al más elemental y común de los sentidos sino que vamos a hacer que te enteres, sorda, de lo que dice la ley, que para eso he estudiado una carrera y he aprobado unas oposiciones.

Todo lo que rodea el caso es un relato descarnado del abuso. A nadie se le pasa por la cabeza que la madre pretendiera romperle dos dientes a su hijo -cosa que, por cierto, no ocurrió-; la mujer reaccionó de forma tal vez desmedida pero no con el ánimo de maltratar y vejar a un pobre niño desamparado. Maltrato criminal es lo que la madre y su macarra infrigieron a la pobre Alba, la niña catalana que aún sufre secuelas -tal vez irrecuperables- tras una paliza cruel. Maltrato no es perder los nervios ante un niño travieso. Los miembros de mi generación nos habríamos criado sin padres si ese criterio se hubiera aplicado en el tiempo en que éramos educados: estarían todos en la cárcel.

El signo de los tiempos conlleva desposeer de autoridad a los padres de la misma forma que antes se les ha desposeído a los profesores: pegar a un hijo no es aconsejable, pero aún menos lo es que éste le dé un zapatillazo a la madre y que un juez la castigue con cárcel. Con esta estupidez penal se le hace mucho más daño al niño que con el castigo físico que recibió.

Esperemos por el bien de esa familia -y del resto de familias españolas- que esta barbaridad sea mesurada en diferentes recursos. Aunque conociendo la legislación española y a sus intérpretes, no debemos hacernos muchas ilusiones.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

LEYES PROGRES.

Los progres (es decir, la izquierda en general salvo honrosas excepciones que hoy se concentran en UPD) están dispuestos a hundir la sociedad en la que vivimos. ¿Por qué? Porque creen que esta malvada sociedad, capitalista, explotadora, egoista, represiva y especuladora, no merece sobrevivir.

¿Qué hacer? Fusilar a la mitad de la población no está bien visto. Ya sabemos que la escritoria Almudena Grandes dijo que cada mañana fusilaría a unos cuantos periodistas. Pero así no se llega muy lejos. ¿Campos de concentración progresistas? Hoy por hoy, no son homologables.

La salida (nunca mejor dicho) es limpiar las mentes con netol. Se trata de que por ejemplo, el matrimonio, que secularmente ha sido la unión civil o religiosa entre un hombre y una mujer, sea cualquier cosa. Dos mujeres, dos hombres, un travestí y una mujer, etcétera. Todavía no hemos llegado a los matrimonios hombre-gata y otras variedades. Pero no es descartable. Una vez que las palabras significan cualquier cosa, no hay límites. Lo que quiera el poder. Y si el poder es, además, progresista ¿quién puede oponerse?

Ya lo dijo en ínclito profesor don Gregorio Peces Barba: 'Solamente los antidemócratas se pueden oponer a la asignatura Educación para la Ciudadanía'. Y ya está. ¡Facha!

La autoridad es de derechas, excepto la suya. Pero volviendo al caso que nos ocupa. La sustitución de los padres por el papá Estado (intervencionista) es típico de la izquierda. Eliminar la autoridad de los padres y eliminar la autoridad de los profesores. Está claro, por el artículo, que la madre no trata de inflingir 'malos tratos' a su hijo. Pero les da igual. Y la consecuencias negativas también.


Pero lo más grave no es que esta gente haga leyes peligrosas, mienta por televisión ante millones de espectadores, o negocie políticamente con terroristas. Lo más grave es que hay millones de ciudadanos que les votan. O sea, están a su altura. Veremos cómo salimos de esta.

Mientras tanto, aumentan de forma preocupante los malos tratos de hijos a padres.

Sebastián Urbina.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX


Etología del progre

Con este nuevo libro, Pablo Molina nos conduce por el territorio en el que mejor se mueve, el de la enseñanza deleitosa, el de la ironía que sirve para desnudar la estupidez humana, para poner –en este caso– un espejo del Callejón del Gato al borde del camino de lo que en este principio de siglo nos ha quedado de la izquierda: el progre. No es que el progre no tenga, incluso avant la lettre, una larga trayectoria, al menos desde los años 70; pero entonces aún podían reconocérsele algunos principios, cierta ideología fundamentada en utopías que aún no habían sido completamente deshechas por la Historia, que aún no habían sido reveladas de modo incontrovertible en su miseria reaccionaria.

Digamos que entonces todavía éramos los hard-progres, marxistas y aledaños de toda laya y condición, antifranquistas con melenas y Pink Floyd, sándalo y pana, "infame turba de nocturnas aves" (Góngora, no Cuerda) juveniles a la búsqueda del revolcón revolucionario. Todo aquello pasó, cayó el Muro de Berlín y entre sus ruinas vimos deambular a la vanguardia de las masas en pos de una nueva utopía, de un dogma renovado que les devolviera la conciencia de ser otra vez los buenos, de estar en el lado correcto y gozar de la gracia frente al infierno capitalista.

