EL
MITO DE LA AUTODETERMINACIÓN.
Evidentemente no puede hablarse de la autodeterminación como un verdadero derecho, pues el mismo no está reconocido en el ordenamiento constitucional, y así, sabemos, lo más que puede presentarse es como pretensión amparada por la libertad de expresión o el derecho de participación.
Ocurre asimismo que las credenciales democráticas de la autodeterminación son más bien escasas en la medida en que su solicitud debilita la condición del Estado que necesita para cumplir adecuadamente sus funciones, a saber, la garantía de la paz y la protección de los derechos fundamentales de los ciudadanos, de un horizonte de estabilidad y firmeza que el cuestionamiento autodeterminista hace peligrar.
Hay otro argumento contra la autodeterminación todavía a utilizar que apunta a la debilidad de sus propios supuestos intelectuales. Mientras, por ejemplo, el federalismo remite a una idea política de considerable complejidad y artificio, y supone una construcción mental llamativa por su riqueza y equilibrio, pues aspira a compatibilizar la unidad y pluralismo políticos , conjugando a la vez integración y autonomía, la autodeterminación es un concepto extraordinariamente simple, reducido al atractivo de una solución única e inexorable de los problemas de la comunidad, en realidad exclusivamente dependientes de la traba del yugo extranjero del que hay que liberarse por encima de todo.
La elementariedad de la autodeterminación radica en su condición de mito. Se trata por tanto antes que de un concepto ideado para comprender o explicar la realidad, de una referencia mental que debido a su simplicidad resulta adecuada para la movilización y el enganche masivos. El capital político del mito autodetermista, depende de su sencillez comprensiva: hay una causa, o mejor un culpable, de los problemas políticos de la comunidad.
Nuestra infelicidad, la situación de atraso, marginación o retardo económico o social en que nos encontramos , se debe a un único factor, que explica todo y cuya remoción es la condición necesaria y suficiente de nuestra superación o desarrollo. En un segundo paso, habrá que convocar a la comunidad, a la nación, a un acto del que depende el futuro que nos merecemos para abandonar el Estado que no queremos y cuya pertenencia nos oprime.
La autodeterminación es la puerta a la independencia, que nos dejará ser como somos y, solos, construir nuestra propia felicidad política.
Quizás en el mundo tan intercomunicado en que nos encontramos la elementariedad de la trama autodeterminista no se asuma con claridad. Seguro que ningún nacionalista vasco suscribe en su integridad las tesis sabinianas que , a finales del siglo XIX , atribuían al contagio españolista la postración de Euzkadi. Pero hoy no es difícil escuchar simplezas sobre el expolio fiscal español, o sobre la tierra de riqueza y prosperidad, maná y leche, que espera a quienes abandonen la nave en el naufragio del Estado español.
A veces y como corresponde a un pensamiento de la debilidad intelectual de los planteamientos autodeterministas se añaden al discurso argumentos próximos al racismo y el decisionismo. Desde luego, antes de nada, los que no somos nosotros y no nos dejan ser nosotros, por supuesto son menos que nosotros. Al nacionalismo acecha una pendiente peligrosa que es la de la descalificación, saltando de la autoestima al desprecio a lo diferente, conjugando el narcisismo con la descalificación de los demás.
Recuerdo otro artículo reciente más en La Vanguardia en el que su autora, cuyo nombre no mencionaré, penosamente volvía sobre tópicos andaluces bordeando el límite prohibido. Hay, asimismo, una creencia irracional en la naturaleza salvífica de la decisión, cuando la autodeterminación liberadora permita la recuperación auténtica de la identidad secuestrada. ¿No es ilógico pensar que nuestro futuro depende del gran día de la autodeterminación, cuando nazcamos de nuevo, configurando sin trabas nuestro porvenir político?
Ocurre entonces que el nacionalismo es un constructo ideológico complicado. Debe al liberalismo un impulso creador indudable al aplicar a la colectividad las potencialidades del individuo y al transferir al pueblo el ideal de la autonomía.
Pero la autodeterminación, como momento de la verdad de la nación, si no estamos hablando de los supuestos coloniales, remite a un horizonte mental mítico en el que el pensamiento retrocede a estadios claramente anteriores a la Ilustración, y reaccionarios por tanto, con los que asociamos correctamente a la ideología nacionalista.
