viernes, 13 de marzo de 2009

GROSERÍA.


11 abril 2008

GROSERÍA

GROSERÍA.

Grosería viene del latín grossus, grueso. En este sentido lo grueso se opone a lo fino, como lo vasto a lo delicado. Podemos decir fino, delicado, educado, elegante. Podemos oponer grueso, vasto, mal-educado, discordante, feo, grosero. No son antónimos perfectos, pero los primeros términos, que pertenecen al mundo de las virtudes, remiten de forma ideal a lo armónico, y suenan como podría hacerlo una pieza de Bach. Los segundos, que asientan en el infierno de los vicios, evocan discordancia y remiten a una pieza desafinada (imagine aquí el lector la música que menos soporta).

Nos interesa ahora examinar la relación entre grosería y educación. La falta de educación no es necesariamente grosera. Pero tampoco la mala educación aboca de forma necesaria a la grosería. Así, la mala educación del no-educado trasciende en chabacanería. Obsérvese que aquí el atributo “no educado” resta algo de responsabilidad al chabacano; esta falta de responsabilidad hace que la chabacanería, por inintencionada, no tenga la agresividad de la grosería. En efecto, la grosería sería la mala educación satisfecha de si misma. Es la mala educación del educado e implica, en mayor o menor medida, agresividad.

Examinemos ahora la relación de la grosería con el dialogo (conversación entre dos logos, dos razonamientos) y la deliberación, conversación en la que participan varios.

Si imaginamos un diálogo en el que uno de los dialogantes se vuelve grosero, comprendemos que en ese momento el diálogo muere. El otro dialogante se siente agredido por el grosero y, o bien utiliza a su vez la grosería, con lo que el diálogo se degrada en pelea, o, prudentemente, abandona el campo y se retira.

En el caso de la deliberación, el maleducado y, en mucha mayor medida, el grosero, no acaban con la deliberación necesariamente, pero la vuelven, casi siempre, estéril. Detrás de la mala educación, de la grosería se esconde la intención, no de con-vencer, sino la de vencer. El furor y la rabia que desencadena la grosería, vuelven sordos al grosero y al resto de los deliberantes para los argumentos y los sentimientos del otro. Lo que debería ser confluencia deviene en desencuentro, la conversación se degrada en jaula de grillos. Lo que debería tender a la armonía, chirría.

Cabría concluir que la deliberación necesita de la elegancia y debe evitar la grosería.

Meditemos.(Tomado del blog 'Divino fracaso').
Firmado por Protágoras at 13:00
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ABC.es |
Actualizado Miércoles, 11-03-09 a las 16:26
La conocida periodista catalana Karmele Marchante ha sido condenada por el Tribunal Supremo por las «expresiones vejatorias» que vertió, en su página web, sobre Carmen Sevilla. En el artículo, del 23 de septiembre de 2002 y titulado «El patético ridículo de la más querida», Karmele calificaba de «descerebrada» a la artista, además de relacionarla con actividades ilícitas relacionadas con la estafa a minusválidos.

La condena, que se produjo el pasado 25 de febrero, se ha dado tras el recurso a la Audiencia Provincial de Madrid que realizó la periodista, y que señalaba que «existió intromisión ilegítima en el derecho al honor» de Carmen Sevilla. Así, la Sala de lo Civil del TS ha condenado a Marchante a indemnizar a la artista con 6.000 euros, que la actriz deberá destinar a «actividades de beneficiencia».

Además, Karmele deberá publicar el fallo en su web «y, en su defecto por no poder ser posible, en el diario de difusión nacional que señale» la denunciante.

La sentencia señala que en el artículo «se vierten una serie de consideraciones claramente ofensivas e injuriosas, e incluso alguna de ellas de posible calificación como calumnia». Por ello se rechaza el recurso de Marchante, donde señalaba su derecho a la libertad de expresión. Por contra, el TS entiende que estas expresiones no están justificadas por el contexto y que no ha lugar a ampararse en dicho derecho.
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Columna publicada el 08-08-2008 (Pío Moa).

Permítanme resaltar una faceta poco tratada del caso Solzhenitsin en España. Recuerden la lluvia de insultos caída sobre él desde casi todos los ámbitos de la izquierda (esa izquierda con tantísimos negrines y tan pocos besteiros) y algunos de la derecha, por el delito de decir cuatro verdades incómodas: "paranoico", "chorizo" (¡quiénes iban a hablar!), "mentiroso" (íd.), "espantajo", "mendigo desvergonzado", "bandido", "mercenario", "hipócrita", y así una serie muy larga y pesada. Todo ello, repito, por haber señalado el ruso unos hechos irrefutables.