Sin embargo, no había más nueva utopía que la democracia y la libertad que tanto habían denostado, y el progre, incapaz de aceptar la realidad, se quedó en light, en marxista vergonzante y descremado, en lo que va de Breznev a Llamazares, en un mero ir a la contra que fueron llenando de ecología de gaceta vecinal, antiamericanismo –del que venimos todos, pero que ellos han elevado desde la mera antipatía al rechazo satánico–, antioccidentalismo, pacifismo selectivo, boinas y trajes regionales y, en general, cuanto pudiera devolverles señas de identidad colectivas, un refugio frente a la soledad del pensamiento libre, y aliviarles de la culpa por su bienestar y de la frustración histórica por el triunfo de la civilización universalista a la que pertenecen.

No se me ocurre otra explicación, más que esta etiología religiosa, este intento de llenar un vacío vital de burgueses apesebrados, para entender la proliferación de esta nueva especie izquierdista, el light-progre, que ha hecho de Zapatero su icono. Creo que la clave del personaje (en el caso de ZP, de lo que vende: él sí cree en el mercado) y de los que le jalean hasta el éxtasis estriba en una vocación no realizada de santurronería y comunión, de recuperación de la superioridad moral que sólo la pertenencia a la religión verdadera proporciona.

Y creo que como en toda religión sin Dios (en su más amplio sentido), en toda secta, los que la dirigen son, sobre todo, los impostores, los fariseos, los sepulcros blanqueados, los repugnantemente hipócritas, dobles, falsos. Sólo así, repito, por una especie de abducción sectaria, hija de la desorientación y la cobardía intelectual, por la necesidad de identificarse con un nuevo santoral que redima de los propios pecados de bien-vivir capitalista, en tanto que millonarios y atormentados, ejemplos de sufrimiento ante el caviar, podemos siquiera atisbar cómo una panda de estafadores semejante puede gozar de crédito y fortuna.

La gran virtud de Pablo Molina es la de hacernos pasar un rato divertido sobre tan despreciable material. Si la lectura de Cómo convertirse en un icono progre nos ha llevado a preguntarnos por su etiología ha sido porque su etología (conducta) está más que formidablemente explicada en el libro, hasta el punto de obligar a la interrogación sobre las causas del fenómeno, que es siempre la mejor cualidad de un libro. Porque es aquí, en los iconos de los funcionarios del bienestar, sobre ese bajorrelieve santurrón, donde Pablo ha puesto su espejo cóncavo para desnudar esta nueva forma de puritanismo tartufo y posmoderno que es la progresía. Se trata de un libro que se lee con una sonrisa sostenida, que por momentos se hace carcajada, y en otros inevitable indignación. Construido como parodia de los libros de autoayuda, utiliza un recurso retórico de larga tradición: el de presentarse como lo contrario de lo que es, es decir, eso en lo que consiste esencialmente la ironía. Y que sirve así a la perfección, desde el punto de vista formal, para resaltar aquello de lo que habla: la impostura progresista. El relato no se nos entrega como crítica, sino como enseñanza para que los lectores puedan lograr convertirse en iconos progres y, con ello, alcanzar la fama y la fortuna combatiendo lo que les ha hecho ricos, al modo en que lo han conseguido Chomsky, Moore, Gore, Sardá, Milá, Víctor y Ana o la universidad en pleno, la institución más progresistamente corrupta del occidente aniquilable.

Riqueza y chanchullos subvencionados a los que no sólo no renuncian, sino que justifican, para asumir con frescura lo que a cualquiera con un mínimo de decencia le produciría sarpullidos. A ellos no, ellos son progresistas y, por tanto, como se encarga de subrayar Molina hasta convertirlo en uno de sus ejes, "todo les está permitido". La clave del progre será, por tanto, y aparece así desde la misma portada del libro, "el arte de hacer lo contrario de lo que se predica". Y más aún, de predicar lo contrario de lo que se es, sintiéndose, encima, moral e intelectualmente a salvo de contradicciones y reproches. En eso consiste su condición ejemplar, su capacidad de lavatorio de la mala conciencia de unos seguidores a los que ofrecen consuelo a cambio de enriquecerse un poquito. Al fin y al cabo, la ley del mercado.

Pablo Molina, Cómo convertirse en un icono progre,Libros Libres, Madrid, 2008, 159 páginas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora entiendo porque tu entrada no tiene ningún comentario todavía, los habrás censurado todos, no? Te ponen cosas que no te gusta oír, eh? qué duro es descubrir que descerebrados antidemocráticos que tienen que imponer su fuerza bruta para tener razón, para conseguir que los niños/as aprendan, están en peligro de extinción, y con la amenaza de Almudena... qué miedito!!

Sebastián Urbina dijo...

He tenido que eliminar comentarios estúpidos y groseros, propios de progres. He dejado este 'anónimo' porque es el más fino de todos. No dan para más.