MIENTEN COMO BELLACOS.
Se trata de un proceso sociológico, cultural y político de fondo. El 57 % de los franceses musulmanes votaron por François Hollande en la primera vuelta de las todavía recientes elecciones presidenciales, y fueron un apoyo determinante de su victoria contra Nicolas Sarkozy: el 86 % de los musulmanes franceses votaron socialista en la segunda vuelta de las últimas presidenciales.
Dos meses y medio más tarde, nuevos ensayos sociológicos subrayan que el voto presidencial «solo» confirmaba una «tendencia de fondo», que Jérôme Fourquet, director del Ifop, comenta de este modo: «Los musulmanes franceses comenzaron a girar a la izquierda hacia el 2007. En el 2002, un 17 % de los franceses musulmanes decían tener simpatía por Jacques Chirac. Cinco años más tarde, la cota de simpatía de Sarkozy entre los musulmanes había caído al 7 %».
Sarkozy nombró ministra de Estado a una hija de inmigrantes marroquíes, Rachida Dati. Hollande ha nombrado portavoz de su gobierno a la hija de una familia de inmigrantes, musulmanes muy piadosos, Najat Vallaud-Belkacem. Una de las figuras ascendentes del socialismo francés es Seybah Dagoma, la primer francesa negra, de origen africano, elegida diputada, en Francia.
Nos cuenta Juan Pedro Quiñonero en un magnífico artículo en ABC, que Seybah Dagoma es hija de padres originarios del Tchad, de familia muy piadosa, y está considerada como un emblema de la «nueva diversidad cultural francesa».
El giro a la izquierda de los franceses de religión musulmana y raza negra coincide con el giro a la derecha de los obreros pobres. El Frente Nacional de Marine Le Pen es el primer partido obrero de Francia. Gabriel Chervier, sociólogo, comenta el doble proceso de este modo: «El multiculturalismo de las izquierdas inquieta a los obreros y los agricultores, que no entienden nada de esa evolución cultural. Los obreros pobres perciben el multiculturalismo de la sociedad francesa como una amenaza para su identidad. Mientras negros y musulmanes aspiran a integrarse plenamente, los obreros se sienten desplazados y giran a la derecha o la extrema derecha. (Minuto Digital).
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MIENTEN COMO BELLACOS.
Nos dice el sociólogo francés Gabriel Chervier que el Frente Nacional (Marie Le Pen) se ha convertido en el primer partido obrero de Francia porque los obreros (luego se dice 'obreros pobres) perciben el multiculturalismo (defendido, parece ser, por la izquierda) como una amenaza a su identidad.
Resulta, sigue el sociólogo, que negros y musulmanes aspiran a 'integrarse plenamente' en la sociedad francesa, pero los obreros (pobres) los rechazan.
En primer lugar, debe haber muchos obreros pobres en Francia porque el Frente Nacional ya se ha convertido en el primer partido obrero de Francia.
En segundo lugaar, es falso que los musulmanes deseen 'integrarse plenamente' en la cultura francesa. No me atrevo a decir lo mismo de los negros porque no tengo información suficiente al respecto. Pero Francia no es una excepción europea en la cuestión (el problema) islamista.
Sigue un artículo en el que se habla de este importante, y preocupante, problema. Si desea leer algo sobre 'multiculturalismo' puede escribir 'sebastian urbina multiculturalismo' en Google.
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ENRIQUE DE DIEGO: ISLAM.
ISLAM, VISIÓN CRÍTICA.
La integración de los musulmanes ha resultado un fracaso en toda Europa. No hay ninguna nación que presente una valoración positiva en este terreno. A los atentados de terrorismo indiscriminado, se unen las continuas amenazas a la libertad de expresión y la formación de barrios islamizados. Nadie se inventa nada cuando sitúa a los musulmanes como los más refractarios a la integración en las sociedades europeas. Eso es una evidencia a la vista de todos.
Los ciudadanos europeos han detectado con claridad la existencia de un problema y han dejado de seguir los dictados suicidas de sus acomplejadas y decadentes clases políticas. El problema es real y las perspectivas no son halagüeñas. Es preciso revertir la situación. Y hay que ir por esta senda con determinación. Es obligada la expulsión del territorio europeo de todos aquellos que aspiran a terminar con la libertad y a imponer su religión mediante la violencia. Los integristas deben ser de inmediato expulsados.
Groseros errores del pasado.
