martes, 25 de agosto de 2009

CAROD Y ZAPATERO.







CAROD ROVIRA CONTRA EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.


En la mayor parte de los países europeos Carod Rovira carecería de representación parlamentaria. Aquí, con un puñado de votos, se ha convertido en el eje de la política de Cataluña y, por la necesidad zapatética de los escaños catalanes, en condicionante de la entera política española.
Las serpientes del rumor deslizan ya una actitud del Tribunal Constitucional hostil a algunos artículos claves del Estatuto que Zapatero concedió a los nacionalistas catalanes. Demostrando su profundo respeto por el Estado de Derecho, Carod Rovira se ha quitado la corona de espinas que le regaló Maragall y propugna una manifestación para coaccionar en la calle a los magistrados del Tribunal Constitucional. Además ha anunciado que si la sentencia del alto organismo judicial no responde a sus criterios, no la cumplirán.
Hasta aquí nos ha conducido la ligereza y las ocurrencias de José Luis Rodríguez Zapatero. Su socio en el tripartito catalán se permite desafiar públicamente al Estado de Derecho. El retraso, puramente político, en la decisión del Tribunal Constitucional, no ha hecho otra cosa que enturbiar la situación. Se puede dar la circunstancia de que algunos artículos del Estatuto que se consideren anticonstitucionales se han puesto ya en marcha.

El escándalo está servido. La crispación también. Ni el 5% de los catalanes, según una macroencuesta rigurosa, estaban interesados en la reforma del Estatuto. Después de dos años de parafernalia publicitaria ni el 50% acudió a las urnas. El asunto sólo interesaba a un sector de la clase política catalana que quiere mandar más. Y a Rodríguez Zapatero para conceder una merced y recibir a cambio el apoyo de los escaños nacionalistas. (Luis María Ansón-ElImparcial)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Carod Rovira, Josep Lluís, que es como le gusta que le llamen.

Menudo, pero menudo elemento...

De entrada:

a) Este hombre es un demagogo, tal cual. Manipula a un pueblo, tristemente ignorante. ¡Pero como los manipula! ¡Es que me entra el pánico sólo pensarlo!

b)¡... que no sería legítimo que el Tribunal Constitucional entrara a cuestionar un Estatut refrendado por el pueblo, por la ciudadanía!

C) ¡Es que no puedo evitar el sentirme insultado, el sentirme ofendido, el sentirme como se está burlando es "tipejo"! ¡Pero por favor! Lo que más me entristece es que estoy convencido que muchísima gente lo hace caso. ¡Pero por el amor de Dios! ¡¡¡ Este hombre es una auténtica amenaza !!!

D)¡Pero que quede claro!, el Tribunal Constitucional, está refrendado por el pueblo español, referéndum de 6 de diciembre de 1978.

E) Como digo, el Tribunal Constitucional tiene la legitimidad democrática, también, refrendada por el pueblo. Pero sí es que se trata de una norma superior, el Tribunal Constitucional da garantía, en parte da unas de las razones de ser a los Estados Constitucionales.

F) Es indignante, que este señor se atreva a atentar contra una, sino, la máxima institución de garantía de las democracias contemporaneas.

(Pero es que... hasta un estudiante de segundo de derecho se da cuenta de ello)

¡¡¡ Este hombre es un demagogo !!! No hace uso de la razón, sino que juega con las emociones de un pueblo. No es justo. No atiende a justicia porque esta transfigurando la razonabilidad de las leyes, de las normas, de la Constitución. ¡Será "ingenuo" Zapatero, que no ve que se están aprovechando de su ceguera y debilidad!

Anónimo dijo...

... Continuo con otro tema.

Creo que vale la pena leer "la degeneración de la democracia" artículo de Eugenio Martínez Rodríguez, en Tinta Digital, en http://enredos.net/tinta/la-degeneracion-de-la-democracia/

Lo dejo ya transcrito, Desde la Edad Antigua, Aristóteles nos advertía que la democracia, aunque es un buen sistema de gobierno, podría degenerarse hasta convertirse en demagogia. Y es que resulta muy fácil para el demagogo usurparle el poder a una masa de personas sin preparación para ejercerlo.

En este sentido, desde un principio hay una marcada desigualdad entre el demagogo y el pueblo, ya que el demagogo, por lo general, se ha educado en el arte de la retórica, o al menos ha dedicado un buen tiempo para reflexionar sobre lo que quiere, y como lo logrará. Este conocimiento, por mínimo que sea, es un instrumento de dominación que utiliza para manipular a quien no lo tiene.

Un pueblo sin preparación, por su parte, no le dedica tiempo a razonar sino a escuchar lo que sus lideres – que ya han pensado por ellos—tienen que decir. Al no contar con una base racional para emitir un juicio sobre los mensajes de sus líderes, recurren a otra respuesta humana que es mucho más rápida que el razonamiento, las emociones. Dejan que estas sean como una brújula que le apunta hacia el norte, donde ya está situado el demagogo más eficaz y mejor anticipado. Éste, que ya ha analizado a sus receptores, les dice todo lo que quieren escuchar, tocando puntos emocionalmente sensibles[1] en su mensaje, lo cual activa la respuesta deseada y calculada, como el interruptor que prende a una máquina.

Ejemplos históricos de esta conducta sobran. Adolfo Hitler, un político electo por mayoría en elecciones legitimas, logró utilizar hábilmente la frustración del pueblo alemán para encaminarlo hacia los deseos de una feliz redención por medio de una colérica militancia y un desprecio, que llegaba a ser odio, hacia las otras razas humanas. Más que razones, su movimiento tenía pasiones.

Otro ejemplo, tanto histórico como psicológico, es el hecho de que los jovenes siempre han sido más receptivos a los discursos radicales, no por sus razones sino por la pasión con la cual son estos mensajes emitidos, muy compatibles con la pasión que caracteriza a los jóvenes. (Hay quien podría argumentar que este hecho se debe, no a la actitud pasional juvenil, sino a la actitud resistente a los cambios de los mayores, lo cual es debatible, pero considero que la existencia de una actitud no prueba la inexistencia de la otra, sino que mientras los jóvenes tienen un impulso natural y pasional a aceptar el cambio, los mayores tienen un impulso a rechazarlo).

La demagogia, que es definida como el “Halago a las pasiones del pueblo para dominarlo”, es producto, como ya he planteado anteriormente, de una desigualdad de condiciones entre el demagogo y el pueblo. Sólo a través de una verdadera educación[2], que estimule una perspectiva crítica y un pensamiento independiente, es que se puede romper con esa desigualdad, devolviéndole al pueblo la capacidad de ejercer la soberanía en el sistema. Es imposible la participación democrática, en mecanismos como asambleas, referéndums y elecciones, sin participantes educados.

Una verdadera democracia sólo es posible en la medida en que el pueblo tenga las herramientas necesarias – Educación y preparación – para ejercer la soberanía y no ser manipulado por un usurpador de poder. Así como el soldado se le prepara para el combate, y al obrero se le adiestra para el trabajo, al pueblo se le tiene que educar si de verdad se quiere que sea el soberano. Sin una preparación, el soldado muere rápido en el combate, el obrero fracasa en su trabajo, y la democracia…simplemente no existe.