Evidentemente no puede hablarse de la autodeterminación como un verdadero derecho, pues el mismo no está reconocido en el ordenamiento constitucional, y así, sabemos, lo más que puede presentarse es como pretensión amparada por la libertad de expresión o el derecho de participación.
Ocurre asimismo que las credenciales democráticas de la autodeterminación son más bien escasas en la medida en que su solicitud debilita la condición del Estado que necesita para cumplir adecuadamente sus funciones, a saber, la garantía de la paz y la protección de los derechos fundamentales de los ciudadanos, de un horizonte de estabilidad y firmeza que el cuestionamiento autodeterminista hace peligrar.
Hay otro argumento contra la autodeterminación todavía a utilizar que apunta a la debilidad de sus propios supuestos intelectuales. Mientras, por ejemplo, el federalismo remite a una idea política de considerable complejidad y artificio, y supone una construcción mental llamativa por su riqueza y equilibrio, pues aspira a compatibilizar la unidad y pluralismo políticos , conjugando a la vez integración y autonomía, la autodeterminación es un concepto extraordinariamente simple, reducido al atractivo de una solución única e inexorable de los problemas de la comunidad, en realidad exclusivamente dependientes de la traba del yugo extranjero del que hay que liberarse por encima de todo.
La elementariedad de la autodeterminación radica en su condición de mito. Se trata por tanto antes que de un concepto ideado para comprender o explicar la realidad, de una referencia mental que debido a su simplicidad resulta adecuada para la movilización y el enganche masivos. El capital político del mito autodetermista, depende de su sencillez comprensiva: hay una causa, o mejor un culpable, de los problemas políticos de la comunidad.
Nuestra infelicidad, la situación de atraso, marginación o retardo económico o social en que nos encontramos , se debe a un único factor, que explica todo y cuya remoción es la condición necesaria y suficiente de nuestra superación o desarrollo. En un segundo paso, habrá que convocar a la comunidad, a la nación, a un acto del que depende el futuro que nos merecemos para abandonar el Estado que no queremos y cuya pertenencia nos oprime.
La autodeterminación es la puerta a la independencia, que nos dejará ser como somos y, solos, construir nuestra propia felicidad política.
Quizás en el mundo tan intercomunicado en que nos encontramos la elementariedad de la trama autodeterminista no se asuma con claridad. Seguro que ningún nacionalista vasco suscribe en su integridad las tesis sabinianas que , a finales del siglo XIX , atribuían al contagio españolista la postración de Euzkadi. Pero hoy no es difícil escuchar simplezas sobre el expolio fiscal español, o sobre la tierra de riqueza y prosperidad, maná y leche, que espera a quienes abandonen la nave en el naufragio del Estado español.
A veces y como corresponde a un pensamiento de la debilidad intelectual de los planteamientos autodeterministas se añaden al discurso argumentos próximos al racismo y el decisionismo. Desde luego, antes de nada, los que no somos nosotros y no nos dejan ser nosotros, por supuesto son menos que nosotros. Al nacionalismo acecha una pendiente peligrosa que es la de la descalificación, saltando de la autoestima al desprecio a lo diferente, conjugando el narcisismo con la descalificación de los demás.
Recuerdo otro artículo reciente más en La Vanguardia en el que su autora, cuyo nombre no mencionaré, penosamente volvía sobre tópicos andaluces bordeando el límite prohibido. Hay, asimismo, una creencia irracional en la naturaleza salvífica de la decisión, cuando la autodeterminación liberadora permita la recuperación auténtica de la identidad secuestrada. ¿No es ilógico pensar que nuestro futuro depende del gran día de la autodeterminación, cuando nazcamos de nuevo, configurando sin trabas nuestro porvenir político?
Ocurre entonces que el nacionalismo es un constructo ideológico complicado. Debe al liberalismo un impulso creador indudable al aplicar a la colectividad las potencialidades del individuo y al transferir al pueblo el ideal de la autonomía.