No tiene sentido que los contribuyentes financien con sus impuestos la amenaza. Ninguna inmigración puede integrarse si es subsidiada. La inmigración no puede recibir subvenciones, tampoco por la natalidad. Menos la musulmana, por supuesto. Es preciso dar marcha atrás a los groseros errores que se han cometido en este campo.
La inmigración, a la que se ofrece esos servicios, sin contribuir, no es la causa de la quiebra del sistema, pero, sin duda, actúa como catalizador. La cultura de la subvención ha de terminar para los inmigrantes, pero también para los europeos de origen. No funcionan así las sociedades. Sólo salen adelante y generan progreso con trabajo, esfuerzo e iniciativa.
La idea de una inmigración humanitaria es inmoral y absurda, puesto que atrapa a los inmigrantes en un callejón sin salida y los lleva a la marginalidad. Si el modelo europeo cae, y no se transforma, no servirá para nadie. Los musulmanes plantean un problema específico, pues son formados en una doctrina que les enseña a odiar a los demás. Ningún sentido tiene financiar su expansión, conceder terrenos para sus mezquitas, ni subvencionar sus organizaciones. El porcentaje de musulmanes ha de ser reducido, desde ya, para no poner las bases de conflictos futuros graves.
Cada nación es muy libre de establecer los criterios por los que está dispuesto a acoger a gente. Ninguna inmigración puede funcionar si no está relacionada con el contrato de trabajo, pero también resulta económicamente más rentable y socialmente más compatible una emigración que respete las pautas culturales y los valores de la nación de acogida. En España, esas condiciones se dan en la inmigración iberoamericana.
¿Quién financia las mezquitas?
La creación de barrios religiosos, islámicos, es el fruto habitual de coacciones y de una impunidad en el respeto al Estado de Derecho que, en ningún caso, han de ser toleradas. Es preciso abrir una investigación en el ámbito europeo respecto a la financiación de las mezquitas, y a la intromisión de Arabia Saudí en la vida de otras naciones, y actuar en consecuencia. En mi opinión, las mezquitas no han de ser permitidas, pues desde ellas se difunde el odio y se hace apología del crimen y de la violencia, así como de muy agresivas restricciones a la libertad personal, incluyendo la minusvaloración de la dignidad de las mujeres.
Ni la libertad de expresión, ni la libertad religiosa amparan la apología del crimen y del genocidio, ni el asesinato del disidente o del infiel. Nadie se inventa nada. Estas son cuestiones obsesivamente presentes en el islamismo. No vale ya una estrategia a la defensiva, sino una actitud coherente y a la ofensiva en defensa de los valores occidentales, que pasan por el respeto de la dignidad de la persona individual. Es preciso rechazar las monsergas suicidas del multiculturalismo. Es hora de erradicar esa consumada estupidez de lo políticamente correcto.
Las sociedades europeas están despertando del letargo al que han estado sometidas. Quienes acepten los valores occidentales pueden continuar, sin subvenciones, ni privilegios. Quienes aspiren a acabar con ellos, no han de tener cabida en nuestras sociedades. Y han de ser expulsados de inmediato. Eso lo marca el mínimo de sentido común y el instinto de supervivencia. Aún no es tarde. El problema tiene solución, con claridad de ideas y firmeza en las convicciones: Europa nunca será Eurabia.
Mascosta de los socialistas.
Mientras los socialistas de continuo perpetran ataques hacia la religión cristiana y las prácticas del cristianismo, exigiendo que sean reducidas al ámbito de lo privado, con la misma constancia promueven la expansión social del islamismo y fomentan, mediante donaciones de terrenos, la construcción de mezquitas o ceden locales públicos como sedes de asociaciones islamistas o están prontos a subvencionar cualquier manifestación islámica de apariencia cultural.
Esta curiosa sintonía fluye a pesar de evidentes contradicciones. Es notorio que los islamistas nunca corresponderán con cordialidad hacia quienes se proclaman agnósticos o ateos. Ni la más mínima piedad se establece para los tales en el texto canónico islámico. Los socialistas se muestran tan radicales en el feminismo -algún dirigente varón se ha definido como ‘feminista’- que han inventado lo que denominan ‘ideología de género’ como uno de sus más constantes ejes de comunicación.
Sin embargo, nadie como el islamismo proclama la inferioridad de la mujer respecto al varón, lo cual se manifiesta en costumbres como la venta de la novia, sin atender lo más mínimo a su libertad, o en el propio velo. De manera pasmosa, los socialistas no hacen la más mínima censura hacia esas vejaciones públicas. Mientras siempre tienen en la punta de la boca la acusación de machismo o combaten, hasta extremos delirantes, ese pecado genérico del sexismo, toda esta pasión desplegada se acaba en el rompeolas de las mezquitas, donde las mujeres han de ocupar lugares que ejemplifican su consideración ínfima.
