Es Yugurta en lucha contra la Roma omnipotente. Es
Vercingétorix enfrentado al César de Moncloa. Santiago Abascal le ha
cantado las cuarenta a Mariano Rajoy. El gesto me parece difícil y
arriscado. El exdiputado del PP vasco se ha dado de baja en el partido,
con una carta que es un modelo de ecuanimidad y buen sentido. La
conmoción ha sacudido a Génova y a Moncloa. La respuesta del silencio no
ha podido resultar elocuente y reveladora.
En su carta al presidente del PP, Santiago Abascal escribe:
“He llegado a la conclusión definitiva de que no hay ninguna
posibilidad de cambiar las cosas desde dentro y de que el Partido
Popular, su estructura, sus abnegados militantes y su generosa y
patriota base social, la que no os merecéis, están secuestrados por la
inamovible cúpula dirigente a la que representas, cúpula que ha
traicionado nuestros valores y nuestras ideas”.
Y añade:
“La actitud de la cúpula del partido ante la suelta de terroristas ha
sido la gota que ha colmado el vaso. La excarcelación de terribles
criminales ha marcado, sin duda, un antes y un después en mis
sentimientos y mi percepción de la dirección que representas, pero
mentiría si adujera a esta única razón para explicar este
distanciamiento que ha terminado en ruptura. Llueve, presidente. Llueve
sobre mojado.
La continuación de la política sobre terrorismo heredada
del Gobierno anterior, el trato indigno dado a las víctimas del
terrorismo y a sus manifestaciones, la actitud pasmada y pasmosa ante el
desafío de los dirigentes separatistas, la torpe decisión de sumarse al
desconcierto que trajo la ola de reformas estatutarias, la negativa
radical a abordar una reforma profunda del modelo autonómico, el
abandono de la defensa de la lengua común en la educación y en la
administración en algunas regiones, la insólita y suicida posición
política del partido en Cataluña y País Vasco, la consolidación por
inacción de toda la legislación ideológica de Zapatero, el aumento de la
presión fiscal en contra de nuestros principios sobre política
económica, la pasividad ante la legislación que ataca la vida del no
nacido, la actitud acrítica y la falta de medidas ante la corrupción que
ha afectado al Partido Popular, la negativa a democratizar internamente
nuestro partido o el pisoteo de nuestros propios estatutos internos.
Todo constituye un incumplimiento flagrante de nuestro programa
electoral, del contrato que firmamos con los ciudadanos que nos dieron
la mayoría absoluta y, en definitiva, de la misión política histórica
que correspondía al Partido Popular”.
Que el lector de El Imparcial, en fin, juzgue las razones o sinrazones de Santiago Abascal. (Luis María Ansón).
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- El caso Abascal.
- Santiago Abascal ha puesto voz a la
indignación y al escándalo de millones de votantes del PP que se sienten
clamorosamente traicionados.
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Si el PP fuera un partido normal, al estilo europeo, abierto a la
inevitable (y deseable) pluralidad de corrientes en su seno, disidencias
como las de Ortega Lara, María San Gil o, la última, Santiago Abascal
se habrían podido solventar en el razonable marco de un congreso
cabalmente democrático, por vía de las correspondientes ponencias
políticas, elecciones internas, discusiones públicas, debates en junta
directiva y, en fin, todos esos recursos que los partidos, teóricamente,
poseen para ser realmente representantes de los ciudadanos que les
votan. Pero he aquí que el PP, como el PSOE, son más bien aparatos
neofeudales de reparto de poder territorial e institucional, de manera
que el debate interno es algo no ya inconveniente, sino incluso
intempestivo, grotesco, tan descabellado como si el aparcero quisiera
discutir la administración del feudo con el señor marqués.
El marqués, la marquesa, la barragana del marqués, los paniaguados del señor (gacetilleros incluidos) y hasta el cura del pueblo mirarán inmediatamente al osado aparcero con gesto de escándalo, con los ojos reprobadores de quien ve en peligro su plato de habichuelas. También el sindicalista de la capital cercana, que sueña con degollar al marqués, tratará de aniquilar al aparcero, porque lo que quiere el sindicalista no es hacer más justo el negocio, sino quedarse con el predio, de manera que nada hay para él tan inoportuno como un reformista con buena intención. Incluso cabe imaginar que el marqués, mosqueado, denuncie al aparcero ante el sindicato, para quitárselo de en medio. Y ya es casualidad que la disidencia de Abascal haya venido precedida de una andanada de insidias personales en la prensa ultraizquierdista on line (no, evidentemente, no es casualidad), como para dejar claro que aquí lo importante no es ser de derechas o de izquierdas, sino, simplemente, ser obediente.
El paso adelante que ha dado Santiago Abascal es, sin duda, el de un hombre valiente, pero es también mucho más: este caballero ha puesto voz a la indignación y al escándalo de millones de votantes del PP que se sienten clamorosamente traicionados y que aún no han sido atontados por las nubes tóxicas del marhuendismo.
Es muy posible que Abascal se quede solo, porque los partidos, ya digo, son instancias de reparto de poder, no foros de debate político. Puede que el aparcero de nuestra historia termine crucificado, como ha de sucederle a todo redentor en un pueblo que no se quiere redimir. Pero puede también que esta voz despierte la conciencia de muchos; quizá de la mayoría. Ojalá hubiera en España más Santiago Abascal.
(Jose´Javier Esparza/La Gaceta)
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