ARROZ Y FLORES.
¿Me preguntas por qué compro arroz y flores?
Compro arroz para vivir, y flores para tener algo por
lo que vivir.
Este bello pensamiento de
Confucio (S. V-VI antes de Cristo) tiene parecidos con el adagio latino ‘primum
vivere, deinde filosofari’, que se encuentra en el Leviatán de Tomás
Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, aunque, al parecer, ya había sido usado por
escritores anteriores.
¿Qué quieren decir, Confucio
y Hobbes, aunque no digan exactamente lo mismo? Hay diversas interpretaciones.
Una muy obvia, dice que para pensar primero hay que comer. Sin el cuerpo en
condiciones satisfactorias no pensamos bien. Otras interpretaciones no dan a la
frase un sentido cronológico. En estas otras interpretaciones no se enfatiza
que primero hay que comer y luego pensar, sino que comer- en sentido figurado-
es más importante que filosofar. Con otras palabras, que la vida práctica
cotidiana es más importante que la vida filosófica, o la vida teórica. Aunque
esto no implique desprecio por la vida filosófica.
Supondré que el ser humano es
el único animal con dos naturalezas muy complejas. La naturaleza natural y la
naturaleza social. Aunque otros animales tienen, también, una naturaleza social,
es mucho menos sofisticada. Incluso los que tienen una naturaleza social más
desarrollada, como los orangutanes, no son comparables a los humanos.
Confucio compra arroz para
vivir. Pero el simple vivir, entendido como ‘sobrevivir’, no es suficiente para
una parte importante de los humanos. Precisamente porque tenemos dos
naturalezas. Y dentro de la naturaleza social están, como decía Ortega, los
proyectos. El ser humano, en general, no vive, sin más, sino que proyecta su
vida. El ser humano no puede compararse, en general, a una hoja transportada
por el viento.
Volvamos a Confucio. Compra
flores ‘para tener algo por lo que vivir’. Esto es otra forma de decir que
tiene que dar sentido a la vida. Y el arroz no basta. ¿Quiere decir que la
belleza- ya que habla de flores- es algo por lo que vivir? Probablemente. Pero
a menos que demos un significado enormemente amplio de ‘belleza’, dejamos
muchas cosas fuera. Muchas cosas que, también, podrían dar sentido a la vida.
El amor, la amistad, el saber, la creación de riqueza, etcétera.
Recordemos que no es necesario
que nosotros estemos de acuerdo. El saber no atrae a mucha gente. Y la creación
de riqueza, dada la aversión al riesgo, no interesa a buena parte de la
sociedad. Este pluralismo de
preferencias es más evidente cuanta más división social del trabajo existe.
Como sucede en las sociedades extensas y complejas actuales, como la nuestra.
Ahora bien, no siempre han existido sociedades extensas y complejas. Esto es
relativamente reciente. En las sociedades tribales, en las que la individualidad
no tiene lugar porque no existe el individuo, sí hay un acuerdo global- aunque
sea implícito- acerca del sentido de la vida. En cambio, como dije, en las
sociedades más desarrolladas, no hay estas unanimidades. Pero hay algo común.
Por ejemplo, la satisfacción de las necesidades básicas, comer, beber, copular,
dormir, etcétera. Sin embargo, no suelen ser suficientes para dar sentido a la
vida. De ahí la sensación de ‘vacío vital’ que afecta a tanta gente.
Tras la ‘muerte de Dios’, que
es la manera en que
Nietzsche dice que la idea de Dios ya no es capaz de actuar como fuente de un
código moral universal, varias teorías- el marxismo, el psicoanálisis y la
antropología- tratan de llenar el vacío dejado por la religión, como si fueran
sustitutivos. Pero ¿por qué tanta gente parece necesitar estos sustitutivos?
Porque el ser humano rechaza
el vacío. Porque necesita dar sentido a su vida. Recordemos la película ‘Vivir’,
del director japonés A. Kurosawa. El protagonista es un funcionario, cuya
jubilación no está muy lejana. Un día tiene unas molestias estomacales por lo
que va al médico. Resumiendo, tiene un cáncer y le quedan seis meses de vida. El
protagonista, Watanabe, se entrega a la bebida y sale de juerga por las noches.
¡A vivir que son dos días! Pero esta escapatoria hedonista le deja insatisfecho.
Finalmente, Watanabe
recupera un proyecto municipal para convertir una zona insalubre en parque
infantil, que se había dormido durante largos años en los cajones de la oficina
pública en la que trabaja. Pues bien, ¿Qué nos dice todo esto? Que Watanabe
quiere dar sentido a los seis meses de vida que le quedan. Y no le basta comer,
beber, copular, ir de juerga y comer gambas. Este es el significado de la frase
de Confucio: ‘y flores para tener algo
por lo que vivir’.
Recordemos que los humanos somos seres
condicionados, pero no determinados. El condicionamiento -a diferencia de la
determinación- no excluye la libertad y la responsabilidad. ¿Estamos dispuestos
a vivir, en serio, como si la libertad y la responsabilidad no existieran?
¿Somos capaces, incluso, de entenderlo e interiorizarlo? Tal vez sea cierto que,
como decía Sartre, ‘estamos condenados a ser libres’. O sea, tenemos que asumir
la responsabilidad derivada de la libertad. No valen las excusas tan socorridas
como: ‘la sociedad es la culpable’. Si yo no soy responsable de mis actos, no
soy un adulto. Soy un niño. ¿Aceptará usted que le traten como tal? Sea como
sea, el hundimiento de la teología, o la ‘muerte de Dios’, por utilizar la
terminología de Nietzsche, ha dejado al hombre de nuestro tiempo en un vacío
existencial. O, con otras palabras, en una liviandad hedonista, apática y
narcisista.
Afortunadamente, muchas personas no quedan
saciadas incluso teniendo la panza llena. ¿Por qué? Porque no ha pasado de moda
la frase de Confucio. Sigue habiendo personas que no se conforman con el arroz
y necesitan algo más para dar sentido a la vida. O como decía el maestro
Sócrates: ‘Prefiero ser un hombre
inquieto, a un cerdo feliz’.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El Mundo/20/Febero/2015.)
3 comentarios:
Muy bueno el artículo pero discrepo de una cosa, no todos los seres humanos rechazan el vacío, algunos viven muy bien instalados en él. Es un semivacío, no el vacío divino.
Estoy de acuerdo. El problema es que tengo un límite de palabras.
Usted al menos infunde ideas elevadas
universalizando el rasgo del que parecen adolecer muchos.
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