No es la única extraña y patente contradicción de los socialistas, quienes llegan a pedir retribuciones compensatorias a los descendientes de los moriscos. Así, los socialistas han hecho del matrimonio homosexual uno de sus principales logros.
Consideran como uno de los peores pecados laicos la homofobia, cualquier muestra de descrédito hacia quienes se sienten atraídos por el mismo sexo. Sin embargo, aunque, los homosexuales no son infrecuentes en las sociedades islámicas, la homosexualidad está penada en todas las naciones de mayoría islámica, y en varias con la muerte. Se producen habitualmente colgamientos de grúas de homosexuales en Irán. Ni la más mínima condena emiten los socialistas contra tales salvajes castigos. Es notorio que el llamado día del orgullo gay, tan generosamente subvencionado, no podría celebrarse en ninguna ciudad musulmana.
Estas toscas y abrumadoras contradicciones, exaltación del más absoluto absurdo, son sostenidas de manera tan constante como acrítica por los socialistas, a pesar de que cuando los islamistas han llegado al poder, por supuesto, una de sus primeras medidas ha sido liquidar físicamente a sus extraños mentores y aliados. Así sucedió en Irán.
¿Por qué, entonces, los socialistas persisten en esta senda manifiestamente suicida? ¿No les debería llevar su pretendido laicismo a ser especialmente severos en la crítica al integrismo y al islamismo, en su conjunto, donde la unión entre política y religión es completa? Una primera respuesta es que los socialistas han situado como su principal objetivo la demolición del cristianismo y, en el caso de los españoles, de la Iglesia católica. Se establece, de esa forma, una sintonía frente al enemigo común. No es el único. Los islamistas se presentan como la alternativa planetaria contra el capitalismo y las sociedades que son en algunos aspectos liberales, dispuestos a llenar el vacío dejado por el fracaso del socialismo real.
Ahí se da otra comunidad de objetivos. Ambos, socialismo e islamismo, muestran dosis de resentimiento hacia Occidente y comparten el resquemor frente a la libertad personal. Son diferentes antítesis de Occidente. Ese odio a Occidente como concreto de paralelismos muy alejados y, seguramente llamados a confrontarse, es muy visible en la alianza de Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI, con Mahmud Ahmadineyad y su integrismo chií. Para Ahamadineyad, por ejemplo, “Irán y Siria tienen la misión de crear un nuevo orden mundial basado en la justicia y en Alá”.
Beatería progresista.
Ese socialismo, o aún bajo las siglas tradicionales o disfrazado bajo esa moda nihilista y destructiva de lo políticamente correcto, norma de la beatería progresista, ha interiorizado la mentalidad de ungido y ha elegido a los musulmanes como uno de sus grupos mascota.
Un tipo de mentalidad que suele caer en muy profundos errores de diagnóstico, del tipo de que el terrorismo islámico es fruto de la pobreza de las sociedades musulmanas -culpa, por supuesto, de Occidente- y que se terminará cuando se acabe con ella, a pesar de que no son infrecuentes los suicidas provenientes de familias adineradas y de que el móvil común de los terroristas es el fanatismo islámico.
Alarmante demografía.
Los datos demográficos europeos resultan, ciertamente, alarmantes respecto a la posibilidad de un cambio poblacional que haga a Europa irreconocible en un futuro próximo. El dirigente libio Gadafi ha afirmado que “hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los más de cincuenta millones de musulmanes que hay en Europa lo convertirán en un continente musulmán en pocas décadas“. Las previsiones del gobierno alemán apuntan a que los cincuenta y dos millones de musulmanes que habitan en Europa pueden duplicarse en pocas décadas.
Se conjugan, pues, dos fenómenos: el decaimiento demográfico de los cristianos europeos, con el dinamismo de los musulmanes. El primero ha venido marcado por la extensión del hedonismo, por la desestructuración de las familias y por la extensión de la cultura de la muerte, con fuertes incrementos del aborto. Es decir, Occidente tiene problemas propios, un proceso autodestructivo, propio de etapas de decadencia. A esa disolución, uno de cuyos efectos colaterales es, sin duda, la grave crisis económica que padecemos, han contribuido diferentes pseudoideologías como el feminismo radical, el ecologismo deprimente o la promoción agresiva de la homosexualidad. También la secularización y descristianización del viejo Continente.
Los europeos financian el islam.