Pero la autodeterminación, como momento de la verdad de la nación, si no estamos hablando de los supuestos coloniales, remite a un horizonte mental mítico en el que el pensamiento retrocede a estadios claramente anteriores a la Ilustración, y reaccionarios por tanto, con los que asociamos correctamente a la ideología nacionalista.
(Juan José Solozábal/El Imparcial.
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Autodeterminación e ‘indignados’
‘Efectivamente, el derecho de autodeterminación fue incluido en las disposiciones de las Naciones Unidas porque se pretendía amparar a aquellos territorios injustamente dominados y colonizados por metrópolis ajenas. Su objetivo era restablecer las condiciones de justicia rotas por el imperialismo; pero en ningún caso alterar la estabilidad entre Estados ya establecidos y asentados sin problemas de colonización’.
Antonio Robles
Jueves, 2 de junio de 2011 | 12:04
En su última asamblea del pasado 29 de mayo, armados con el mantra de que la Carta de la Naciones Unidas garantiza el derecho de autodeterminación de los pueblos, han pretendido convertirlo en santo y seña de los indignados. Importa poco que tal derecho solo se refiera a los países colonizados. Durante años han manipulado los textos jurídicos de la ONU y han desinformado a sus camadas, o los han envalentonado con derechos inexistentes. Como los que exigieron en la asamblea los independentistas conjurados en la plaza de Cataluña para destruir un movimiento cosmopolita como el surgido en la Puerta del Sol de Madrid.
No nos extrañemos ahora que estos jóvenes exijan sin mentir lo que sus mayores les enseñaron mintiéndoles. Ya pasó con la inmersión lingüística obligatoria. Durante años han sostenido sin ruborizarse que la resolución 337/1994 del Tribunal Constitucional (TC) determinaba su constitucionalidad, cuando en realidad era exactamente lo contrario. Aún ahora que otro TC ha dejado clara la inconstitucionalidad de la inmersión obligatoria y consagrado la conjunción lingüística, es decir, que las dos lenguas sean vehiculares, siguen repitiendo el mantra de que la inmersión obligatoria es constitucional.
Pero centrémonos en el derecho de autodeterminación. Vayamos a los textos que habremos de recordar cada poco para desenmascarar tanto descaro. Los nacionalistas suelen escudarse en la resolución 15.214/XV de 14 de diciembre de 1960 de la Naciones Unidas, que dice: ‘Todos los pueblos tienen el derecho de autodeterminación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural’. Idéntico contenido sostiene el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966.
El problema es que, además de afirmar ese derecho de autodeterminación, se especifica sus límites. Pero los nacionalistas se lo callan: ‘Todo intento encaminado a romper total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas’. Una selección de citas muy propia de nacionalistas.
Su determinación a manejar el pasado a su antojo no tiene límites. Se suelen amparar en la resolución 2.625 de 24 de octubre de 1970 donde se vuelve a hablar de autodeterminación:
‘En virtud del principio de igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos, consagrado en la Carta de la Naciones Unidas, todos los pueblos tienen el derecho de determinar libremente, sin ingerencias externas, su condición política y de procurar su desarrollo económico, social y cultural, y todo Estado tiene el derecho de respetar este derecho de conformidad con las disposiciones de la Carta […]. El establecimiento de un Estado soberano e independiente o la adquisición de cualquier otra condición política libremente decidida por un pueblo constituyen formas de ejercicio del derecho de libre determinación de un pueblo’.
Aparentemente, dicho párrafo no deja lugar a dudas; eso sí, a condición de que no se lean los que le siguen:
‘Ninguna de las disposiciones de los parágrafos precedentes no se entenderá en el sentido que autorice o fomente cualquier acción encaminada a romper o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial de los Estados soberanos e independientes que se guían en conformidad con el principio de igualdad de derechos y de libre determinación de los pueblos antes descritos y estén, por tanto, dotados de un gobierno que represente la totalidad del pueblo perteneciente al territorio, sin distinción por motivos de raza, credo o color’.
Pero esto ya no lo citan. Así construyen la historia.
