sábado, 23 de noviembre de 2013

TIEMPOS DE CAMBIO.



 (Probablemente, seguir como hasta ahora solamente haga que avance la enfermedad. 

Hay que poner remedio a esta situación. ¿Cómo? ¿Quién?

El tiempo apremia. Es mejor tomar la inciativa que esperar a que nos exploten los acontecimientos en la cara.)







PRERREVOLUCIONARIA ESPAÑA.

Las revoluciones comienzan cuando el ordenamiento jurídico no garantiza su seguridad.

Si las leyes para ser tales deben de ser justas, la sociedad española se está percatando estos días, a pesar de la profusión legislativa tan típica de la socialdemocracia, de la ausencia de Justicia, al ver cómo se libera a terroristas, asesinos en serie y violadores reincidentes. Sin arrepentir. Sin reinsertar. Piden justicia, que es aquello en lo que las personas depositan su confianza, renunciando con ello a la justicia retributiva, a la Ley del Talión, y que se encarga de imponer castigo al delincuente con el fin de resarcir a la víctima y mantener así la paz social.

 Un chiste en España, en donde el Estado, superado el Leviatán de Hobbes, ha devenido Minotauro. Por culpa del legislador. De los políticos. De los de antes y de los de ahora, que son lo mismo. Piensen en esa aberración conocida como Ley del Menor, fruto de ese nuevo fascismo, como lo denominaba certeramente Ayn Rand, llamado consenso, entre el PP de Ruiz-Gallardón y el PSOE de Rodríguez Zapatero.

El Código Penal de 1973, del cual se derogaron la pena de muerte (recuerden los fusilamientos franquistas de 1975) y la cadena perpetua, es la causa por la que estos días atrás las alimañas etarras y violadores en serie como Pedro Luis Gallego, están saliendo a la calle. El desamparo de la sociedad es total. La indignación, también. Entre 1973 y 1995 los Gobiernos tenían, por lo visto, cosas más importantes que hacer que legislar para garantizar la vida, libertad y seguridad de los ciudadanos. Que es lo que para los socialdemócratas justifican la existencia del Estado, que es su Dios. No hay pena sin ley (nulla poena sine lege), argumentan con razón jurídica, pero ignorando el Derecho natural. Si la ley no es justa, y es evidente que no lo es, no es Ley. Es “despojo legal”, que diría Bastiat.

Alberto Ruiz-Gallardón se ha limitado a pedir respeto para los jueces, quienes se encuentran, por su asombrosa celeridad a la hora de liberar delincuentes, en el ojo del huracán. Podía al menos haber publicado o filtrado a los medios imágenes actualizadas de los depredadores que ya hoy merodean por nuestras calles y plazas, quién sabe si acechando a su próxima víctima. Cuando el crimen tenga lugar, ¿a quién pedirá el pueblo responsabilidades? Es más, ¿queda alguien que aún confíe en nuestros tribunales?

Ignora Gallardón, como buen seguidor de la dialéctica marxista, que las revoluciones jamás comienzan por motivos directamente económicos, sino cuando el pueblo siente que el ordenamiento jurídico no garantiza su seguridad. Y esto está sucediendo en España, en el marco de una Europa prerrevolucionaria, en el sentido orteguiano del término. Son unos genios.

(Almudena Negro/La Gaceta)





  • ¿Quién moverá la ficha?


·         Siempre las grandes crisis traen recomposiciones del mapa político.

Corrupción sistémica, Casa Real enfangada, estancamiento para largo, terroristas en la calle, violadores acechando en las esquinas, parados a millones, separatistas rampantes, impuestos confiscatorios, policías colaboradores de delincuentes, jueces sumisos al Gobierno, Gobierno gestor del declive, decepción, final de época, desaliento.

Configuramos un Estado constitucional y nos encontramos con un Estado de partidos, quisimos una democracia y sufrimos una oligarquía, fragmentamos el Estado para salvar la Nación y la Nación se nos cae a pedazos, entramos en Europa para prosperar y Europa nos descubre las vergüenzas.

 Ante panorama tan deprimente, se ha consolidado sin vuelta atrás la convicción de la mayoría de ciudadanos de que necesitamos una transformación del sistema, una reforma profunda, de raíz, de que las pastillas calmantes y los placebos deben ser reemplazados por la cirugía mayor. No sólo es el Monarca el que ha de pasar por el taller, es el país entero el que ha de tenderse en la camilla y ser operado sin anestesia.

La gran pregunta es quién será el cirujano, cuál la mano que tomará el bisturí y hará la primera incisión que precederá a las extirpaciones, las reconstrucciones y las suturas. No serán los dos grandes partidos, origen y causa de la enfermedad, tampoco las elites empresariales, dependientes del favor del poder político, ni los medios de comunicación, unos porque cuelgan de las ubres presupuestarias, otros porque sus valerosas denuncias se estrellan contra las murallas del sistema, ni siquiera el mundo intelectual porque salvando honrosas excepciones lame en el suelo las migas que la mano de las cúpulas partidarias sacude de la mesa en la que devoran el erario. 

Las numerosas iniciativas cívicas que claman por un cambio regenerador hacen un gran trabajo, sin duda necesario, pero carecen de las palancas que mueven de verdad el tinglado.

Sólo nuevas fuerzas parlamentarias, opciones electorales inéditas, sin lastres del pasado y equipadas con la suficiente ambición y la dosis de coraje requerida podrán intentar la decisiva reconversión que España necesita de manera urgente. Esos son los actores que el público espera que salgan al proscenio, anuncien la buena nueva y despierten la reserva de energía que todavía alberga la sociedad española en su conciencia ahora silenciosa.

 Siempre las grandes crisis traen recomposiciones del mapa político, tal como sucedió en el paso de la IV a la V República en Francia, en el salto de la I a la II en Italia o en las democracias surgidas tras la caída del Muro de Berlín. En nuestro país, el fenómeno ya ha empezado con vigor en el espacio de centro-izquierda. Y la perfección suele ir ligada a la simetría.

 (Aleix Vidal Cuadras/La Gaceta)







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