EL EXTRAVÍO CATALÁN.
Día 09/09/2012
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Debido a la
incertidumbre sobre el euro, el Estado del Bienestar, la recuperación del
crecimiento y la integración europea, el espectro que hoy se cierne sobre
Europa ya no es una ideología sino una metodología, y se llama centralización.
Y allá donde no sea posible, se impondrá la más estrecha coordinación. La
razón es que la prosperidad entera de Occidente está en juego. Bien lo saben el
presidente de Estados Unidos y la canciller de Alemania. La urgencia por
ordenar el escenario, garantizando la integridad de la zona Euro, la
sostenibilidad de sus Estados y el ajuste a criterios fiscales comunes, no
solo favorece a la periferia europea; es una exigencia mundial de estabilidad.
Su alcance es tal que resulta alicorto situar el apremiante diseño del nuevo
orden en el marco de los intereses electorales del señor Obama y la señora
Merkel.
Las voces disonantes son inevitables, y hasta comprensibles,
pero no alterarán lo esencial: el camino a transitar colectivamente en las próximas
décadas se está fijando en estas semanas. Situarse fuera de su lógica es echarle un pulso a un portaaviones, una
insensatez imperdonable. Y eso, precisamente, es lo que ha decidido
hacer el gobierno de Cataluña creyendo que practica el habitual tira y afloja
de alcance doméstico.
Ni Artur Mas ni su consejero candidato al Nobel de Economía han sabido leer el zeitgeist. Contaban con buenas bazas: un gobierno central poco amigo de trifulcas y abierto a tomar en consideración la reforma del sistema de financiación catalán que todos llaman «pacto fiscal». Sabían perfectamente, y hay pruebas innumerables de ello, que esa reforma debería esperar, para su puesta en marcha, a que despejaran los nubarrones de la crisis.
Lo mejor que Artur Mas podía hacer por Cataluña era tender la mano a Mariano Rajoy, mostrarse constructivo, colaborar, negociar con discreción y aparecer en su momento como uno de los vencedores, porque la crisis, tarde o temprano, se acabará. Junto a la defensa eficaz de los intereses de Cataluña, el presidente de la Generalidad tenía otras razones para comportarse así: está la lealtad institucional, pero también la respuesta justa a las garantías ofrecidas por el presidente Rajoy para impedir la quiebra de Cataluña, materializadas en forma de anticipos, fondos para el pago a proveedores, concesión a Cataluña del mayor límite de endeudamiento de todas las comunidades autónomas o puesta en marcha de un Fondo de Liquidez Autonómico que ha de aportar de entrada al Principado más de cinco mil millones de euros, en su mayor parte destinados a afrontar vencimientos de deuda.
Pero Artur Mas ha optado por la hostilidad, por pedir
el rescate del FLA advirtiendo que no admitirá condiciones, algo que, además de saber imposible, reconoce inadecuado desde
el momento en que CiU dio sus votos a una ley que prevé controles muy
estrictos. Ha preferido exigir el pacto fiscal a gritos, alentando la
manifestación separatista del próximo martes, convocada por una Asamblea
Nacional Catalana cuya mera existencia pone en tela de juicio la legitimidad
del parlamento de Cataluña.
El primer fruto -venenoso- de la estrategia de
enfrentamiento ha sido la calificación como bono basura de la deuda catalana.
Las razones argüidas por la agencia Standard & Poor’s son inequívocas: la exigencia del pacto fiscal puede provocar tensiones con
el gobierno central.
El consejero Mas-Colell se declara «perplejo»:
«¡S&P usa argumentos políticos!». Así que se puede optar al Premio del
Banco de Suecia ignorando que la estabilidad política es lo primero que mide un
análisis de consultoría estratégica. Medio gobierno
catalán desfilará el martes bajo el lema «Cataluña, nuevo Estado de Europa».
Preveo el entusiasmo de Bruselas. (ABC/Juan Carlos
Girauta)
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