Los europeos, en total contrasentido, están financiando la expansión islámica. De hecho, la oferta de sanidad y educación gratuitas es el más poderoso efecto llamada para una inmigración no relacionada con el mercado de trabajo, dispuesta a vivir en guetos, sostenidos por ayudas públicas, La crisis económica es la quiebra de muchas de estas contradicciones y ofrece, en su tremendo dramatismo, posibilidades de transformaciones de un modelo inviable, marcado por la hipertrofia política y burocrática, y la expoliación de las clases medias.
Por supuesto, las diferencias nacionales son muy intensas, por ejemplo entre marroquíes y argelinos. Turcos y árabes se odian. Los integristas consideran a la inmensa mayoría de los musulmanes como apóstatas. No ha habido gentes más dadas a la inestabilidad política y a la guerra civil que los musulmanes. Por de pronto, el islamismo implica un fuerte componente racial, no demasiado conocido. El pueblo elegido propiamente son los descendientes de Ismael, los árabes, siendo el resto, musulmanes de segunda. El idioma santo, en el único en el que puede leerse, aprenderse y recitarse de memoria El Corán es el árabe.
Constantes explosiones de violencia.
Las dificultades para la estabilidad política y la convivencia humana son extremas porque incapaz de establecer el islamismo diferencias entre el Estado y la religión, y siendo Alá absoluto detentador del poder, la capacidad para establecer éste en el terreno humano sobre alguna base mínimamente firme son escasas, por no decir nulas. De manera constante las poblaciones musulmanas han tendido a la tiranía y a formas autoritarias de gobierno, que han dado lugar a constantes explosiones de violencia. De hecho, el islamismo ni tan siquiera ha conseguido superar las formas tribales de organización.
La pujanza islámica, puro espejismo.
El dinamismo demográfico o la visión imperialista que se desprende de la cita de Gadafi no han de confundirse con una pujanza islámica. Podría decirse que es precisamente el mundo musulmán el que vive una decadencia muy acusada. Desde los años veinte del siglo pasado carece de califa. Es un mundo depresivo y atenazado por intensos complejos, que percibe la superioridad de Occidente de manera angustiosa. La ausencia de califa es de una gravedad extrema y el suicidio personal de los terroristas implica simbólicamente el suicidio colectivo, una forma muy intensa de nihilismo y depresión colectiva, cuanto menos en algunos grupos, de forma que los integristas consideran esa situación de vacío el fruto de la culpa del alejamiento religioso y la apostasía de los gobiernos y de las poblaciones musulmanas. El integrismo implica una guerra civil interna.
Las sociedades musulmanas son conscientes de que, desde hace siglos, han vivido en el anquilosamiento y no han aportado nada en el campo de los descubrimientos científicos, algo que, sin duda, es consecuencia de las tendencias ultraconservadoras y fosilizantes del islamismo, cuya ortodoxia llevaría a la prohibición de todo libro que no sea El Corán y que, desde hace siglos, ha condenado la teología y la filosofía, el raciocinio en general, de forma que la enseñanza en las escuelas coránicas o madrasas es, básicamente, un lavado de cerebro: la repetición cansina y recurrente de unos textos que no pueden glosarse, ni debatirse.
Escasa relevancia económica.
También es notorio que las sociedades musulmanas tienen una escasa relevancia económica, fuera de las reservas petrolíferas que se encuentran en el subsuelo desértico de algunas de las naciones islámicas. No siempre fueron desiertos sus territorios. El Norte de África -Egipto y Túnez- era el granero del Imperio Romano.
El vergel de Israel está rodeado de extensos territorios yermos. La misma riqueza del petróleo no ha producido tejidos industriales, ni economías fuertes, aunque sí algunas de las mayores acumulaciones personales de riqueza del planeta. Sin el consumo occidental del petróleo, las naciones musulmanas decaerían rápidamente y no podrían sostener, ni mínimamente, sus actuales niveles de población.
De hecho, es preciso insistir en que esos cincuenta millones de musulmanes que viven en Europa han tenido que marcharse de sus naciones porque carecían de posibilidades de salir adelante. Su misma supervivencia depende del mantenimiento de los valores occidentales de libertad que han dado lugar a la libre empresa -hoy tan mediatizada en la decadente Europa intervencionista y burocratizada- y al despliegue económico, con sus adelantos técnicos y altos estándares de calidad de vida.
[Extracto del libro ‘Islam, visión crítica' (Editorial Rambla), del que es autor Enrique de Diego y que se pondrá a la venta esta semana]
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