La gran
estafa.
En
Cataluña se subliman los problemas mediante un enfrentamiento con el Estado
español
De
entre las ideas recibidas en que nos hemos educado muchos ciudadanos de mi generación,
nacida con la democracia, destaca aquella que identifica nacionalismo con izquierda
y que ha conocido, a lo largo de la historia de nuestro país, ingeniosas
variaciones retóricas, acuñadas al calor de las circunstancias. Incluso ahora,
cuando el sistema empieza a mostrar su desoladora ineficacia, expresar dudas
con respecto al Estado de las Autonomías supone, en Cataluña o el País Vasco,
pero también en Mallorca o Andalucía, ser encasillado entre las huestes de lo
que vagamente se llama derecha o, más popularmente, “los fachas”.
Por
ello mismo, no es raro oír a personas sensatas y prudentes, aunque varadas
todavía en el franquismo, afirmar con absoluta convicción e inocencia que
partidos como UPyD o Ciutadans son
de extrema derecha, simplemente porque sus dirigentes se han enfrentado al nacionalismo
o han cuestionado el funcionamiento de las autonomías. El malentendido, lejos de
aclararse, parece que se va a espesar aún más en los próximos tiempos, gracias
a la crisis económica,
social y política que vivimos en España.
En
Cataluña, por ejemplo, se está volviendo a escenificar, por parte del gobierno
de Convergència i Unió, con la complicidad de la práctica totalidad de los
partidos llamados “catalanistas”, el viejo espectáculo —panem et circenses—
que consiste en sublimar los problemas
intestinos de la sociedad mediante un enfrentamiento dramático con lo que los nacionalistas
de todo pelaje llaman el Estado español.
No
importa que los casos de corrupción se
sucedan y afecten a todo el espectro político, pues ahí está él mismo para
blindarse, como recientemente ha ocurrido cuando ERC impidió que Artur Mas
declarara en una comisión de investigación
sobre el caso Palau y la presunta financiación irregular de CiU,
alegando, con vergonzoso cinismo, que no querían, literalmente, “mezclar la
Presidencia de la Generalitat con
el caso Palau”, una frase escandalosa que por sí misma denuncia el
carácter sagrado —y por tanto alegal— con que los nacionalistas entienden y
ostentan el poder.
Es llamativo también el silencio, repulsivo
por obsecuente, con que se ha tratado de esconder, por obra de una mayoría de
medios de comunicación y partidos políticos, la condena a Convergencia Democràtica
de Catalunya como responsable civil “a título lucrativo” del saqueo del Palau de
la Música, por lo que ha tenido que depositar una fianza por valor de 3,2
millones de euros. Oriol Pujol, por su parte, ha tenido muy presente las
lecciones de su padre y, cercado él mismo por sombras de corrupción, se ha
apresurado a defenderse declarando, envuelto en la bandera, que todo es fruto
de una persecución por parte del Estado para frustrar las aspiraciones
fiscales de Cataluña.
Gracias
a una red clientelar muy afianzada y sumisa, tales proclamas y burdas
manipulaciones tienen un éxito notable de público, como se va a poner de manifiesto
en los próximos meses. La virulencia del sensacionalismo patriótico es tal que incluso
tiene desubicado y a punto de fractura al PSC, que ya hace mucho tiempo que
vendió su alma socialdemócrata al dios del nacionalismo, por mucho que se
empeñen en disfrazarlo.
(Andreu Jaume,editor/El País)
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