Efectivamente, el derecho de autodeterminación fue incluido en las disposiciones de las Naciones Unidas porque se pretendía amparar a aquellos territorios injustamente dominados y colonizados por metrópolis ajenas. Su objetivo era restablecer las condiciones de justicia rotas por el imperialismo; pero en ningún caso alterar la estabilidad entre Estados ya establecidos y asentados sin problemas de colonización.
La resolución 2.160/XXI de 30 de noviembre de 1966 exige a los Estados consolidados que: ‘[...] Adopten todas las medidas necesarias con el objeto de facilitar el ejercicio del derecho a la autodeterminación de los pueblos bajo dominación colonial‘. No habla del resto de Estados, sólo de los dominados colonialmente. Incluso ya se declaró por parte de los Estados miembros en las Relaciones Amistosas de 1970 que tal derecho de audeterminación sólo se podía contemplar en tres supuestos: (1) que el territorio esté sometido a colonización; (2) que en todo caso el sujeto de ese derecho es todo el Estado y no una parte de él, y (3) que la secesión queda excluida excepto cuando se trata de la colonización de un Estado por otro.
La Constitución española, a su vez, no contempla el derecho a la autodeterminación ni las CCAA tienen potestad para llevar a cabo referendo alguno que no esté permitido por el Gobierno. Esas reglas se pueden cambiar, hay mecanismos para ello, pero mientras tanto, sólo nos resta cumplirlas.
Tras la convulsión de la última guerra de los Balcanes, la Comunidad Internacional reconoció hechos consumados como consecuencia de una guerra. No parece ese el mejor camino para conseguir legalidad internacional. Y sin embargo, también este dato es utilizado por el nacionalismo para forzar algún tipo de legitimación internacional a sus pretensiones separatistas. Parecen no darse cuenta de la gravedad de dicho fundamento bélico.
¿Alguien estaría dispuesto a cambiar la independencia de Cataluña por la vida de uno sólo de sus seres queridos? ¿Alguien invertiría la vida de un hijo, de la esposa, del hermano, del abuelo o el amigo en la independencia nacional? No vale girar la cara para otro lado. Las convulsiones no las llevan a cabo sólo un grupo de iluminados, las permitimos la mayoría. O el nacionalismo reconduce la acampada y la reduce a sus intereses o la operación limpieza de los mossos la acabarán los independentistas. Al tiempo.
Antonio Robles es profesor y ex diputado autonómico.
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OTRA DE MITOS CATALANISTAS.
El público estará acostumbrado a ver broncas entre la ex diputada de ERC, Pilar Rahola frente a periodistas de derechas como Francisco Marhuenda, lo sorprendente es que en esta ocasión no fuera por ataques a dirigentes del PP, sino por ataques al rey Felipe V, al que Rahola definió como el hombre 'que destruyó la nación catalana' en 1714, mientras que Marhuenda aseguró que en aquel momento no existía la nación catalana.
EL ORIGEN DE LA BRONCA: UN ARTÍCULO EN LA RAZÓN
El periodista catalán, Francisco Marhuenda, ha declarado en más de una ocasión estar acostumbrado a que le insulten llamándole 'fascista' desde sus tiempos en la universidad, por lo que a 24 horas de una de las fiestas de la Diada catalana que se espera con más tensión, Nargyebda no tuvo problemas en publicar en el periódico que dirige, La Razón, un artículo titulado 'Cataluña nunca fue independiente'.
En el artículo recuerda que el origen de la diada está en la rendición de las tropas partidarias del archiduque Carlos en Barcelona el 11 de septiembre de 1714, ante las tropas de Felipe V, en lo que era una mera batalla entre dos pretendientes al trono de España:
Hasta 1886, el 11 de septiembre quedó en el olvido, lo cual demuestra la huella que había dejado en el pueblo catalán. Un nacionalismo emergente decidió convertirlo en el símbolo de la patria perdida. (...) Se dedicó a un laborioso esfuerzo de «arqueología voluntarista» y convirtió a Wilfredo el Velloso en «padre» de la nación catalana; a Jaume I, en un gran patriota (olvidando que repartió su reino entre sus hijos o cedió Murcia a su yerno, el rey castellano) (...) y tantos otros hitos faltos de rigor y fundamento histórico.