Los ingenuos esperan que los embusteros se callen ante las evidencias puestas ante sus narices, pero la experiencia demuestra lo contrario: imposibilitados para argumentar, recurren a la injuria y el ataque personal. También suelen afirmar los ingenuos que "nadie se cree unos insultos vacíos", y los injuriantes "se desacreditan ellos solos". Nada más lejos de la realidad. Un sector del público disfruta con tales baladronadas. Otro, mucho más amplio e ignorante del fondo del asunto, se siente impresionado por la pose de dignidad herida, el gesto de moralidad ofendida con que acompañan los embusteros sus gritos provocadores ("alguna razón tendrán", piensan). Y muchos más, intimidados, prefieren callarse y dejar abandonada a la víctima. De este modo la razón queda frecuentemente anulada.

De aquella campaña contra el escritor ruso nació en España la actual cultura del insulto. España debe de ser uno de los países donde más se insulta y, como corresponde a una sociedad echada a perder de largo tiempo por la trola, el choriceo y el puterío, no se trata, mayoritariamente, de insultos justificados, ingeniosos, demostrativos o argumentados, sino calumniosos y chulescos. Los han sufrido personajes tan variados como Ricardo de la Cierva o Ruiz Mateos, que recurrieron a los tribunales en vano. Según dictamen de aquellos jueces, la libertad de expresión estaba por encima de la reclamación de los ofendidos. Esto creó un precedente de impunidad, y la izquierda y los separatistas no han cesado de explotarlo a fondo, empezando por Mienmano. A Solzhenitsin le daba igual, claro, pero quienes vivían en España debían soportar la injusticia. Los chulos, además, sabían bien que con raras excepciones su prepotencia asustaba a la derecha, bastándoles tildarla de "facha", "franquista", "casposa", para verla meterse debajo de la mesa o procurar congraciarse con quienes la agraviaban.

He dicho insultos injustificados, pero ¿acaso los hay justificables? Por supuesto. No lo es llamar ladrón a una persona honrada, pero sí a quien roba. O, con un ejemplo del otro día en el blog, es injustificable (mucho peor que injustificable) llamar sindicato del crimen al grupo de periodistas que defendían la democracia contra las fechorías del felipismo; en cambio devolver el insulto a los calumniadores está muy en su punto. Algunos insultos coronan de forma ineludible una argumentación, y otros, los injustificables sustituyen a esta. En el caso de Solzhenitsin, el denuesto encubría la falta de argumento, y esa táctica ha distinguido, salvo excepciones, a la izquierda.

Nadie ha padecido más injurias injustificadas que Jiménez Losantos, pero él siempre ha preferido replicar en el terreno de la libertad de expresión y no en el judicial; y no solo por los precedentes sino porque puede contestar, y lo hace, con insultos bien argumentados y a menudo ingeniosos, y por ello más demoledores. Entonces sus enemigos, los enterradores de Montesquieu aliados con la derecha rajoyesca, han recurrido a la ley, envileciéndola una vez más, para acallar su voz libre. Pocas cosas han sufrido un proceso de erosión más rápido y dañino que la justicia en un país donde la constitución y la democracia son pisoteadas a diario. En principio, Losantos puede volver el arma legal contra sus furiosos enemigos, pero la justicia en España está como está, es decir, como acaba de demostrar el Tribunal de Estrasburgo en relación con el caso Gómez de Liaño.

El respeto es un bien económico: si usted lo manifiesta a los sinvergüenzas dejará de tenerlo a las personas honradas; si usted lo dedica a los asesinos, con diálogos y similares, lo apartará del Estado de derecho. El insulto argumentado y fundado es necesario en la democracia. Y no hagan mucho caso de los beaturrones y fariseos, tan abundantes, que fingen no distinguir y dicen condenar los insultos "vengan de donde vengan". Esos desvergonzados no entienden la democracia y son siempre los primeros en dejar solas a las verdaderas víctimas frente a los matones.
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'Si se es piadoso son los crueles, se acaba siendo cruel con los piadosos'.(Talmud)

Dicho en román paladino, la gente grosera no verá publicados sus comentarios. Sería un insulto para la inmensa mayoría de mis lectores y comentaristas. Y también para mí.

Este blog está dedicado a las personas educadas e inteligentes (la inmensa mayoría de mis lectores y comentaristas) y no a los groseros, chabacanos, ordinarios e insolentes. Y, por su puesto, lo decido yo. ¡Sólo faltaría que lo decidieran ellos! Abandonen toda esperanza.



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