Independencia y mentiras
Ese es su peligro, y no su número. De ahí la superioridad moral que exhiben contra la progresividad fiscal sin ni siquiera ruborizarse. Y sin que la izquierda y los sindicatos digan ni mu. Bueno, en realidad personajes como Pepe Álvarez de UGT sí dicen, pero a favor de todos los mantras nacionalistas. Un mafioso no serviría mejor al señor que le paga el bocadillo.
Ha cristalizado una confianza infinita en el sueño de la independencia. Ya no respetan el tabú que hacía de la secesión un abismo. De tanto traspasar la línea roja sin que haya consecuencia alguna ni reproche, han acabado por creerse de verdad que pueden alcanzar el sueño. Se han vuelto inmunes a la responsabilidad, todo les parece posible sin coste alguno. Una gran mentira, pero ¿quién se quiere ocupar de esa nimiedad cuando al otro lado de una simple manifestación está la tierra prometida?
No se sienten con ningún deber ético ni democrático con el resto de ciudadanos españoles, ni les importa un carajo la separación de poderes. Ellos están por encima de ellos, porque la democracia es española. Hasta el respeto a ésta pasa por el adjetivo catalana: sólo es democracia si es catalana. Por eso incumplen cualquier sentencia que cuestione su construcción nacional.
Si ese medio millón de personas tuviera frente a ellos a los socialistas del PSC, al resto de la izquierda, y junto a los liberales no nacionalistas plantaran batalla, esa manifestación de esteladas, con sus marchas de antorchas encendidas, sólo sería la ultraderecha tópica y racista de cualquier país europeo actual. Un peligro, sin lugar a dudas, pero reducido a la nada por la oposición poderosa de la razón y los valores de la libertad.
Desgraciadamente, no estamos en ese escenario democrático, sino en el de los típicos contextos fascistas (postmodernos). No tienen oposición. Han alcanzado la hegemonía cultural y con ella se ha disparado el desprecio por todo cuanto no es idéntico a ellos mismos. Cuando hace años denuncié en una conferencia en la Universidad de Salamanca que el ejército de Cataluña eran los maestros y los periodistas, me dijeron de todo. Hoy ese ejército ha envenenado la mente y el corazón de dos generaciones de jóvenes y ha desatado los instintos más resentidos de los humillados por el franquismo. El monstruo pronto exigirá a sus creadores el tributo envenenado de pesadillas que le inocularon para arrastrarle a asustar a Madrid.
Pero la realidad es tozuda. El independentismo miente, manipula nuestras emociones y nos convierte en irresponsables. Dentro de la masa, todos se sienten inmunes. Pueden decir y hacer cuánto se les antoje. Y llevar adelante las peores empresas. Incluso contra sí mismos.
Políticos y periodistas son lo mismo en Cataluña: Mònica Terribas, la exdirectora de TV3, y actual consejera delegada y editora del diario independentista ARA, citaba al catalanista Joan Sales en el acto institucional de la Diada del 11 de septiembre: "Desde hace 500 años los catalanes hemos sido unos imbéciles". Y se preguntaba con voz engolada: "¿Se trata, pues, de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser imbéciles".
- Jugar a la puta y a la ramoneta durante 30 años con el resto de españoles y presentar al catalanismo de CiU como un sincero colaborador del Estado, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Asegurarnos que España nos roba, mientras CiU ha esquilmado 3.000 millones de euros del Palau de la Música, y Felix Millet sigue en la calle, eso sí que es tomarnos por imbéciles a los ciudadanos catalanes.
- Asegurarnos que el expolio fiscal es el culpable de los 48.000 millones de déficit y no el despilfarro y la desastrosa gestión del gasto público de los diferentes gobiernos de la Generalitat, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Difundir que Cataluña se puede separar de España sin traumas y seguir en la Unión Europea, cuando la realidad jurídica es que se quedaría fuera de la UE, y su retorno sería complicadísimo por tener que ser admitida por unanimidad –cuando Francia, por ejemplo, sería la primera interesada en que no cundiera el ejemplo en Córcega, la Bretaña, Aquitania, el Rosellón o el País Vasco francés–, eso sí que es tratarnos a los ciudadanos catalanes como imbéciles. O reconocerlo, como ha hecho Jordi Pujol, para añadir a continuación "que no sería tan grave", eso es tomarnos por imbéciles y con recochineo.
- Encizañar a los catalanes con el expolio fiscal sin contraponer las ventajas del mercado español como cliente, y los peligros de perderlo, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Lograr convencernos de que estudiar en la lengua materna era un derecho humano inalienable cuando los niños catalanohablantes eran obligados a estudiar en castellano, y decirnos lo contrario ahora, para impedir que tengan ese mismo derecho a estudiar en la lengua materna los niños castellanohablantes, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Ocultar que, una vez fuera de Europa, nadie aseguraría las pensiones de nuestros jubilados, porque no hay dinero ni para los gastos corrientes del mes que viene, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Hacernos creer que una vez logrado el Estado propio, la cohesión social sería aún mayor porque la lengua catalana sería la única oficial y habríamos salvado la cultura catalana, cuando semejante racismo cultural provocaría el enfrentamiento, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Vendernos que la democracia consiste en el derecho a decidir, incluso por encima de la separación de poderes, la constitución y el cumplimiento de las sentencias judiciales, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Decirnos que lo primero es la independencia y después ya veremos, eso sí que es tomarnos por imbéciles y jugar con nuestra hacienda y nuestras vidas.
- Convencernos de que si Cataluña se separa de España, igualmente podría seguir jugando la liga de fútbol con ella, eso sí que es tomarnos por imbéciles; o lo contrario, que si nos separamos –para los nacionalistas no existe el principio de contradicción– el Barça y el Español jugarían siempre la champions leage, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Enzarzarnos con el resto de españoles, insultarlos, despreciarlos, y pretender que sigan comprando nuestros productos, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Pretender convencernos de que con la independencia las tensiones sociales se reducirían a cero, nuestra hacienda pública acabaría con el paro y la renta per cápita se dispararía, cuando es con ella donde empezarían las frustraciones, la inestabilidad, la desconfianza de los mercados, y los odios entre los excluidos por el nuevo orden, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Enseñar que la Guerra de Sucesión a la corona de España fue una guerra entre España y Cataluña y sacralizar a Rafael de Casanova por morir heroicamente en el cerco a Barcelona de 1714, cuando lo hizo a los 82 años como un español más, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Difundir que salimos a la calle dos millones de personas, cuando matemáticamente es imposible que en el espacio ocupado quepan más de 600.000, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
P.D. No han ganado la guerra, sólo una batalla, la de la propaganda y la sugestión. España aún no ha hecho nada en estos 30 años. Han avanzado como el ejército alemán en Polonia. Sin oposición alguna. Es hora de que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición dejen sus tentaciones partidistas y se unan para contrarrestar tanta demagogia. España debe movilizar a sus líderes culturales, políticos, económicos y deportivos. La guerra populista que nos preparan la están ganando con el control de los medios de comunicación y la escuela. Despierten. O mañana será tarde. Nada está perdido. Todo es posible todavía.
(Antonio Robles/ld)
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