jueves, 17 de enero de 2019

SIN DEMAGOGIA

 


 

 

Hombres y mujeres iguales maltratados.



Encontramos una asociación única donde se agrupan, sin distinción de género, hombres y mujeres que han sido víctimas de violencia en la pareja. Son 200, y entre los 160 varones abundan policías y guardias civiles.

"Yo creo que el maltrato no entiende de género. Es cierto que hay muchos más casos de violencia de hombres contra mujeres. Hay menos casos, pero existen", dice P.V., maltratada y una de las fundadoras.

Cuando la voz empezó a correr, hace ahora algo más de cuatro años, «nos vimos desbordados. Venían de toda la provincia de Cádiz, de Sevilla...». La mujer que habla está al frente de una asociación única en España. Agrupa a hombres y mujeres. Iguales. Unidos por una misma y dolorosa verdad: ser maltratados. «Entraba un hombre y se asociaba... Y a los pocos días, llegaba la mujer. Eran parejas en pleno proceso de divorcio, que se interponían denuncias cruzadas por malos tratos. Nunca hemos atendido a parejas: al que llegaba en segundo lugar, le derivábamos directamente a otro abogado para que le asesorara como nosotros, gratuitamente». Ahora suman 200 socios y socias: 160 hombres y 40 mujeres.

P. V. era la propietaria, cuando todo empezó, de una gestoría. Su contacto diario con numerosos abogados, así como con policías locales y guardias civiles encargados de los atestados de tráfico, la hicieron decidirse a fundar la Asociación de Hombres y Mujeres Maltratados, con sede en Chiclana de la Frontera (Cádiz).
«Me lo pedían los guardias civiles, los policías. Me decían, oye, ¿por qué no abres una asociación que también de amparo a los hombres? Porque por allí nos llegan muchos casos y están muy perdidos». Desde sus inicios, asociarse y recibir asistencia y asesoramiento es gratis, aunque muchas mujeres, tras acudir y ver que hay muchos hombres asociados, dejan de acudir al preferir una atención cien por cien para mujeres.

Antes de que la voz empezara a correr, P. V. llevaba con su pareja veinticinco años juntos. Él era su primer novio, de la época del instituto. Enamorados. Casados durante más de una década y con dos hijos en común. Buen estatus económico y activa vida social. De puertas para afuera, idílico. Y un buen día se dijo que ya no tenía miedo y que no podía más. Este resumen es un cliché, pero detrás de su historia está el origen de lo que meses más tarde, junio de 2015, fue y sigue siendo la primera y única asociación de hombres y mujeres maltratados de España. 

Una socia: "Aún le tengo que agradecer a mi ex marido que se suicidara antes de matar a nuestros hijos y a mí"
Detrás de ese resumen se encuentra el drama y también la fuerza de una mujer, la impulsora de esta entidad social declarada y registrada oficialmente como organización sin ánimo de lucro, que ha apostado de forma pionera por ofrecer asistencia jurídica y asesoramiento tanto a hombres como a mujeres. Que no entra en la disquisición de si hay que llamarla violencia de género o violencia doméstica.

Ella es el alma mater de esta entidad que de un día para otro se vio desbordada con innumerables casos, todos ellos dramáticos, de hombres y mujeres con un rasgo común: tenían miedo y sufrían malos tratos. Igual que ella. Lo suyo empezó siendo psicológico más que físico. «Me controlaba el dinero, pese a que yo siempre he trabajado y lo ganaba bien, era muy celoso...». Le dejó en varias ocasiones, pero él acudía siempre llorando pidiéndole perdón y ella volvía. Los últimos tres años «fueron un infierno». Fue entonces cuando comenzó la violencia. Primero, lanzando objetos. Luego, contra ella. Y con los hijos delante.

Una vez separados, el acoso y las amenazas fueron a más. Hubo cuatro órdenes de alejamiento, que él solía quebrantar, y sentencias firmes por malos tratos. Pero era imparable: le enviaba mensajes de texto diciéndole que iba a matarlos a todos, a ella y a sus hijos. En 2017 fue una de las siete mujeres de España cuyo caso fue catalogado como de «riesgo extremo» dentro del programa VioGen. Dos policías nacionales de paisano estaban a su lado durante 24 horas, y un coche patrulla, por las noches, velaba por su seguridad en la puerta de su domicilio.

