jueves, 6 de septiembre de 2012


Atentado en Quebec 2012-09-05

Los otros secesionistas.

Como para desmentir que los nacionalismos son propios de países que aún no tomaron el tren de la modernidad, heridos por tensiones seculares, paralizados por deficientes sistemas políticos, tenemos el caso de Quebec.

   Acaba de regresar a la actualidad por un atentado contra el Partido Quebequés, partidario de la secesión, que ha causado un muerto y un herido. Los datos de urgencia apuntan a que fue un solo individuo el que disparó contra los seguidores de Pauline Marois, la líder del PQ, cuando celebraban su victoria en los comicios. Se trataría, de confirmarse, del primer caso de terrorismo anglófono en la provincia canadiense. Del otro terror, el francófono y secesionista, hubo en los años sesenta y setenta. Su desaparición no condujo, sin embargo, a la decadencia del separatismo en Quebec. La mística nacionalista y sus fantasías comunitarias son plantas persistentes.

   Canadá, una democracia asentada, un país rico y tranquilo, distante años luz de un escenario como el balcánico, se despertó, sorprendido, a la violencia nacionalista en 1963, cuando estalló una bomba en un barrio inglés de Montreal. Michael Ignatieff, intelectual y político canadiense, ha escrito que aquella explosión supuso "el principio del fin de una cierta idea de Canadá".

   Desarboló la feliz idea de que era una comunidad política que había conseguido elevarse por encima de los tribalismos y que representaba un ejemplo de convivencia. Los años posteriores vieron algo que en España conocemos bien: la imposibilidad de contentar a los que no quieren contentarse. Los esfuerzos para que Quebec se sintiera a gusto en Canadá no redujeron las ansias secesionistas. Ni las aplacaría el hecho, que nos resulta familiar, de que el Estado canadiense fuera el más descentralizado del mundo. Qué puede la racionalidad contra el sentimiento.

   De Quebec se han ocupado, y mucho, nuestros nacionalistas, siempre en busca de modelos a imitar. Por ejemplo, el lingüístico. También allí hay policía que persigue y multa a los tenderos. Sí, en el avanzado Canadá se permite tal abuso. A los que no participamos de esa religión secular que es el nacionalismo, el arraigo del secesionismo quebequés viene a echarnos un jarro de agua fría. Estábamos equivocados al pensar que el cosmopolitismo, la democracia o la prosperidad eran antídotos eficaces contra el hechizo del imaginario nacionalista. Y erramos igualmente cuando, ofuscados por "el espejismo de la isla", por citar de nuevo a Julián Marías, creemos que la persistencia del secesionismo en España es una lacra exclusiva, sólo atribuible a nuestros muy singulares defectos. 

(Cristina Losada/ld).

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TRIBU,  RAZÓN Y  SENTIMIENTO.

Cristina Losada es una de mis articulistas preferidos. También me gusta su artículo, ‘Los otros secesionistas’, pero quiero hacer algunos comentarios a la sorpresa que Cristina menciona. La sorpresa que nos daría Canadá, una sociedad moderna y avanzada, con los bufidos nacionalistas.

No es que sea más listo que Cristina, es que mi experiencia vital me ha permitido ver (desde hace ya tiempo) que no es cierta la conocida frase: ‘el nacionalismo se cura viajando’. Desde hace bastantes años he conocido a profesores de Universidad (algunos de ellos inteligentes en otros ámbitos) que profesaban una nacionalismo catalanista militante. A la menor ocasión repetían los tópicos de siempre: ‘España es un desastre’, ‘Cataluña libre sería un paraíso’, ‘Madrit trata de oprimir la lengua y la cultura de Cataluña’, ‘no hay más remedio que independizarse’ y otras parecidas.

Como es típico, las personas tocadas por el virus tribal no quedan afectadas por los hechos adversos. En esto se parecen a los fanáticos de cualquier procedencia. Una consecuencia de esta actitud es que dialogar con ellos es una tarea inútil y agotadora. También en esto tengo ventaja, aunque me parece que Cristina es gallega y habrá ‘disfrutado’ de las mieles nacionalistas gallegas.

