miércoles, 21 de agosto de 2019

LAS NOTAS




LAS NOTAS.
 
ANTES de los exámenes se suele plantear y replantear el tema de las notas. La cuestión más importante, aunque no la única que tiene importancia, suele ser la de la «justicia» o «injusticia» de las mismas. Es decir, lo que los profesores decidimos a la vista del examen. Trataré de explicar las comillas anteriores.

Primero. La justicia es uno de los valores más importantes de cualquier sociedad. Uno de los problemas que plantea es el de su significado. Otro, vinculado al anterior, es el de su concreción.

En este asunto de las notas, lo más importante parece ser el de su concreción, ya que el significado parece remitirse a la exigencia de una correcta calificación de la prueba que llamamos «examen». «Dar a cada uno lo suyo», decía Ulpiano. Todos damos por supuesto que las calificaciones de los exámenes deben ser correctas; o sea, justas. 

Algo parecido pasa con las sentencias judiciales. Todo esto parece claro desde un punto de vista formal. Luego puede haber discrepancias en la aplicación al caso concreto y en las interpretaciones de hechos y normas. Es decir, podemos estar de acuerdo en que las calificaciones deben ser justas, pero podemos discrepar acerca de la justicia de una concreta calificación.

Segundo. Suponiendo que lo anterior sea correcto, se plantea el problema de saber cuándo (en qué situación concreta) una nota es justa o injusta, dado que el cumplimiento de los requisitos formales no siempre es suficiente para satisfacer al afectado por la nota. Tal vez, la única manera de justificar con precisión las notas sería utilizar un sistema que solamente permita la contestación de «sí» o «no». Por ejemplo: «¿Está la isla de Mallorca en el mar Mediterráneo?». Otra alternativa sería la de ofrecer opciones. Por ejemplo: «¿Está en el mar Mediterráneo, o en el Pacífico?». 

Este tipo de sistemas, y otros parecidos, permitiría una justificación precisa de las calificaciones. Pero aquí se enfrentan, al menos, dos valores. El de la precisión en las calificaciones y el de la capacidad discursiva de los estudiantes.
Debido al relativismo que nos invade, parece que la opinión del alumno vale como la del profesor
Esta capacidad, tan importante, no se fomenta si los estudiantes solamente tienen que poner una cruz en el casillero correspondiente. Capacidad argumentativa de jóvenes, y no tan jóvenes, ya penalizada con Facebook, Twitter, etcétera.

Tercero. En el contexto actual de falta de respeto a la autoridad del profesor, el sistema de «sí» o «no» puede ser una salida para los profesores. ¿Por qué? Porque este tipo de sistemas de calificación evita -teóricamente- la contestación al profesor. 

Nadie discutirá, por ejemplo, que Mallorca está en el Mediterráneo. Naturalmente, siempre es posible discutir cuántas respuestas correctas son suficientes para aprobar. 

Pero muchos profesores piensan, con razón, que los sistemas de calificación mejores (o aquellos que son menos malos) son los que permiten desarrollar la capacidad discursiva de los alumnos. Sin embargo, estos sistemas pueden poner en cuestión la nota que el profesor ha decidido. ¿Por qué? Porque entramos en el terreno de la argumentación, interpretación y valoración. 

En este contexto -alejado de la razón demostrativa- los profesores tienen que sufrir (con frecuencia es así) la famosa «revisión de exámenes». Digo «sufrir» porque en muchos casos, y por la fuerza del relativismo que nos invade, suele suponerse que la opinión del alumno es tan válida como la opinión del profesor. Consecuencia de que la autoridad, tanto de padres como de profesores, ha caído por los suelos. «La autoridad hay que ganársela», dicen algunos. No puedo extenderme ahora en esta cuestión, pero difícilmente puede funcionar una clase, o una familia, si los padres (o profesores) no pueden dar un paso sin antes convencer a todos los presentes. Teniendo en cuenta, además, que se pueden dar razones justificatorias suficientes sin que el afectado las acepte. De buena, o mala fe.

Esto puede plantear serios problemas al profesor. Si alguien no es sensible a ciertos argumentos, aunque sean sensatos y justificados, hay poco que hacer. Además, los profesores no son insensibles a las descalificaciones que algunos estudiantes y padres hacen de la labor examinadora. ¡No hay derecho! ¡No es justo! ¡No me traga!

Cuarto. Es cierto que el profesor puede equivocarse, pero el estudiante también. Hay más. El estudiante que protesta por la supuesta injusticia de una nota, pretende adoptar dos posiciones al mismo tiempo. La de parte y la de juez. Pero nadie puede ser juez y parte. Es incompatible.

La minoría protestona ha ido creciendo con el tiempo. El motivo central es la paulatina disminución de nivel de exigencia de muchos profesores para evitarse problemas de revisiones y de mala imagen. Está bien visto aprobar. Está mal visto suspender. 

En Andalucía, el presidente Chaves primó económicamente a los profesores que aprobasen más. Creo haber leído que les daba un plus de 600 euros. 

Sucede algo parecido con los partidos de fútbol. A veces, el árbitro saca muchas tarjetas. En ocasiones justificadas. Incluso en estos casos, la mayoría de los comentarios de prensa dicen, «el árbitro se cargó el partido». No dicen que ciertos jugadores, con su actitud antideportiva, se cargaron el partido.

Quinto. Hablando en general, si los hijos actúan como si sólo tuvieran derechos, con poco respeto hacia los padres y rechazando cualquier disciplina, no es razonable suponer que todo se resolverá en la escuela. Y más con la Logse, Loe, Lomce...

La machacona insistencia en aumentar la «calidad de la enseñanza» es sensata pero muy vaga. Los padres y los políticos tendrían que apoyar la autoridad del profesor. Y exigir un alto nivel curricular para serlo. Y colaboración mutua entre profesores y estudiantes. Todos deben remar en la misma dirección (incluidos los padres), cada uno con su tarea. Si queremos que vaya bien.

Una cultura que favorezca «los derechos sin obligaciones», que la enseñanza sea «fácil y diver», que el profesor sea un colega más y que la disciplina y el mérito no estén bien vistos, no podrá alcanzar los niveles de excelencia educativa que esta sociedad rotundamente necesita. 

Soy partidario de la evaluación permanente, pero esto exige mayor trabajo y esfuerzo por parte de todos.

¿Queremos?

Sebastián Urbina es doctor en Filosofía del Derecho./ElMundo/Baleares/20/8/2019.)

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