En una de las vistas, la jueza la preguntó:

-¿Qué crees que va a pasar?

-Si no lo mete en la cárcel, va a haber un nuevo caso José Bretón.
«Todavía tengo que darle las gracias porque eligió matarse él primero». Porque lo habitual es que el maltratador acabe con la mujer y que, en determinados casos, se lleve por delante también la vida de los hijos para, finalmente, suicidarse. Nueve días antes de la fecha fijada para su ingreso en prisión, en junio de 2018, él se quitó la vida ahorcándose. Antes, lo había intentado en dos ocasiones. A la tercera fue la vencida. Dejó una publicación en Facebook. ¿Su epitafio? «He cometido muchos errores en mi vida y lo tengo que pagar. Adiós».

«Lo de que el maltratador se suicide es algo habitual. Y se suicida por ira, por la frustración de no volver con su pareja. Y en ocasiones, elige morir matando», sostiene ella entrecortadamente. Hoy ha elegido no guardar rencor. «Él creció en una familia adinerada y no tuvo amor en su infancia. Ninguno. Lo crió una nanny. Sus padres no lo llevaron ni le recogieron jamás del colegio. Eso influyó en que estuviera lleno de inseguridades y tics, y tenía esa necesidad de control que derivó en lo que derivó: que se le fue la cabeza totalmente».

P. V. no está sola. A su lado pelea Lara Laga que es el rostro legal de la asociación (estos días va a dejar su sede en Chiclana para desplazarse a un bufete en la vecina San Fernando). «No te puedes ni imaginar», explica la abogada, «la cantidad de policías y guardias civiles que sufren malos tratos. El 80% de las ocasiones en las que la víctima es un hombre, la denuncia la interponen los familiares porque al hombre le da muchísima vergüenza acudir a una comisaría y decir 'mi mujer me pega y me maltrata', así que imagínate en el caso de un agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». Doble estigma social y doble vergüenza.

Ella ha atendido a muchos. Precisamente, uno de los primeros socios fue un guardia civil de Tráfico, M. S. Casado y con dos hijos. Sufría malos tratos psicológicos y también físicos por parte de su mujer. Se divorció. A día de hoy, su ex mujer sigue haciéndole la vida imposible.

Entre los asociados en la entidad andaluza también hay hombres víctimas de malos tratos por parte de otros hombres. Se trata de otro tipo de maltrato que escapa de las estadísticas: el que se da en el ámbito de parejas homosexuales. «Nos llegaron muchísimos casos, porque claro, ¿adónde van? Para las mujeres está todo encauzado, pero ¿y para los hombres? ¿Y para los hombres gays?», plantea P. V.
 
Es el caso de S. Tiene 23 años y es de Sanlúcar de Barrameda. Una relación sentimental en principio abierta, y por consenso, para poder realizar prácticas sexuales incluyendo en ellas a terceras personas. Ese era el detonante para que su pareja, a posteriori, le propinase «unas palizas de muerte, por celos». 

También han acudido a la asociación matrimonios maltratados... por sus hijos e hijas adolescentes.

Un socio: "No quería que mi hija viese que la palabra de su padre condenaba a su madre a la cárcel. Me acogí a mi derecho de no declarar en su contra".

Los socios y socias de la asociación gaditana se resisten a dar la cara. No es el caso de José Manuel Barrios, socio activo y víctima en sus propias carnes de malos tratos. Su labor en el seno de la asociación es la de ofrecer asesoramiento «y también apoyo moral» a mujeres y también a hombres. «Cuando entré en la asociación yo ya venía de vuelta». Tiene tres sentencias firmes que le acreditan como víctima de violencia doméstica, que no de género. Incluso ha cobrado los 430 euros mensuales de la Renta Activa de Inserción para víctimas de Violencia de Género y Doméstica.
«El desconocimiento es tal que el funcionario que me atendió me llegó a decir, aun viendo las sentencias, que yo no tenía derecho a esa ayuda. Tuve que ir a la delegación provincial a protestar para que le pusieran firme», denuncia. 