He perdido mucho tiempo discutiendo con nacional catalanistas. Demasiado. También he comprobado como mucha gente (mucha) ha tratado de colocarse de perfil para que no le llamen ‘facha’, ‘españolista’, centralista’ y similares. Este aspecto tiene importancia porque muestra cómo una minoría agresiva e insistente (no son más que una escuálida minoría, al menos en Baleares) puede con una mayoría silenciosa y acomplejada. Tanto en los ambientes universitarios (que son los que conozco mejor) como en los ambientes políticos

He dicho que tiene importancia porque las ‘ovejas identitarias’ comprueban que su actitud comporta ventajas. En forma de subvenciones, poder y reconocimiento. Las autoridades, académicas o no, les reciben por si las moscas. Les tiene miedo. 

Las autoridades dicen que lo hacen por espíritu democrático, por consenso, por sentido dialogante y constructivo. Pero todos sabemos, y los nacionalistas los primeros, que les tienen miedo. ¿A qué? A poca cosa. Algaradas, protestas, pintadas y poca cosa más. Sea lo que sea, la prensa estará presente de forma inmediata. Fotos, televisión y un reportaje en la prensa. O sea, actuar así da réditos. A los sentimientos tribales se unen los réditos.

La conclusión es que, además de la intensa actividad de minorías aguerridas, chantajistas, gritonas e insoportables, tiene que haber (y ha habido) políticos acomplejados que les pasen la mano por el lomo.

Lo hemos visto. Los que hemos querido ver, por supuesto. Ha pasado en Baleares pero diría que es general. El Partido Popular, incluso cuando ha tenido mayoría absoluta, ha tratado con guante de seda las groserías, insultos y amenazas de los catalanistas. O sea, ha tratado mucho mejor a sus enemigos (porque no son adversarios políticos al uso) que a sus militantes y votantes. Por eso decía que es imprescindible que haya, además de esas minorías chantajistas, unas mayorías que se dejan avasallar. Me resulta incomprensible, pero es así.

Imagino que, en Canadá, salvando las distancias que haya que salvar, sucede algo parecido. Por una parte (y  Cristina así lo dice), tenemos a la razón, que no puede  el sentimiento. Pero el sentimiento de pertenecer a una tribu se incentiva si se consiguen ventajas. Lo que suele ser el caso, como he comentado antes. Ventajas políticas y materiales. Aparte de la felicidad tribal de pertenecer a un ‘colectivo’.

El miedo a la libertad, especialmente en un mundo globalizado, se atenúa si uno imagina que está a salvo en una tribu cerrada. Aunque ya no sea posible. Por eso viven fuera de la realidad. Por eso es gente peligrosa. Para ellos mismos y para los demás. Se ha dicho pero lo repetiré. En las sociedades extensas, como las nuestras, no caben ni las tribus, ni los sentimientos típicos de ellas. Es decir, los sentimientos fuertes de pertenencia que permitían sobrevivir en un mundo hostil. Hoy no es así, pero hay gente que sueña mirando para atrás. Y al vivir con este sueño, vive fuera de la realidad. Y esto le une, aún más, con las ovejas del rebaño. Bien apretujadas.

Y esto es general. David Hume decía (y no lo cito por la importancia que daba a las pasiones) que la naturaleza humana no había cambiado desde Roma, de la que era un gran conocedor, a la Escocia de su tiempo. Por eso entiendo que el sentimiento de tribu seguirá, con mayor o menor fuerza, dependiendo, básicamente, de la respuesta ideológica, política y propagandística de la mayoría.

 O sea, de los que sabemos que tenemos un pié en la tribu pero el otro fuera de ella. Los que reconocemos que el individuo no es un individuo abstracto, sino que nace y se hace en una comunidad (más o menos tribal). Pero quiere vivir en una comunidad (sociedad habría que decir) en la que la libertad individual se imponga, si hay conflicto, a los intereses ‘sagrados’ del animal metafísico de turno.  

Sebastián Urbina.                    

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