Cataluña nunca fue independiente, porque jamás existió como nación o estado. En la Edad Media no existía la soberanía nacional, era dinástica, ni la nación tal como se define desde hace más de cien años. Es cierto que el nacionalismo tiene historiadores que, ofuscados por el partidismo, reescriben la Historia y la hacen decir aquello que nunca sucedió, tal como pretenden. Los catalanes celebran mañana una ficción. Otra de tantas.
En la tertulia de RAC 1, en Catalunya, en la que Marhuenda colabora de manera habitual, se vivió un gran enfrentamiento entre el director de La Razón y los independentistas Oriol Junquera y Pilar Rahola, que acusó a Marhuenda de inventarse la historia:
Marhuenda: Hablar de expolio me parece exagerado, pero no entro en eso. (...) Pilar, a mí no me descalificarás diciendo que digo chorradas, soy profesor titulado de la Universidad...
Rahola: Yo no he utilizado la palabra 'chorrada', yo he dicho que te inventas la historia.
Marhuenda: Yo no invento la historia.
Rahola: Cuentas la historia de los vencedores.
Marhuenda: Yo no soy despectivo, no se puede descalificar, diciendo que lo que yo digo...
Rahola: Yo digo que reinventas la historia, nada más. El título de tu artículo es 'Catalunya nunca fue independiente' ¡ya está! ¡¿Comienza así y dices que no reescribe la historia?!.
Marhuenda: Es que es así.
Rahola: ¿No tuvimos antiguos reyes, no hay antigua historia, política exterior, no habían tenido ejército, moneda? ¿No teníamos nada?
Marhuenda: Cataluña nunca ha sido independiente. Cualquier medievalista te dirá que Cataluña nunca lo ha sido. Es cuestión de leer un poco la historia medieval de Cataluña. Los catalanes y sus élites aceptaron Felipe V.
Rahola: (...) No cambies la historia, no digas que aceptamos al rey ilegítimo, que era Felipe V cuando nos fuimos a la guerra contra él, caramba. (...)
Marhuenda: Entre 1.700 y 1.701 los catalanes, sí aceptan a Felipe V. Luego pensaron que podían obtener mayores beneficios si se unían al archiduque Carlos, que era apoyado, entre otros, por Austria, Gran Bretaña y Holanda.
Rahola: Se van al exilio.
Marhuenda: Rahola lee más historia, reescribes la historia.
Rahola: ¿Yo reescribo? ¡Yo alucino!
Marhuenda: Mírate la cronología (...)
Rahola: ¡Sí, Felipe V te encanta, es el tipo que nos intenta destruir como nación y estábamos encantados con él, le aplaudíamos en las calles!
Marhuenda: ¿Y el archiduque Carlos era catalán?
Rahola: No, no, si según tú no existía Catalunya y España existe desde los romanos. (...)
Marhuenda: El heredero legítimo de Carlos II era Felipe y no porque yo quiera. (...)
Rahola: Catalunya defendía sus intereses y no estaba con el Borbón.
Marhuenda: No existía Catalunya, Pilar, ni España.
Rahola: ¿Qué no existía Cataluña? ¡Era realidad política! Hasta el siglo XIX tenía embajadas y moneda propia. (...)
Ante el caos de gritos, el presentador frenó a los dos tertulianos y le dio la palabra al ex dirigente del PSC, Toni Bolaño.
Bolaño: Me he comportado ¿eh? En 1714 se celebró una batalla de sucesión, no de secesión. De sucesión entre dos reyes de España. Y pierden, porque estaban en el bando equivocado. A partir de aquí, cada uno que piense lo que quiera.
Marhuenda: En 1714, una precisión, Carlos ya había renunciado a ser rey de España desde 1711 y era emperador de Austria... ¡mira si le importaba Cataluña o España! Cuando muere su hermano, José, lo que hace es ir corriendo a aceptar el trono.
Rahola: O sea que según tú la corona catalana no existe...
Marhuenda- ¡Es que no existe! ¡Era el condado de Barcelona!
Rahola: ¡Y la reina católica era flamenca, venga ya! ¿y la Diada?
Marhuenda: La Diada es un invento
Rahola: ¿Un invento? ¡Por favor, hombre!
(F.J. Lamata/PD)
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