Cuando su hija tenía un año se divorció de su mujer y de la madre de la pequeña. Su ex comenzó a incumplir el convenio regulador de la custodia, se metió en drogas y, con la hija en casa, «empezó a meter a gente rara por la noche. Me alertaron los vecinos, me dijeron que tuviera cuidado con la niña, que entraban y salían personas extrañas a altas horas de la noche. Así que comencé a denunciarla por abandono de menores. Las denuncias las archivaban una tras otra». Ahí empezó su calvario.

Su ex comenzó a presentarse en su casa, armada con un cuchillo o una navaja, diciéndole que iba a matarle. «La denunciaba y las archivaban también, porque no tenía testigos y era su palabra contra la mía. Entonces ella empezó a denunciarme a mí y entonces sí. Entonces sí», se lamenta José Manuel, amargamente. 

«Desesperado, iba a pedir ayuda y asesoramiento a Servicios Sociales, me derivaban al área de Mujer... y no me atendían por ser hombre. Era un callejón sin salida». Hasta que llegó el día en que unos agentes de la Guardia Civil, que conocían su caso, sorprendieron a su ex en la puerta de la casa, amenazándole y empuñando un arma blanca. Fue detenida y el juez dictaminó una orden de alejamiento. «Salió ella antes de la Comandancia que yo, que estaba declarando».

Sin embargo, a su ex «le daba igual todo». Quebrantaba las órdenes de alejamiento. «En esa época le pusieron dos pero era para nada. A las pocas horas estaba otra vez en la puerta con el cuchillo», recuerda. En un mes de 30 días llegó a interponerle 33 denuncias. «Me pegaba en la calle, delante de mi hija. Traía a amigos que me pegaban también. Fue el infierno en la tierra», describe José Manuel.

La persecución.

El juez acabó dictando un auto en el que le quitó la custodia de la hija a ella para dársela a él. «Entonces me mudé con la pequeña a San Fernando, para rehacer nuestras vidas. Y a los dos días estaba en la puerta de mi nueva casa amenazándome de muerte». Era ya el cuarto quebrantamiento de una orden de alejamiento. Llamó a la Policía Nacional, que desconocía su caso, «y en lugar de detenerla a ella, dejaron que se fuera y trataron de detenerme a mí». Por este motivo, denunció a los dos agentes que fueron suspendidos de empleo y sueldo durante tres meses.

José Manuel sabe lo que es la desprotección y el desamparo. Ha perdido varios puestos de trabajo. Su hija, como víctima, no pudo recibir asistencia psicológica gratuita en la Delegación de la Mujer «porque yo era un hombre, y no una mujer, y yo era el que tenía la custodia». Pese a todo, él no quería que a su ex mujer le pasara nada malo. «Lo único que pedía era que me dejara en paz. Yo sabía que ella estaba enferma, era adicta a las drogas, y lo que deseaba, en el fondo, era que se curase». 

Por eso, tras acumular sentencia tras sentencia condenatoria, años más tarde llegó la última vista judicial en la que la petición de la Fiscalía era la de siete años y medio de prisión. «Ella se había rehabilitado y había recuperado la custodia de la niña. Y la llevó al juzgado. Se me caían las lágrimas. No quería que mi hija viera eso: no quería que viera que la palabra de su padre condenaba a su madre a ir a la cárcel. Así que me acogí a mi derecho de no declarar en su contra». No entró en prisión.

La asociación contra el maltrato más igualitaria de España ofrece asesoramiento jurídico, psicológico y sanitario, así como poner en contacto al asociado con otros socios y socias que han pasado por una situación similar. «Yo creo que el maltrato no entiende de género», dice P. V. «Es cierto que hay muchos más casos de violencia de hombres contra mujeres, pero la realidad es la que es y está ahí. Hay menos casos, pero existen. Por eso un día pensé que lo que yo había sentido, tenían que haberlo sentido otros hombres, y por eso la creamos».

El último hombre en asociarse ha sido otro guardia civil. La última mujer en llegar, una ama de casa que depende económicamente de su marido. Los dos han encontrado en el grupo un lugar desde el que luchar sin ningún género de dudas.

(Laura Garófano/El Mundo/17/1/2019.)






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