(A ver si se entera. Lo de 'cat' es lo primero y más importante. Así lo entenderá todo mejor.)
PSOE BIFRONTE.
CUANDO uno ve al socialismo español aplaudir a
rabiar a Pere Navarro puede llegar a creer que las desavenencias
territoriales de la izquierda son paparruchas de la prensa, que la
posible extensión de la marca PSOE a Cataluña es una fantasía de Bono, y
que, dada la sintonía, el PSC va a seguir siendo, con Andalucía, vivero
del viejo partido de Pablo Iglesias. Como lo fue con González, como lo
fue con Zapatero. Pero nada más lejos de la realidad.
El pellejo que sigue uniendo el miembro catalán
al cuerpo del PSOE es tan débil como la formulación de un deseo sobre
cuya consecución no pueden tener los socialistas esperanza: una reforma
constitucional que implante el federalismo. A poco que observemos, sin
embargo, ni siquiera el pellejo existe: mientras el PSOE de Felipe y
Alfonso, el de Belloch y Bono, el de Corcuera y Rodríguez Ibarra, el de
Page y Díaz –o sea, el PSOE– piensa en el federalismo igualitario –o
sea, en el federalismo–, el PSC busca la consolidación constitucional de
un estatus diferente para Cataluña. Una garantía de «bloqueo»
competencial que es, en esencia, lo que siempre ha anhelado el
nacionalismo: todas las ventajas de la independencia, sin ninguna de sus
desventajas.
Que el PSC es un partido nacionalista, y nada
más que un partido nacionalista, no tiene discusión: postula la
existencia de un derecho a decidir que la doctrina conoce como derecho
de autodeterminación. Y la postula con el mismo nombre engañoso con el
que el nacionalismo catalán lanza el anzuelo mientras elude la rotunda
inaplicabilidad de la autodeterminación al caso de Cataluña, que ni es
colonia, ni lo ha sido, ni está sojuzgada por un régimen
antidemocrático. Que se exija el ejercicio de tal seudoderecho para
votar «no», no altera lo sustancial, que es la asunción de que existe
una nación sometida a la que no se le permite avanzar en su naturaleza
soberana. De resultas de todo ello, cuando las cuestiones de la
soberanía y la unidad de la nación española (artículos primero y segundo
de la Constitución) se suscitan en el Congreso, el PSC vota distinto a
ese PSOE que luego aplaude rendidamente a Navarro.
Tampoco es cierto que la pervivencia más o
menos disimulada de su discrepancia crucial sobre la idea de España vaya
a permitir al PSOE mantener su vivero catalán. El PSC, que había ganado
para el PSOE 25 escaños del Congreso de los Diputados en 2008, aportó
14 en 2011, cayendo su voto del 45’33% al 26’63%. En ambos casos con
Carme Chacón como cabeza de lista por Barcelona. Pero eso no es nada.
Después de esa fecha se celebraron las elecciones catalanas de 2012,
obteniendo el PSC un escuálido 14’43%. Hoy los sondeos le vaticinan una
caída al 10% del voto catalán, y 13 diputados de los 135 del Parlamento
catalán, cuando había alcanzado 52 en 1999.
Esta es la serie completa de
resultados del PSC en elecciones catalanas desde ese año: 52, 42, 37,
28, 20… y bajando. En una delirante interpretación, primero Maragall,
luego Montilla y luego Navarro atribuyeron esta tendencia a la debilidad
o falta de compromiso suficiente con la construcción nacional de
Cataluña. Unos tíos orientados, vamos.
El problema para el socialismo español es que,
llegados a este punto, no tienen una alternativa buena en Cataluña; sólo
dos opciones malas: seguir como hasta ahora –trasvasando voto a todos
los demás partidos del arco parlamentario, y a la abstención– o
concurrir de una vez con las siglas PSOE. Los resultados no irían muy
allá, pero al menos tendrían una sola cara.
(Juan Carlos Girauta/ABC)
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